Los riesgos del Foro

Los riesgos del Foro

Guillermo Castro H.

El Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) ha publicado la 16ª edición de su Informe de Riesgos Globales.[1] Elaborado a partir de una encuesta a un millar de empresarios, científicos y comunicadores, el Informe busca identificar y analizar “los riesgos clave que emanan de las tensiones económicas, sociales, ambientales y tecnológicas actuales.” 

En esta ocasión, el Informe aborda las consecuencias económicas y sociales de la pandemia de COVID-19, las cuales – dice – “continúan representando una amenaza crítica para el mundo.” Sin embargo, el verdadero tema de fondo es el de las crecientes dificultades que encara el proceso de transición desde la organización internacional del sistema mundial hacia otra que podríamos llamar transnacional, así sea tentativamente.

            En esta perspectiva, solo el 16 % de los encuestados expresa optimismo sobre las perspectivas del mundo, y solo el 11 % cree que la recuperación global se acelerará. En cambio, la mayoría espera “que los próximos tres años se caractericen por una volatilidad constante y múltiples sorpresas o trayectorias fracturadas que separarán a los ganadores y perdedores relativos.”

La mayoría de los encuestados señala a los riesgos sociales y ambientales como los más preocupantes en un horizonte de cinco años, y a los ambientales como los más críticos y potencialmente dañinos para un plazo de 10 años, en particular los relacionados con el fracaso de la “acción climática”, el “clima extremo” y la “pérdida de biodiversidad.” Para el mismo plazo, los encuestados también señalaron las “crisis de la deuda” y las “confrontaciones geoeconómicas” como algunos de los riesgos más graves. Finalmente, dice el Informe, los riesgos tecnológicos como la “desigualdad digital” y la “falla de ciberseguridad”, constituyen otras amenazas críticas a corto y mediano plazo.

Esta visión del WEF otorga especial importancia a la persistencia de los desafíos económicos derivados de la pandemia. Las perspectivas de recuperación siguen siendo débiles, agravadas como están por “los desequilibrios del mercado laboral, el proteccionismo y la ampliación de las brechas digitales, educativas y de habilidades”, que generan “el riesgo de dividir el mundo en trayectorias divergentes.” 

“Las presiones internas a corto plazo”, añade el Informe “dificultarán que los gobiernos se concentren en las prioridades a largo plazo y limitarán el capital político asignado a las preocupaciones globales.” Con ello, la “erosión de la cohesión social” – forma elegante de referirse al deterioro de la hegemonía neoliberal en lo ideológico – es percibida como “una de las principales amenazas a corto plazo”, lo cual crearía el riesgo de que las disparidades “que ya eran un desafío para las sociedades” incrementen “la polarización y el resentimiento dentro de las sociedades.” 

            En el plano ambiental, existe especial preocupación por el cambio climático, que se manifiesta “en forma de sequías, incendios, inundaciones, escasez de recursos y pérdida de especies, entre otros impactos” – que incluyen las crecientes pérdidas de las empresas de seguros, y las potenciales de las empresas de combustibles fósiles. Y aún así, el Informe hace constar que “alejarse de las industrias intensivas en carbono, que actualmente emplean a millones de trabajadores, desencadenará volatilidad económica, profundizará el desempleo y aumentará las tensiones sociales y geopolíticas.” 

Los factores de riesgo incluyen a pilares fundamentales del proceso de globalización, como es el caso de las tecnologías de la información y la comunicación. “La creciente dependencia de los sistemas digitales”, dice el Informe, “ha alterado las sociedades.” Así, la rápida digitalización de las empresas ha estimulado el trabajo remoto y la multiplicación de plataformas y dispositivos que facilitan este cambio. Al propio tiempo,se han incrementado las amenazas a la ciberseguridad, “con consecuencias que van desde los ataques a sistemas grandes y estratégicos hasta el incremento de la desinformación, el fraude y la falta de seguridad digital.” 

