Los tiempos del tiempo

Guillermo Castro H.

“Todo está dicho ya; pero las cosas, cada vez que son sinceras, son nuevas.

Confirmar es crear.

Lo que hace crecer el mundo no es el descubrir cómo está hecho,

sino el esfuerzo de cada uno para descubrirlo.”

José Martí, 1890[1]

En verdad, vivimos tiempos de gran incertidumbre, en los que por momentos no parece haber siquiera dónde reposar la mirada. El mundo está sumergido en una crisis ambiental – en gran parte provocada por nosotros mismos, los humanos –, en la cual va tomando forma un sistema Tierra muy distinto al que ayer apenas dábamos por normal. A eso se agregan una crisis geopolítica, que por momentos parece llevarnos a los linderos de una nueva guerra mundial, y transformaciones geoeconómicas que anuncian una etapa enteramente nueva en la historia del mercado mundial.

            Nada esto, sin embargo, significa que vayamos hacia un destino ya definido. Estamos en un cambio de épocas, como aquel en que Martí se refería a la angustia “con que se vive en todas partes del mundo en la época de transición en que nos ha tocado vivir”.[2] Y buscaba, como el hombre culto que era, las razones de esa transición en la historia de su tiempo.

“El siglo último”, decía – refiriéndose al XVIII, que culminó con la Revolución Francesa – “fue el del derrumbe del mundo antiguo: éste es el de la elaboración del mundo nuevo”.[3] Con ello, viendo más allá de la angustia que generaba la incertidumbre de tan vasto proceso, no vacilaba en afirmar – como podemos hacerlo nosotros -, que la ciencia y la libertad “son llaves maestras que han abierto las puertas por donde entran los hombres a torrentes, enamorados del mundo venidero.”[4]

Ese optimismo sobre el futuro no se asentaba en ilusiones, sino en una clara visión de las contradicciones que emergían en aquella transición, y la impulsaban. “El mundo”, decía,

está en tránsito violento, de un estado social a otro. En este cambio, los elementos de los pueblos se desquician y confunden; las ideas se obscurecen; se mezclan la justicia y la venganza; se exageran la acción y la reacción; hasta que luego, por la soberana potencia de la razón, que a todas las demás domina, y brota, como la aurora de la noche, de todas las tempestades de las almas, acrisólanse los confundidos elementos, disípanse las nubes del combate, y van asentándose en sus cauces las fuerzas originales del estado nuevo.[5]

Para nosotros, en nuestra América, lo realmente importante es preguntarse por el origen de nuestro cambio de épocas, las opciones de futuro que nos ofrece, y lo que podemos hacer al respecto. La respuesta a estas preguntas (aún) no llega al detalle necesario. De momento, solo podemos intuir la tendencia general, dentro de la cual lo importante, como nos dice Martí, es el esfuerzo de cada uno por contribuir al aporte de todos en la construcción de esa verdad.

Los caminos de ese aporte son muchos. Quizás el más importante sea, en cualquier caso, el que lleve a la transformación de los términos del ejercicio de la dependencia de la especie humana respecto al entorno natural que sostiene su existencia. Esto tiene especial importancia en al menos tres sentidos.

Uno consiste en que esa dependencia respecto al entorno natural vincula nuestros problemas locales con los que afectan al conjunto de la Humanidad en el planeta entero. Otro, en que ese vínculo nos ayuda a comprender que el ambiente es el resultado de las interacciones que hemos establecido las sociedades humanas y su entorno natural, y que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes. Y el tercero, en que nos ayuda a comprender que nuestra dependencia respecto al mundo natural es insostenible en una perspectiva de crecimiento económico sostenido, cuando lo que ahora necesitamos es hacer sostenible nuestro propio desarrollo como especie.

Se trata, en breve, de alcanzar aquel fin de la prehistoria de la Humanidad que para Marx anunciaba el comienzo de la etapa de nuestro propio desarrollo humano en la que finalmente todos podamos compartir la visión que inspiraba en Martí su lectura del filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson:

El objeto de la vida es la satisfacción del anhelo de perfecta hermosura; porque como la virtud hace hermosos los lugares en que obra, así los lugares hermosos obran sobre la virtud. Hay carácter moral en todos los elementos de la naturaleza: puesto que todos avivan este carácter en el hombre, puesto que todos lo producen, todos lo tienen. Así, son una la verdad, que es la hermosura en el juicio; la bondad, que es la hermosura en los afectos; y la mera belleza, que es la hermosura en el arte. […] La naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre. Y el hombre no se halla completo, ni se revela a sí mismo, ni ve lo invisible, sino en su íntima relación con la naturaleza.[6]

            Alto Boquete, Panamá, 24 de febrero de 2020


[1] “Francisco Sellén”. El Partido Liberal, México, 28 de septiembre de 1890. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.V:190.

[2] “La exhibición sanitaria”. La América, Nueva York, mayo de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII: 437.

[3] “Garfield”. La Opinión Nacional. Caracas, 19 de octubre de 1881. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XIII:199.

[4] “Respeto a nuestra América”. La América, Nueva York, agosto de 1883. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI:24.

