Un hombre en su tarea

Un hombre en su tarea

Guillermo Castro H.

Injértese en nuestras Repúblicas el mundo;

pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas.

Y calle el pedante vencido;

que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo

que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.

Jose Martí[1]

El historiador ambiental costarricense Anthony Goebbel McDermott ha publicado en el Oxford Handbook of Central American History el capítulo titulado “Land and Climate in Central American History”.[2] Allí, dice el autor, procura ofrecer una visión de conjuntode las relaciones entre las sociedades humanas y el mundo natural en Centro América, desde los comienzos de asentamiento humano hasta el presente. Al respecto, dice,

Los principales hallazgos revelan de qué manera los rasgos biofísicos del Istmo condicionaron profundamente el desarrollo cultural y material, al desempeñar un papel a la vez decisivo e inadvertido en la formación de las sociedades humanas que alguna vez habitaron la región, como siguen haciéndolo en el presente. [Al respecto] la historia regional puede ser pensada como un largo y complejo de transición socioecológica, cuyo corolario es el significativo despilfarro de la mayor riqueza que ha ostentado este espacio geográfico desde los orígenes del asentamiento humano: su diversidad biológica y cultural.

Para Goebbel, lo más importante de su trabajo consiste en que sirva como un insumo “para el desarrollo de la historia ambiental en Centroamérica, que aunque siempre prometedor, se suele poner esquivo.” Esa aspiración puede ser modesta en exceso. La publicación de su texto, en efecto, hace parte del desarrollo del nuevo pensamiento ambiental de nuestra América, donde la historia ambiental latinoamericana va consolidando así su presencia en este campo del saber, que terminará por ser el de la historia general de la especie que somos.

A esa contribución de Goebbel se agrega el mérito de incursionar en la larga duración de la presencia humana en el Istmo centroamericano, de un modo que hace cada vez más evidente el vínculo entre la historia ecológica y la ambiental. Así, en el caso de Panamá, la historia ecológica se remonta a unos 6 millones de años, mientras la ambiental abarca, hasta donde sabemos, unos 14 mil. Desde esta perspectiva podemos entender mejor que toda historia ambiental es ecológica, pero no toda historia ecológica es ambiental, pero que ambas forman parte de un mismo proceso.

El aporte de Goebbel hace parte, quizás sin que él mismo lo sepa, de una discusión en curso sobre las relaciones de afinidad y contradicción entre las historias ambientales que están siendo generadas desde las distintas sociedades del planeta. Por lo mismo, tiene una gran importancia importancia para el desarrollo de la nuestra, la latinoamericana.

Con pequeños y grandes logros, en español como en portugués e inglés, la historia ambiental latinoamericana va dando cumplimiento – quizás sin saberlo- a la advertencia que nos hiciera José Martí allá en su ensayo Nuestra América en 1891, ciento treinta años atrás:

Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria.

            Martí, como sabemos, fue persona culta, atenta al desarrollo de las artes y las ideas en ambas riberas del Atlántico, y en la América nuestra. Comprendía, junto a lo mejor de la juventud educada de su tiempo, que las repúblicas debían ser construidas de abajo hacia arriba, por un proceso de creación siempre original, nunca de arriba hacia abajo por mera imitación. Y el sustrato profundo de nuestras repúblicas estaba – justamente – en la profundidad de la historia de nuestros pueblos.

“No más que pueblos en cierne, – que ni todos los pueblos se cuajan de un mismo modo, ni bastan unos cuantos siglos para cuajar un pueblo, -“ nos dijo,

no más que pueblos en bulbo eran aquellos en que con maña sutil de viejos vividores se entró el conquistador valiente, y descargó su ponderosa cerrajería, lo cual fue una desdicha histórica y un crimen natural.  El tallo esbelto debió dejarse erguido, para que pudiera verse luego en toda su hermosura la obra entera y florecida de la Naturaleza. – ¡Robaron los conquistadores una página al Universo![3]

Y sin esa página no puede ser comprendido el libro en su plenitud de futuro.