La creciente inseguridad resultante de las dificultades económicas, la intensificación de los impactos del cambio climático y la inestabilidad política ya están obligando a millones de personas a abandonar sus hogares en busca de un futuro mejor en el extranjero. Con ello, tienden a incrementarse las barreras de entrada a quienes migran en busca de oportunidades o refugio. Estas barreras, a su vez, “crean el riesgo de bloquear un camino potencial para restaurar los medios de vida, mantener la estabilidad política y cerrar las brechas laborales y de ingresos”, y exacerban “las tensiones internacionales, pues cada vez más son utilizadas como instrumento geopolítico.”

Cabría decir, en breve, que estamos inmersos en una crisis del proceso mismo de globalización, amenazado hoy en su curso original por las consecuenciasde su propio desarrollo. El cambio tecnológico que lo ha sustentado ha ocurrido en el marco de la creciente ineficacia de la organización internacional del sistema mundial entre las décadas de 1950 y 1960, debilitada a partir de la de 1990 por el ascenso del neoliberalismo, la más resistente al cambio político de entre todas las ideologías contemporáneas.

Para decirlo a una vieja usanza, este deterioro ha llegado al punto en que las fuerzas productivas generadas por la IV Revolución Industrial han entrado en contradicción con las relaciones de producción y la superestructura política del sistema mundial. Con ello, la política se acerca cada vez más a su forma extrema, que es la confrontación militar, sin llegar aún a ella por aquello de que todos quieren ir al cielo, pero nadie quiere llegar primero, empezando por quienes más promueven la confrontación en Eurasia, en busca de una victoria en que las bajas las pongan los europeos y, quién sabe, todos los demás, incluyéndonos, si la crisis se pone nuclear.

Alto Boquete, Panamá, 27 de enero de 2020


[1] https://www.weforum.org/reports/global-risks-report-2022/in-full/grr2022-executive-summary

El ambiente en el colibrí

Guillermo Castro H.

Tres décadas ha durado ya el imperio de la combinación de los males del viejo liberalismo oligárquico con los del neoliberalismo…oligárquico. Allí han coexistido en mutua atracción y repulsión los descendientes de los señores de ayer, y los ascendentes de la lumpen burguesía que va dando de si los de su pasado mañana. Y desde allí, también, nuestra América ha ingresado en una crisis “multimodal” – para decirlo en el lenguaje elegante de los organismos interestatales -, en que se combinan un crecimiento económico incierto, una inequidad social persistente, una disfuncionalidad institucional creciente, y una degradación ambiental constante.

            Esos problemas no pueden ser resueltos por separarado. Tal solución, en efecto, depende de nuestra capacidad para comprender las relaciones que guardan entre sí, y el peso relativo de cada uno en la crisis generada por las modalidades que esas relaciones adoptan en la circunstancia que nos ha tocado encarar. Podemos entender, por ejemplo, que la contradicción principal que anima al conjunto es el conflicto entre una producción cada vez más integrada y unas sociedades cada vez más fragmentadas. Pero debemos entender, también, que el aspecto principal de esa contradicción radica, hoy, en la dimensión ambiental de la crisis general, que ya genera una amenaza para el desarrollo de la especie humana.

La lucha contra esa amenaza, que surge del conflicto entre la especie y el entorno natural del que depende su existencia, cuenta con un recurso invaluable en el corazón mismo del legado cultural de José Martí: la fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, y en el poder transformador del amor triunfante. Desde aquí cabe regresar una y otra vez a aquel “cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria.”[1]

En lo que hace a la dimensión ambiental de la crisis, la primera de esas verdades consiste en la necesidad de abordar los problemas que hoy afectan a nuestro entorno natural a partir del principio de la interdependencia universal de los fenómenos, que Federico Engels planteó con gran sencillez en 1876, en su texto – desgraciadamente inconcluso – El Papel del Trabajo en la Transformación del Mono en Hombre. Allí señaló que en la naturaleza

nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.[2]

Desde allí resulta más sencillo entender otra verdad elemental: que la especie humana crea su propio ambiente mediante el trabajo, que constituye su vínculo orgánico con el medio natural, en un proceso constante en el que al propio tiempo se forma y transforma a sí misma. De ese modo,  los animales se limitan a “utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina.” 