[5]Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares”. La América, Nueva York, octubre de 1883. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V:109.

[6] “Emerson”. La Opinión Nacional, Caracas, 19 de mayo de 1882. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XIII: 25 – 26.

El camino a un orden nuevo

Guillermo Castro H.

“Estudien, los que pretenden opinar.

No se opina con la fantasía, ni con el deseo,

sino con la realidad conocida,

con la realidad hirviente en las manos enérgicas y sinceras

que se entran a buscarla por lo difícil y oscuro del mundo. […]

Y fundemos, sin la ira del sectario, ni la vanidad del ambicioso.”

José Martí, 1894[1]

Quizás el relato más importante a nuestro alcance sobre la crisis de un orden mundial sea la novela El Nombre de la Rosa, del semiólogo y medievalista italiano Umberto Eco, publicada allá por 1980.[2] Hoy, cuando vemos a la Humanidad al borde del gran desorden mundial que puede anunciar (o no) la generalización de la guerra contra la OTAN librada por Rusia en el territorio de Ucrania, podemos ver también que a la Rosa de Eco no le falta ningún pétalo a medio siglo de haber florecido.

            En la novela, ubicada hacia 1327, el agotamiento de la Edad Media se hace evidente en el conflicto y las guerras entre el Papado y el Sacro Imperio Romano-Germano por la hegemonía en lo que hoy llamamos Europa. En el plano de la cultura, este conflicto se expresaba ya en los primeros signos de ruptura entre la vieja cultura medieval y la que anuncia la transición a la modernidad, representadas en el monje ciego Jorge de Aragón, y el sacerdote franciscano Guillermo de Baskerville, respectivamente. Faltaban aún doscientos años para el cisma de Occidente, y cien más para el nacimiento del mercado mundial. No en balde, la últimas palabras del franciscano, son “Hay demasiada confusión aquí. Non in conmotione, non in conmotione Dominus.”[3]

De esa clase de conmoción son los cambios que nos ha tocado conocer a principios del siglo XXI. Al respecto, dice el analista argentino Julio Gambina,

La globalización o mundialización impulsada desde los 80/90 del siglo pasado se sustentaba en la “cooperación” global para el “libre comercio”, afirmada en la base del desarrollo de las fuerzas productivas impulsadas por la innovación tecnológica, la informática, la inteligencia artificial y la difusión de la digitalización. Esa base material supuso un crecimiento de la productividad del trabajo que interviene en la disputa del ingreso a favor de la ganancia y en contra de los ingresos populares, especialmente ante los problemas económicos del 2020/22, cierre económico y pandemia mediante. La situación se expresa en el alza de los precios, que se manifiesta como inflación y que preocupa al poder mundial ante la desestabilización y aliento al conflicto social que ello puede generar. De ese modo, lo que aparece en la coyuntura de los últimos años del sistema mundial, es una dinámica de “no cooperación” que viene desde antes de la pandemia. [4]

Para Gambina, tales cambios en el llamado “tablero de las relaciones internacionales” constituyen señales del “desorden” del orden vigente desde 1991, “e indicios de búsquedas de nuevos rumbos en la conducción del sistema mundial.” La circunstancia inmediata, sin embargo, es de tal complejidad que muchos perciben este cambio de épocas desde la perspectiva de un fin de los tiempos, agravada además por la activa deshistorización de toda cultura llevada a cabo por el noeliberalismo de 1990 acá.

Porque en efecto, esto es a un tiempo nuevo y no. Los cambios de época se han expresado siempre en un incremento de las tensiones sociales, las contradiciones económicas y los conflictos políticos que, llevado a sus grados extremos, han dado lugar a enfrentamientos militares. El surgimiento del mercado mundial, por ejemplo, fue un periodo de guerras de conquista y de enfrentamientos que condujeron a la creación de monarquías coloniales, primero, y de Estados republicanos después. ¿Y qué decir de la transición entre aquel la primera organización colonial del sistema mundial y su subsiguiente organización internacional, intermediada por la Gran Guerra de 1914-1945?

Lo importante, ahora, es que un tiempo se agota ante nuestra vista, mientras otro emerge de las posibilidades que esa alteración en el curso de lo que hasta hace poco tendíamos a considerar “normal”. Porque en efecto, ¿cómo puede ser “normal” un circunstancia en la cual – dice Gambina – “la preocupación por la pandemia continua  y la inflación volvió a la agenda de los problemas en la economía mundial, en un marco no resuelto de “cambio climático”, a lo que ahora se agrega el conflicto bélico por la hegemonía en Eurasia?

            Quizás cabría decir que todo esto se agrava debido a que – en la misma medida en que aún no alcanzamos a comprenderlo en toda su complejidad – carecemos aún del lenguaje correspondiente a la nueva realidad que emerge. Por lo mismo, debemos cuidar el uso del lenguaje que muere, y contribuir a la construcción del que demanda el tiempo que viene.  

