Antropoceno al Sur

Guillermo Castro H.

El Antropoceno se ha instalado de manera permanente en el debate ambiental. Se trata del entorno en que habrá de definirse el papel del ambiente que hemos creado en el destino de la especie que somos. Como suele ocurrir, sin embargo, en el debate sobre los orígenes del Antropoceno – ubicado en la década de 1950 – no aparecen referencias significativas a la transición ocurrida entonces desde la organización colonial del mercado mundial a su organización interestatal (o internacional, en el lenguaje cotidiano).

            En ese debate, el papel reservado al Sur es remitido sobre todo el incremento de la población – desde unos 2000 millones hasta cerca de 8000 – entre 1950 y comienzos del siglo XXI. En cambio, ocupa un lugar privilegiado el incremento en el consumo de energía generada con combustibleas fósiles, y el gigantesco crecimiento de la producción industrial y agrícola ocurrido en el mundo Noratlántico o financiado desde allí, que ha incluido una enorme acumulación de desechos – incluyendo los llamados Gases de Efecto Invernadero -, el colapso de ecosistemas, y la pérdida de servicios ecosistémicos y biodiversidad.

De un modo igualmente carácterístico en la geocultura del moderno sistema mundial, el debate sobre el Antropoceno tampoco suele considerar el papel cumplido en ese proceso por las transformaciones políticas, económicas y sociales que convergen en la crisis que hoy padecemos. La referencia más relevante al tema data de 1992, y vino del Sur dieciocho años antes de que el término Antropoceno entrara en escena desde el Norte.

El 12 de junio de aquel año, en su intervención ante la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo celebrada en Rio de Janeiro, el entonces presidente de Cuba, Fidel Castro, planteó allí lo siguiente:

Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.

Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo.

Es necesario señalar que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad. Con solo el 20 por ciento de la población mundial, ellas consumen las dos terceras partes de los metales y las tres cuartas partes de la energía que se produce en el mundo. Han envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer.

Los bosques desaparecen, los desiertos se extienden, miles de millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar. Numerosas especies se extinguen. La presión poblacional y la pobreza conducen a esfuerzos desesperados para sobrevivir aun a costa de la naturaleza. No es posible culpar de esto a los países del Tercer Mundo, colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy por un orden económico mundial injusto. […] El intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa agreden la ecología y propician la destrucción del medio ambiente. […] Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre. […] Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo.[1]

En efecto, la Gran Aceleración que abrió paso al Antropoceno, en efecto, tiene uno de sus focos de origen en la transformación de la organización original del mercado mundial como un sistema colonial entre 1750 y 1950, en uno interestatal – al que se suele llamar internacional – tras la Segunda Guerra Mundial, en el mismo proceso que condujo a la dolarización del mercado mundial.

No es el caso discutir aquí las razones por las que desapareció el sistema colonial tras la Gran Guerra. Sin duda, su costo de operación debe haber aumentado muchísimo en lo político como en lo militar, y debe haber ocurrido también una disminución de sus beneficios para las potencias coloniales como para las burguesías de las colonias.

Importa destacar, en cambio, que la conformación de esa comunidad de estados nacionales y la dolarización de los intercambios comerciales entre sus integrantes abrió a la explotación y el comercio enormes reservas de recursos naturales, fuerza de trabajo y capacidades de intercambio y consumo que los regímenes de monopolio colonial no estaban en capacidad de movilizar. Dicho en breve, la Raubwirstchaft o “economía del atraco”[2], característica del sistema colonial, conoció un extraordinario proceso de ampliación y diversificación a partir de la década de 1950, que llevó a su extremo el carácter desigual y combinado del desarrollo del mercado mundial.