            ¿Cómo no saberlo desde Panamá? Mi gente ha sido sometida a una educación que no les permite saber que la historia ambiental de nuestra tierra abarca ya catorce mil años, que incluyen la creación de uno de los cinco centros de origen de la agricultura en nuestra América. No saben en qué cuenca residen, pero si en qué circuito votan cada cinco años, pero en cambio encuentran servido cada día en todos los medios de comunicación – incluyendo sus redes sociales – el caldo de cultivo de la desesperanza aprendida.[4]

            Aquí no se trata del rescate de una cultura perdida, sino de continuar la construcción de una nueva, capaz de expresar lo que hemos venido a ser, y lo que desde allí aspiramos a ser. Y en este caso, además, se trata del papel de la historia ambiental – la latinoamericana, y la de América Latina – en esa tarea, más importante que nunca en tiempos de amenaza de extinción, como los que nos ha tocado encarar.

Ciudad de Panamá, 17 de febrero de 2021


[1] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI:18.

[2] Robert H. Holden, editor. 2021. https://www.oxfordhandbooks.com/view/10.1093/oxfordhb/9780190928360.001.0001/oxfordhb-9780190928360,

[3] “El hombre antiguo de América y sus artes primitivas”. La América, Nueva York, abril de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII: 335.

[4] García de Paredes, Gabriel; Jácome, Andrés: “La vagancia del panameño”. https://www.revistaconcolon.com/2021/02/12/la-vagancia-del-panameno/

Tercera fase, en curso

Tercera fase, en curso

Guillermo Castro H.

“El mundo está en tránsito violento, de un estado social a otro. En este cambio, los elementos de los pueblos se desquician y confunden; las ideas se obscurecen; se mezclan la justicia y la venganza; se exageran la acción y la reacción; hasta que luego, por la soberana potencia de la razón, que a todas las demás domina, y brota, como la aurora de la noche, de todas las tempestades de las almas, acrisólanse los confundidos elementos, disípanse las nubes del combate, y van asentándose en sus cauces las fuerzas originales del estado nuevo…”

José Martí[1]

Para María Laura Herrera,

que estudia y trabaja, y razona

Las contradicciones y conflictos puestos en evidencia por la crisis detonada por la pandemia de COVID 19 han renovado el debate sobre el significado y las perspectivas de la globalización. Esta vez, ha sido asumida como un proceso en curso antes que como una fatalidad inevitable, y con ello se abre a discusión si ese proceso conduce a una transformación dentro de un orden ya vigente – en el cual China, por ejemplo desplace de su posición dominante a Estados Unidos – o a una transición hacia una nueva estructura de organización planetaria.

            El orden de que se trata, en todo caso, tuvo su origen a partir del siglo XVI, con la formación delprimer mercado mundial en la historia de los humanos. Ese mercado, como sabemos, ha conocido al menos dos grandes fases en su desarrollo hasta el presente. La primera, transcurrida entre 1650 y 1850, fue la de su constitución como un mercado colonial, organizado en torno a un grupo de economías de la cuenca del Atlántico Norte.

Esas economías llegaron a controlar la fuerza de trabajo, los recursos naturales y los mercados interiores de vastas regiones de Asia, África y nuestra América, sobre todo en el periodo que fue de 1750 a 1850. De ese proceso dijo Marx que el establecimiento del mercado mundial, al menos en esbozo, y de la producción basada sobre el mercado mundial, había sido “la misión particular de la burguesía”, que había sido completada “por la colonización de California y Australia y el descubrimiento de China y Japón.”[2]

Aun así, agregaba Marx, en un territorio mucho mayor que Europa y los Estados Unidos “el movimiento de la sociedad burguesa está todavía en ascenso”. Y en efecto, para fines del XIX aquel movimiento ascendente  dio lugar a la demanda de estados nacionales por parte de las colonias de mayor desarrollo capitalista y de lazos más estrechos con el mercado mundial, desde la India hasta Cuba.