Este dominio, sin embargo -como bien sabemos hoy-, puede producir el riesgo de nuestra propia extinción. De aquí la importancia de recordar una tercera verdad, que nos advierte que después de cada una de nuestras victorias la naturaleza “toma su venganza”, con lo cual

A cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somo capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.[3]

Una cuarta verdad nos recuerda que en el proceso de modificar su entorno natural mediante el trabajo, la especie humana se modifica también a sí misma y modifica sus formas de existencia. Con ello, a lo largo del tiempo cada sociedad ha producido un ambiente y unos paisajes que le han sido característicos.

Esto nos lleva a una quinta verdad en el ala del colibrí: la que nos dice que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear una sociedad diferente, que tenga como guía en la interacción con su entorno la necesidad de trabajar con la naturaleza, no contra ella, para cambiar con ella, y no forzarla a cambiar. Esa verdad se hace evidente a través del cúmulo enorme de desastres en que ha venido a desembocar la historia de nuestras modalidades de interacción con el entorno natural, que hoy alcanzan una escala planetaria, en cuyo marco ha sido formulada la hipótesis del Antropoceno.

            Ese término define con cierta precisión científica – en lo que hace a las ciencias de la naturaleza, en primer término – el impacto humano sobre el sistema Tierra a partir de la Revolución Industrial de fines del siglo XVIII y, en particular, de la llamada “Gran Aceleración” de los resultados de esa revolución entre las décadas de 1950 y 1990. En ese sentido, el Antropoceno vendría a estar asociado a la transición entre la organización colonial del mercado mundial entre 1650 / 1950, y la subsiguiente organización interestatal / internacional de ese mercado – que de 1990 en adelante ha ingresado a un proceso de nueva organización transnacional al que se ha venido designando con el término “globalización.

En verdad, hemos participado, sin saberlo ni quererlo, de un extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas asociado a la liberación del acceso del capital a las enormes reservas de fuerza de trabajo y recursos naturales de la periferia del sistema mundial, que antes se veía limitado por el sistema colonial.  Todo ello, además, legitimado y promovido por el discurso organizado en torno a la opción entre el desarrollo y el subdesarrollo, dominante en el moderno sistema mundial, donde vino a subsumir y sustituir a los discursos precedentes organizados en torno a la opción entre la civilización y la barbarie, primero, y el progreso y el atraso, después.

En todo caso, la discusión en torno al Antropoceno estimula la formación de nuevas perspectivas analíticas que expresan la transición desde una geocultura organizada en torno a la acumulación incesante de ganancias, hacia otra que toma cuerpo en torno a la sostenibilidad del desarrollo de la especie que somos – y de las formas de organización del trabajo intelectual correspondientes, en todos los campos del saber y en todos nuestros ámbitos de existencia.

En esto, el ambientalismo debe recordarnos a lo que Martí decía de sí mismo en sus Versos Sencillos, de 1891: “Yo vengo de todas partes / y hacia todas partes voy / arte soy entre las artes / y en los montes, monte soy”. Desde allí, también, vemos al ambientalismo incorporarse a aquel vasto proceso cultural planteado por Antonio Gramsci al señalar que

La filosofía de la praxis presupone todo este pasado cultural, el Renacimiento y la Reforma, la filosofía alemana y la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda la concepción moderna de la vida. La filosofía de la praxis es la coronación de todo este movimiento de reforma intelectual y moral, cuya dialéctica es el contraste entre cultura popular y alta cultura. Corresponde al nexo de Reforma protestante más Revolución francesa: es una filosofía que es también política y una política que es también filosofía.[4]

Alto Boquete, Panamá, 20 de diciembre de 2021


[1] “Maestros Ambulantes “. La América. Nueva York, mayo de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII: 288 – 292.