Desde esta perspectiva de análisis cabría afinar, precisar y sustentar mejor todo el debate en torno a la globalización, planteándola como un camino antes que como un destino. Hacerlo es imprescindible para comprender la diversidad de opciones inherentes a ese camino, y precisar los problemas de orden político  que plantea la gestión del Antropoceno por los herederos de los herederos de quienes lo pusieron en movimiento. Porque en verdad, los pueblos que fueron coloniales serán parte de esa solución, o no habrá solución alguna para la especie que somos todos.

Alto Boquete, Panamá, 9 de enero de 2022


[1] Discurso pronunciado en Río de Janeiro por el comandante en jefe en la conferencia de naciones unidas sobre medio ambiente y desarrollo, el 12 de junio de 1992. (Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado). https://rds.org.co/es/novedades/discurso-de-fidel-castro-en-conferencia-onu-sobre-medio-ambiente-y-desarrollo-1992

[2] https://context.reverso.net/traduccion/aleman-espanol/Raubwirtschaft. El término “raubwirstchaft” fue incorporado al debate científico por el geógrafo francés Jean Brunhes (1869-1930). Brunhes incluyó en el contenido del término, además del saqueo de los recursos naturales por parte de los colonialistas, la destrucción de las sociedades y culturas de los pueblos colonizados.En 1910 definió en su obra Principios de geografía humana de Francia su método, “que se ordena en torno a tres series de «hechos esenciales»: la ocupación improductiva del suelo (casas y carreteras); la conquista de plantas y animales (cultivos, ganado) y de la economía que él llama “destructiva” (devastación animal, vegetal y explotaciones minerales).” https://es.wikipedia.org/wiki/Jean_Brunhes

El ambiente en el colibrí

Guillermo Castro H.

Tres décadas ha durado ya el imperio de la combinación de los males del viejo liberalismo oligárquico con los del neoliberalismo…oligárquico. Allí han coexistido en mutua atracción y repulsión los descendientes de los señores de ayer, y los ascendentes de la lumpen burguesía que va dando de si los de su pasado mañana. Y desde allí, también, nuestra América ha ingresado en una crisis “multimodal” – para decirlo en el lenguaje elegante de los organismos interestatales -, en que se combinan un crecimiento económico incierto, una inequidad social persistente, una disfuncionalidad institucional creciente, y una degradación ambiental constante.

            Esos problemas no pueden ser resueltos por separarado. Tal solución, en efecto, depende de nuestra capacidad para comprender las relaciones que guardan entre sí, y el peso relativo de cada uno en la crisis generada por las modalidades que esas relaciones adoptan en la circunstancia que nos ha tocado encarar. Podemos entender, por ejemplo, que la contradicción principal que anima al conjunto es el conflicto entre una producción cada vez más integrada y unas sociedades cada vez más fragmentadas. Pero debemos entender, también, que el aspecto principal de esa contradicción radica, hoy, en la dimensión ambiental de la crisis general, que ya genera una amenaza para el desarrollo de la especie humana.

La lucha contra esa amenaza, que surge del conflicto entre la especie y el entorno natural del que depende su existencia, cuenta con un recurso invaluable en el corazón mismo del legado cultural de José Martí: la fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, y en el poder transformador del amor triunfante. Desde aquí cabe regresar una y otra vez a aquel “cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria.”[1]

En lo que hace a la dimensión ambiental de la crisis, la primera de esas verdades consiste en la necesidad de abordar los problemas que hoy afectan a nuestro entorno natural a partir del principio de la interdependencia universal de los fenómenos, que Federico Engels planteó con gran sencillez en 1876, en su texto – desgraciadamente inconcluso – El Papel del Trabajo en la Transformación del Mono en Hombre. Allí señaló que en la naturaleza

nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.[2]

Desde allí resulta más sencillo entender otra verdad elemental: que la especie humana crea su propio ambiente mediante el trabajo, que constituye su vínculo orgánico con el medio natural, en un proceso constante en el que al propio tiempo se forma y transforma a sí misma. De ese modo,  los animales se limitan a “utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina.” 