El desarrollo de esas contradicciones dentro del sistema colonial culminó en la Gran Guerra de 1914 – 1945. A partir de allí, el mercado mundial ingresó a su segunda fase de desarrollo, pasando a constituirse en un sistema internacional – o, más precisamente, interestatal. Así, la desintegración del sistema colonial llevó a la comunidad de 51 Estados nacionales que creó la organización de las Naciones Unidas en 1945 a contar con 99 Estados en 1960, 189 en el año 2000 y 193 en 2011.[3]

Con ello, el mercado mundial pasó a estructurarse en un conjunto de mercados nacionales que comerciaban entre sí bajo la tutela de sus Estados nacionales, en una relación de interdependencia organizada para un desarrollo desigual y combinado del capital, cuyo epicentro siguió ubicado en el mundo Noratlántico. Ese desarrollo generó una acumulación de capital sin precedentes, que a su vez facilitó la formación de empresas transnacionales – en particular en los sectores financiero y tecnológico -, que para fines del siglo XX ya contaban con la capacidad de tutelar – por así decirlo – a los Estados que regulan los mercados nacionales.

Es a partir de allí que se inicia la tercera fase en el desarrollo histórico del mercado mundial, en la que estamos inmersos hoy. En esa transición se hace evidente que la solución de problemas complejos da lugar a la formación de problemas nuevos, de complejidad superior. Así, el proceso de globalización, en su primer impulso, ha venido a desembocar en una crisis general alimentada por un crecimiento económico incierto; una inequidad social persistente; una degradación ambiental constante, y una institucionalidad internacional en deterioro, que se expresa en la creciente conflictividad de la geopolítica contemporánea.

Esta crisis no ha de conducir por necesidad al derrumbe del capitalismo, aunque va modificando sin duda las formas de organización y expresión de las luchas que tienen lugar en su seno. De momento, lo que concluye es la capacidad de las burguesías (meramente) nacionales para conducir la transición desde el mercado internacional de la segunda mitad del siglo XX hacia el global, aún en proceso de formación.

Al decir de Carlos Marx y Federico Engels en 1846, “la gran industria universalizó la competencia […], creó los medios de comunicación y el moderno mercado mundial, creando así por primera vez

la historia universal, haciendo que toda nación civilizada y todo individuo, dentro de ella, dependiera del mundo entero para la satisfacción de sus necesidades y acabando con el exclusivismo natural y primitivo de naciones aisladas, que hasta ahora existía. Colocó la ciencia de la naturaleza bajo la férula del capital y arrancó a la división del trabajo la última apariencia de un régimen natural. Acabó, en términos generales, con todas las relaciones naturales, en la medida en que era posible hacerlo dentro del trabajo, y redujo todas las relaciones naturales a relaciones basadas en el dinero.[4]

Aquel mercado mundial es el que hoy se torna una vez más ingobernable. Con ello, sus administradores contemporáneos se ven en la necesidad de escoger entre el riesgo de bloquear su desarrollo, y el de estabilizarlo mediante la ampliación de su base social, garantizando su control por medios tecnológicos cada vez más sofisiticados.

La espiral de nuestra historia nos trae de vuelta, así, a una pregunta que ya fue clásica: ¿Por quién doblan las campanas? Quizás lo hacen por nuestra fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud y en el poder transformador del amor triunfante, como lo aprendimos de José Martí. O quizás esta vez lo hacen por los que han acumulado tanto, y tanto tienen que perder. De nosotros depende, como nunca antes.

Ciudad de Panamá, 15 de febrero de 2021


[1]Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares”. La América, Nueva York, octubre de 1883. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V: 109.