[2] “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”. Editorial Progreso, Moscú, 1969:385.

[3] Engels (1969:387)

[4] Gramsci, Antonio: Introducción a la filosofía de la praxis. Selección y traducción de J. Solé Tura.

Ucrania desde nos

Ucrania desde nos

Guillermo Castro H.

“En cosas de tanto interés, la alarma falsa fuera tan culpable como el disimulo.

Ni se ha de exagerar lo que se ve, ni de torcerlo, ni de callarlo.

Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima,

sino cuando se les puede evitar.

Lo primero en política, es aclarar y prever.”

José Martí[1]

Se atribuye al estratega chino Sun Tzu haber definido la victoria como el control del equilibrio Pocos países hubiera imaginado uno con la capacidad de Ucrania para ejercer el papel de un centro de equilibrio entre Europa y Eurasia, por su posición geográfica, su historia y su riqueza. En cambio, a partir de 2014 optó por convertirse en un protectorado de la OTAN, que ni siquiera la invita a participar en las negociaciones para evitar una guerra que se libraría en su propio territorio.

Al respecto, un artículo de Ilán Semo,[2] señala que en el 2020, el ingreso per capita de Ucrania –3 mil 726 dólares por persona– era un poco más bajo que el de El Salvador –3 mil 796 dólares–. “No siempre fue así”, añade, “Desde la muerte de Stalin,” quien “castigó duramente” al mundo rural durante la colectivización de la tierra entre 1928 y 1934, Ucrania

devino una de las repúblicas más prósperas de la región. Desde los años 50, Moscú trasladó a su territorio la construcción integral de los aviones Antonov, la industria de los reactores nucleares, sus bases enteras de submarinos atómicos (situadas en Crimea precisamente) y la convirtió en el granero soviético.

Sin embargo, al desaparecer la Unión Soviética, la mayor parte de las empresas que fueron privatizadas “cayeron en manos de una de las más inverosímiles oligarquías modernas.” Así,

Cuatro grupos empresariales (concentrados en la construcción, la banca, la producción de alimentos, los medios de comunicación y el comercio) acabaron concentrando 70 por ciento del ingreso nacional. Aunque la mayor parte de ese ingreso proviene de dos fuentes: la renta que Rusia paga a Kiev por permitir el paso de su gas hacia Europa y las exportaciones de trigo a través de los puertos del mar Negro. Desde los años 90, se promulgó una ley que hizo posible (y protege) la concentración de 80 por ciento de la tierra fértil en manos de 21 latifundistas. […] A partir de 1993, la pauperización de los trabajadores del campo y la ciudad resultó prácticamente salvaje. Otro de los ingresos vitales lo representan las remesas anuales de 10 millones de ucranianos, los cuales trabajan estacionalmente en Europa. Cuatro millones de jóvenes han emigrado para siempre. Todos y cada uno de los presidentes (incluido el actual, Volodymyr Zelensky) han provenido de esta casta seudoempresarial.

Esta situación ilustra lo dicho por Immanuel Wallerstein a fines del siglo XX, cuando señaló que la desintegración de la Unión Soviética anunciaba el fin del sistema mundial organizado por los vencedores en la Gran Guerra de 1914-1945, y aceleraría la descomposición de las estructuras de mediación social y política en todos los Estados que integran ese sistema. Conviene recordar, si, que la garantía mayor en el equilibrio de ese sistema – más allá del control por el FMI de una economía mundial dolarizada, o del papel del Consejo de Seguridad de la ONU como garante del equilibrio político del subsistema internacional – fue la Destrucción Mutua Asegurada, como llamaron algunos a un eventual enfrentamiento guerra nuclear entre las dos grandes potencias de la época: Estados Unidos, con el respaldo de la OTAN, y la Unión Soviética, con el del Pacto de Varsovia.