Este dominio, sin embargo -como bien sabemos hoy-, puede producir el riesgo de nuestra propia extinción. De aquí la importancia de recordar una tercera verdad, que nos advierte que después de cada una de nuestras victorias la naturaleza “toma su venganza”, con lo cual

A cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somo capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.[3]

Una cuarta verdad nos recuerda que en el proceso de modificar su entorno natural mediante el trabajo, la especie humana se modifica también a sí misma y modifica sus formas de existencia. Con ello, a lo largo del tiempo cada sociedad ha producido un ambiente y unos paisajes que le han sido característicos.

Esto nos lleva a una quinta verdad en el ala del colibrí: la que nos dice que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear una sociedad diferente, que tenga como guía en la interacción con su entorno la necesidad de trabajar con la naturaleza, no contra ella, para cambiar con ella, y no forzarla a cambiar. Esa verdad se hace evidente a través del cúmulo enorme de desastres en que ha venido a desembocar la historia de nuestras modalidades de interacción con el entorno natural, que hoy alcanzan una escala planetaria, en cuyo marco ha sido formulada la hipótesis del Antropoceno.

            Ese término define con cierta precisión científica – en lo que hace a las ciencias de la naturaleza, en primer término – el impacto humano sobre el sistema Tierra a partir de la Revolución Industrial de fines del siglo XVIII y, en particular, de la llamada “Gran Aceleración” de los resultados de esa revolución entre las décadas de 1950 y 1990. En ese sentido, el Antropoceno vendría a estar asociado a la transición entre la organización colonial del mercado mundial entre 1650 / 1950, y la subsiguiente organización interestatal / internacional de ese mercado – que de 1990 en adelante ha ingresado a un proceso de nueva organización transnacional al que se ha venido designando con el término “globalización.

En verdad, hemos participado, sin saberlo ni quererlo, de un extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas asociado a la liberación del acceso del capital a las enormes reservas de fuerza de trabajo y recursos naturales de la periferia del sistema mundial, que antes se veía limitado por el sistema colonial.  Todo ello, además, legitimado y promovido por el discurso organizado en torno a la opción entre el desarrollo y el subdesarrollo, dominante en el moderno sistema mundial, donde vino a subsumir y sustituir a los discursos precedentes organizados en torno a la opción entre la civilización y la barbarie, primero, y el progreso y el atraso, después.

En todo caso, la discusión en torno al Antropoceno estimula la formación de nuevas perspectivas analíticas que expresan la transición desde una geocultura organizada en torno a la acumulación incesante de ganancias, hacia otra que toma cuerpo en torno a la sostenibilidad del desarrollo de la especie que somos – y de las formas de organización del trabajo intelectual correspondientes, en todos los campos del saber y en todos nuestros ámbitos de existencia.

En esto, el ambientalismo debe recordarnos a lo que Martí decía de sí mismo en sus Versos Sencillos, de 1891: “Yo vengo de todas partes / y hacia todas partes voy / arte soy entre las artes / y en los montes, monte soy”. Desde allí, también, vemos al ambientalismo incorporarse a aquel vasto proceso cultural planteado por Antonio Gramsci al señalar que

La filosofía de la praxis presupone todo este pasado cultural, el Renacimiento y la Reforma, la filosofía alemana y la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda la concepción moderna de la vida. La filosofía de la praxis es la coronación de todo este movimiento de reforma intelectual y moral, cuya dialéctica es el contraste entre cultura popular y alta cultura. Corresponde al nexo de Reforma protestante más Revolución francesa: es una filosofía que es también política y una política que es también filosofía.[4]

Alto Boquete, Panamá, 20 de diciembre de 2021


[1] “Maestros Ambulantes “. La América. Nueva York, mayo de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII: 288 – 292.

[2] “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”. Editorial Progreso, Moscú, 1969:385.

[3] Engels (1969:387)

[4] Gramsci, Antonio: Introducción a la filosofía de la praxis. Selección y traducción de J. Solé Tura.