[2] Marx a Engels. Londres, [8 de octubre de] 1858. Apud. Dobb, Maurice (1977): Marx como Economista. Editorial Nuestro Tiempo, México, p. 106. Fuente original: Marx, Engels (1957): Correspondencia. Editorial Cartago, Buenos Aires. La “colonización de California” tuvo lugar a partir de la derrota militar de México en la guerra contra Estados Unidos de 1848, y “el descubrimiento de China y Japón” lo tuvo a partir de la apertura forzosa de ese país al comercio exterior entre 1854 y1858, también bajo presión militar de los Estados Unidos.

[3] https://www.un.org/es/sections/member-states/growth-united-nations-membership-1945-present/index.html

[4] Feuerbach. Oposición entre las concepciones materialista e idealista. Capítulo I de La Ideología Alemana.

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1846/ideoalemana/index.htm

1859-2021: de vuelta al puente sobre aguas turbulentas

Guillermo Castro H.

“con los pueblos sucede como con lo demás de la naturaleza, donde todo lo necesario se crea a la hora oportuna,

de lo mismo que se le opone y contradice.”

José Martí[1]

Seis años hacía del nacimiento de Martí en La Habana, cuando Carlos Marx publicó su Contribución a la Crítica de la Economía Política en 1859, cuyo prólogo constituye un documento de especial interés en el proceso de formación del pensar de su autor.[2]  Por un lado, allí se sintetizan en unas 600 palabras las premisas que Marx había venido elaborando desde mediados de la década de 1840 para dar forma a la visión del mundo que sirve de núcleo a ese pensar. Por otro, su brevedad y concisión otorgaron a ese texto un importante papel en la difusión de esa filosofía hasta nuestros días.

            Allí, por ejemplo, Marx aborda la estructura de lo social a partir de que en “la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales.” Enseguida, añade que el conjunto de esas relaciones de producción constituye “la estructura económica de la sociedad”, sobre la cual se levanta “la superestructura jurídica y política, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social.” Desde esa perspectiva, el modo de producción de la vida material“condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general”, de lo cual resulta que no es la conciencia del hombre la que determina su ser “sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.”

A partir de esa caracterización general de la formación de lo social como estructura, Marx pasa a exponer el proceso de su transformación, desarrollo y muerte a lo largo del tiempo. Ese proceso, dice, se sintetiza en que

Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social.

Así, al cambiarla base económicase transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella”. Por ello, al estudiar esas transformaciones “hay que distinguir siempre entre los cambios materiales y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo.”

A esto siguen dos observaciones de especial interés para estos tiempos. La primera advierte que ninguna formación social desaparece “antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua.“ Y la segunda añade que, por eso, “la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque […] estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización.”

Estas dos observaciones son particularmente intrigantes. ¿Cuándo alcanza una sociedad el límite de su capacidad para el desarrollo de nuevas fuerzas productivas? ¿Cómo maduran las condiciones para el surgimiento de esas “nuevas y más elevadas relaciones de producción”? Y ¿cómo identifica la humanidad sus objetivos en cada fase de su historia, y el momento de gestación de las condiciones materiales que permiten plantearlos?

Estas preguntas no son poca cosa en un momento de incertidumbre como el que atraviesa el sistema mundial.[3] Las fuerzas productivas nunca han estado tan socializadas, como nunca lo ha estado la apropiación privada del producto social. Y aun así, nos encontramos sujetos a aquella circunstancia en la que, como el propio Marx lo dijera siete años antes, en 1852, en la cual los hombres “hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.”[4]

Y en verdad, hay un límite en la capacidad del pasado para orientarnos en la construcción del futuro, que solo nosotros podemos reconocer y rebasar. El riesgo es grande, pero no puede ser evitado: la sociedad que tenemos, en efecto, ha creado posibilidades inéditas para la solución de los antagonismos de los grupos sociales entre sí y con su entorno natural, y para comprobar así hasta qué punto es cierto que con esta formación social “se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana.”