Muchos asumieron que el fin del equilibrio bipolar de 1945 – 1989 abría paso finalmente a un mundo unipolar, organizado por y para la llegada de “el siglo norteamericano” en la historia universal. Ese siglo, sin embargo, tardó apenas diez años en empezar a desintegrarse a partir del brutal atentado contra los miles de trabajadores que ocupaban las Torres Gemelas de Nueva York en el año 2001.

Tras esa acción criminal, de los rescoldos de la Guerra Fría emergió la “guerra sin fin” contra el terrorismo – como la llamara el presidente George W. Bush -, librada en “los rincones más oscuros del mundo” como Afganistán, Irak, Libia, Somalía y Siria, por mencionar algunos ejemplos. A ello se agregó, con la aniquilación de la antigua Yugoeslavia – el desmembramiento del antiguo campo socialista europeo y la limpieza ideológica de sus fragmentos, usualmente a cargo de fuerzas políticas conservadoras colindantes con el fascismo, en países como Hungría, Polonia y (justamente) la Ucrania que vemos hoy.

Ese acontecer, además, liberó al viejo orden mundial de las restricciones que limitaban el despliegue de sus propias contradicciones en las distintas sociedades que lo integraban, incluyendo a la Federación Rusa y los Estados Unidos, cuya democracia liberal se cuenta entre las víctimas de este proceso. Con ello ocurrió lo impensable, pues la batalla por la conquista de la unipolaridad ha venido a convertirse en su contrario: la creciente multipolarización del sistema mundial, visible en casos como los de China, Rusia y, a escala menor aún, India y Brasil.

De esa variante inesperada no ha estado ausente Europa. La salida de la Unión Europea de Gran Bretaña, la creciente autonomía de Alemania y Francia y el carácter retrógrado de los regímenes de Europa Central quizás ayude a entender la reticencia de varios miembros de la OTAN a involucrarse en Ucrania al nivel en que los Estados Unidos lo necesitaría para demostrar en el exterior el liderazgo que la administración Biden no puede mostrar en casa.

En este proceso, nos dice Semo, la nueva oligarquía ucraniana en contró en el nacionalismo europeísta “la fórmula para desmantelar las protestas contra la casta local y construir un nuevo enemigo: la minoría rusa que habita las regiones del este y el sur del país.” El problema, añade, fue que “nunca calculó la respuesta: el secesionismo”, que llevó a la población de Crimea y de la región del Don por integrarse a Rusia, ofreciendo a Estados Unidos la justificación para desatar la crisis mediante una confrontación militar que en la que Ucrania, Europa y Rusia pondrían el mayor número de víctimas y de territorios arrasados.

En esta circunstancia, dice Semo, lo que interesa a la OTAN – que no necesariamente a la Unión Europea -, consiste en “continuar replegando la zona de influencia rusa en Europa, como ha sucedido desde 1993.” Ante esta situación, por cierto el actual presidente de Ucrania, ganó las elecciones de 2021 con el lema “Ni la OTAN, ni Rusia”, lo cual, observa Semo, podría ser “la autentica aspiración de la población ucrania: una postura similar a la que ocupa Finlandia desde la Segunda Guerra Mundial en Europa.” Faltará ver si llega a tener el valor de hacer ahora lo que propuso entonces, o seguirá esperando por una invitación a la mesa en que se discute el destino de la patria de todos los ucranianos.

Alto Boquete, Chiriquí, 4 de febrero de 2022


[1]: “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias. I. Nueva York, 2 de noviembre de 1889”. La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1889. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI: 46 – 47

[2] “Ucrania: el subsuelo de la crisis”. La Jornada, México, 3 de febrero de 2022. https://www.jornada.com.mx/2022/02/03/opinion/015a2pol