Alto Boquete, Panamá, 5 de febrero de 2021


[1] “Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868, en Hardman Hall, Nueva York. 10 de octubre de 1890.” Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IV: 252 – 253.

[2] http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm

[3] Al respecto, por ejemplo: Katz, Claudio (2021) “E.E.U.U.: ¿Ocaso, supremacía o transnacionalización?”

/ https://www.alainet.org/es/articulo/210790

[4] El 18 Brumario de Luis Bonaparte. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, Tomo I, páginas 404 a 498. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm

La amplitud del nosotros

Guillermo Castro Herrera

¿Qué ha ocurrido en los Estados Unidos? ¿Da lo mismo Biden que Trump, porque cambia el gobierno, pero persiste el Estado? La respuesta elegante en ciertos sectores intelectuales es positiva: parece sagaz, y permite cultivar la imagen de intelectual a la vez crítico y escéptico.

Desde allá, sin embargo, nos llegan percepciones distintas. Una de ellas, propia de conservadores más o menos apocalípticos, se refiere a lo ocurrido como el resultado de una conspiración de las fuerzas del mal. Esa percepción encuentra amplia acogida en el trumpismo criollo, que la incorpora al caldo de sus propios delirios y procura difundirla como un mantra irrefutable.

Otros, sin embargo, nos plantean una circunstancia muy diferente. Así, por ejemplo, David Brooks – corresponsal del periódico mexicano La Jornada en Estados Unidos – nos dice que

Es desafortunado que algunas partes importantes (con excepciones notables) de las fuerzas de izquierda o progresistas en México y otros países latinoamericanos simplemente no han reconocido y felicitado la lucha de sus contrapartes en Estados Unidos. Aún peor, en algunos casos, han declarado que a fin de cuentas lo ocurrido políticamente en el norte “da igual” visto desde el sur.[1]

Y nos recuerda enseguida que “la lucha de los pueblos por la justicia, la dignidad y la autodeterminación en la coyuntura binacional e hemisférica requiere de la solidaridad en su sentido más amplio.”

            Lo ocurrido en Estados Unidos, dice Brooks, es la derrota de una versión neofacista del proyecto neoliberal contra el cual viene luchando un número creciente de organizaciones populares y democráticas de todas las Américas desde hace cuatro décadas. Y desde esa visión plantea que el triunfo logrado allá al Norte “no se llama Biden sino la derrota de un proyecto neofascista”, que abre “otra etapa más de la lucha contra el neoliberalismo”, puesto que

Para las fuerzas progresistas estadounidenses el triunfo electoral es sólo un paso necesario con el fin de continuar la lucha para la democratización fundamental de esta superpotencia que viene de muy atrás y que aún tiene largo camino por delante.

Ese triunfo, explica, se debe en gran medida a la movilización de “un mosaico de movimientos sociales progresistas en su esencia antifascistas y antineoliberales”, que van desde el de “vidas negras” hasta “organizaciones latinas y de migrantes, ambientalistas, sindicalistas progresistas y toda una gama de otras expresiones, sobre todo las de nuevas generaciones.” Y los movimientos de ese mosaico, dice, “son los aliados objetivos de toda lucha contra la derecha neoliberal en cualquier parte del mundo. O sea, son más bien nosotros”.

A esta luz, dice, Biden – sin ser la respuesta ni la solución a los problemas creados por el neoliberalismo,

.

representa algo diferente a Trump en múltiples dimensiones, pero en torno al tema de migración, medio ambiente, justicia racial y derechos de los trabajadores es diferente no porque es buena onda, sino porque los movimientos lo están obligado a proponer y promover esos cambios en política como parte de la lucha desde abajo por la democratización a fondo del país.

            Estas cosas hay que verlas también a la luz de lo mejor de la historia del pensar político de nuestra América. Así, cuando iniciaba su exilio de catorce años en los Estados Unidos, José Martí encaró en los siguientes términos los conflictos sociales que emergían allí:

En esta tierra se han de decidir, aunque parezca prematura profecía, las leyes nuevas que han de gobernar al hombre que hace la labor y al que con ella mercadea.  En este colosal teatro llegará a su fin el colosal problema. Aquí, donde los trabajadores son fuertes, lucharán y vencerán los trabajadores. Los problemas se retardan, mas no se desvanecen. Negarnos a resolver un problema de cuya resolución nos pueden venir males, no es más que dejar cosecha de males a nuestros hijos. Debemos vivir en nuestros tempos, batallar en ellos, decir lo cierto bravamente, desamar el bienestar impuro, y vivir virilmente, para gozar con fruición y reposo el beneficio de la muerte. En otras tierras se libran peleas de raza y batallas políticas.  En esta se libra la batalla social tremenda.”[2]

Lo pensado por Martí entonces vino a desembocar en el ascenso de la lucha de clases que, a mediados de esa década, culminó con la ejecución de los mártires de Chicago. Aquella fue una crisis del capitalismo monopólico en su proceso de expansión, que ya se encaminaba a su fase imperialista. Nos hace falta aún comprender mejor de qué tipo es la crisis que encaramos todos hoy, como parte de un nosotros aun más amplio y diverso del que presenta Brooks.

Pero, y sobre todo, siempre nos hará falta distinguir entre el pensar martiano y lo pensado por Martí. Ese pensar, idealista como fue, tuvo una fuerte impronta dialéctica e historicista. Esa impronta, que en lo político lo vincula estrechamente con Gramsci, por ejemplo, hace del legado de Martí un horno encendido, cuyas puertas debemos mantener abiertas para que no se vea más que la luz. Conocer lo pensado es el camino para comprender su pensar, que hoy – cuando la pregunta de orden es qué hacer – tiene más importancia que nunca.

Alto Boquete, Panamá, 29 de enero de 2021


[1] https://www.jornada.com.mx/notas/2021/01/25/mundo/american-curios-nosotros/

[2] “Carta de Nueva York”. La Opinión Nacional, Caracas, 31 de marzo de 1882. Obras Completas, 1975, IX: 277-278.

Naturaleza, trabajo, humanidad

Guillermo Castro H.

“Individuos que producen en sociedad,

o sea la producción de los individuos

socialmente determinada:

este es naturalmente el punto de partida.”

Carlos Marx[1]

En el debate sobre la crisis ambiental, suele asumirse el conflicto entre la especie humana y su entorno natural a partir de características culturales de nuestra especie para explicar nuestra conducta predatoria y destructiva. Dos factores, sin embargo, permanecen relativamente marginados en ese planteamiento. Uno es el hecho de que somos una especie natural que, como tal, se desarrolla, cambia y evoluciona en interacción con la naturaleza, la cual venía haciéndolo desde antes de nosotros, como seguirá ocurriendo cuando ya no estemos. El otro  consiste en el mecanismo de interacción entre nuestra especie y su entorno natural.

La ausencia de una categoría analítica adecuada para explicar esa interacción explica, por ejemplo, la dificultad de Vladimir Vernadsky para culminar su teoría de la transformación de la biosfera a la noosfera. El intento del gran científico ruso de subsanar esa carencia mediante el recurso al desarrollo de la tecnología a partir del dominio del fuego, confirmó que lo falso es el resultado de la exageración unilateral de uno de los aspectos de la verdad.

En efecto, el cambio tecnológico hace parte del proceso de trabajo, como elemento transhistórico del desarrollo humano. Comprenderlo como tal permite entender mejor las consecuencias de las  formas históricas en que ha sido organizado el trabajo por distintas sociedades a lo largo del tiempo. Al respecto, dice Marx, el trabajo es “en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza”. Y añade:

En el desarrollo de ese proceso el hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida. Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza. Desarrolla las potencias que dormitaban en ella y sujeta a su señorío el juego de fuerzas de la misma. [2]

De este modo, para Marx el trabajo debe ser entendido “bajo una forma en la cual pertenece exclusivamente al hombre”, que lo distingue por su capacidad para concebir por anticipado el objeto que persigue y los medios que requiere para conseguirlo. Con ello, agrega, el trabajador, además de efectuar “un cambio de forma en lo natural”, logra un objetivo que se ha propuesto alcanzar.

Esa “actividad orientada a un fin o sea el trabajo mismo,” es ejercida mediante elementos que incluyen el objeto y los medios (tecnológicos) del proceso en cuestión. Así, la tierra – incluyendo el agua que contiene – “en el estado originario en que proporciona al hombre víveres, medios de subsistencia ya listos para el consumo, existe sin intervención de aquél como el objeto general del trabajo humano.” De esta manera,

Todas las cosas que el trabajo se limita a desligar de su conexión directa con la tierra son objetos de trabajo preexistentes en la naturaleza. […] En cambio, si el objeto de trabajo, por así decirlo, ya ha pasado por el filtro de un trabajo anterior, lo denominamos materia prima.

El medio de trabajo, por su parte, “es una cosa o conjunto de cosas que el trabajador interpone entre él y el objeto de trabajo y que le sirve como vehículo de su acción sobre dicho objeto.” Con ello,

Lo que diferencia unas épocas de otras no es lo que se hace, sino cómo, con qué medios de trabajo se hace. Los medios de trabajo no sólo son escalas graduadas que señalan el desarrollo alcanzado por la fuerza de trabajo humana, sino también indicadores de las relaciones sociales bajo las cuales se efectúa ese trabajo.

El alcance de ese proceso es mucho más vasto de lo que comúmente imaginamos. Todos sus productos se traducen a su vez en otros, en la medida en que  “todos los ramos de la industria operan con un objeto que es materia prima, esto es, con un objeto de trabajo ya filtrado por la actividad laboral, producto él mismo del trabajo.” Así ocurre, por ejemplo, en el caso de  animales y plantas que resultan de transformaciones producidas “durante muchas generaciones”, por el trabajo de nuestra especie. Dígalo, si no, la historia del maíz, producido a partir del teosinte – aquella modesta hierba del altiplano mesoamericano -, transformada por la labor constante de los campesinos indígenas durante siglos, y convertida así en una gran planta de civilización.

En suma, dice Marx, el proceso de trabajo es una actividad “orientada a un fin”:

el de la producción de valores de uso, apropiación de lo natural para las necesidades humanas, condición general del metabolismo entre el hombre y la naturaleza, eterna condición natural de la vida humana y por tanto independiente de toda forma de esa vida, y común, por el contrario, a todas sus formas de sociedad.

Ampliada esa perspectiva,[3] podemos ver en esa interacción la base de toda creación humana, manual e intelectual, como la presentara José Martí en aquel poema cuya primera línea advierte “Ganado tengo el pan: hágase el verso.”[4] Y eso no es poca cosa, si por esa vía (también) llegamos a entender – como vamos haciéndolo – que si deseamos un ambiente distinto, necesitamos crear una sociedad que sea diferente por el propósito y la forma en que organice la interacción de sus integrantes entre si, y con su entorno natural.

Alto Boquete, Panamá, 11 de enero de 2021


[1] Marx, Karl: Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857 – 1858. I. Siglo XXI Editores, México, 2007. I: 3.

[2] Marx, Carlos: El proceso de trabajo. El Capital. [1867] Sección Tercera. Producción del plusvalor absoluto. Capítulo V: Proceso de trabajo y Proceso de valorización. http://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/5.htm. Con relación al vínculo entre el trabajo y el desarrollo humano: Engels, Federico (1876): El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe3/mrxoe308.htm#fn0

[3] Como Engels lo haría en 1876, en El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe3/mrxoe308.htm#fn0

[4] “Hierro”, http://www.josemarti.cu/wp-content/uploads/2014/06/47_Hierro.pdf