En tiempos así, Guillermo de Baskerville aconsejaría tomar como punto de partida el lugar y la función de cada parte en la evolución del todo, recordándonos además la superioridad de de lo real sobre lo ideal, la del tiempo sobre el espacio y, en particular, la de la unidad sobre el conflicto. Eso nos ayudará a comprender el curso del mundo si conocemos el camino que nos ha traido a la circunstancia que hoy llamamos nuestra. A eso se refiere Christopher Wickham – historiador de otra gran transición, la del mundo antiguo al medieval-  cuando nos dice que el desarrollo histórico “no va a ninguna parte, sino que, al contrario, procede de algún sitio.”[5] Para Guillermo de Baskerville había demasiada confusión en la fase inicial de la descomposición del mundo medieval en que Umberto Eco le dio vida. Hoy, probablemente, podría construir mejor sus preguntas desde el reino de este mundo.

Alto Boquete, Panamá, 7 de marzo de 2022


[1] “Crece”. Patria, 5 de abril de 1894. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. III:121.

[2] El Nombre de la Rosa y apostillas. (2016) Traducción de Ricardo Pochtar. Lumen, España.

[3] Op. Cit., p. 667.

[4] Julio C. Gambina / 27/02/2022. “El conflicto entre Rusia y Ucrania es expresión del desorden mundial. https://www.alainet.org/en/node/215009.”

[5] Europa en la Edad Media. Una nueva interpretación. Crítica, Barcelona, 2017. http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/europa_en_la_edad_media.pdf

Para el debate sobre la historia en Panamá

Guillermo Castro H.

El debate en torno a la ley que regularía la profesión de historiador en Panamá es apenas un síntoma de un mal más amplio y complejo. Toda ley, en efecto, es un medio para un fin mayor. Y en este caso ese fin mayor consiste en encontrar remedio a la deplorable situación de los estudios históricos en Panamá.

Se han dado algunos pasos al respecto, como la creación del CIHAC-AIP en el Ministerio de Cultura, y el inicio (finalmente) de las actividades del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de Panamá. El país cuenta además con el programa de becas de postgrado que maneja SENACYT, que si bien ha beneficiado sobre todo a especialistas de las ciencias naturales también está a disposición de sus colegas en ciencias sociales y Humanidades.

Otros elementos positivos incluyen lo avanzado en la investigación de la historia del Panamá antiguo desde entidades como el Instituto Smithsonian y la Fundación El Caño, así como los avances en materia de protección de nuestro patrimonio histórico. Y a esto se agrega la enorme cantidad de información histórica sobre Panamá en entidades culturales de países como Estados Unidos, España y Colombia, constantemente enriquecida por nuevos estudios sobre el pasado del Istmo producidos por historiadores de Panamá como de esos y otros países.

Ante este panorama, nuestra comunidad de partes interesadas en el desarrollo de la historia debería contribuir a establecer una agenda de temas pendientes de importancia para el futuro de Panamá. Necesitamos, realmente, conocer y dar a conocer mucho mejor la historia del trabajo, de la tecnología, de la agricultura, de la ciencia, del ambiente, de la cultura y del lugar de Panamá en la historia del mercado mundial. Desde la identificación de esas necesidades será mucho más sencillo identificar los medios necesarios para atenderlas, y trabajar juntos para obtenerlos.

La presencia de autores vinculados a esos campos constituye un valioso aporte inicial para tareas de tal complejidad. El Estado, sin embargo, debe comprender esta tarea y comprometerse con ella. El conocimiento de la propia historia es un elemento fundamental en la formación y desarrollo de la identidad nacional, tanto más valiosa en tiempos de reordenamiento del sistema mundial, y de nuestras propias opciones de futuro.

Panamá, 10 de marzo de 2022

Nota sobre la ecología política de la sostenibilidad del desarrollo humano en Panamá

Guillermo Castro H.

En lo más sencillo, un conflicto socioambiental ocurre cuando grupos sociales distintos aspiran a hacer usos mutuamente excluyentes de los recursos de un mismo ecosistema. Este tipo de conflicto nunca ha estado ausente en la historia de Panamá, pero ha tendido a incrementarse desde fines del siglo XX.

Para entonces hubo dos conflictos de gran importancia histórica. El primero, en la década de 1970, ocurrió en torno al proyecto estatal de poner en explotación el yacimiento de cobre de Cerro Colorado, rechazado por la población del Oriente Chiricano y, en particular, por el pueblo Ngöbe, que finalmente lograron su cancelación. El segundo, entre 1999 y 2006, tuvo lugar ante el intento de la Autoridad del Canal de Panamá de inundar la cuenca media del río Indio, con el fin de trasvasar agua al Canal de Panamá ante el incremento del caudal que requeriría la ampliación de este.

En este caso, el foco principal de resistencia estuvo en la población campesina de la cuenca, que contó con apoyo de movimientos sociales del campo y la ciudad, y obligó al gobierno a cancelar el proyecto para hacer viable políticamente la ampliación del Canal. Con ello, la lucha campesina por el control del agua del río Indio constituyó el punto de partida en el desarrollo del ambientalismo moderno en Panamá. Esto se hizo visible sobre todo en la multiplicación de las organizaciones sociales de lucha en defensa de su derecho al agua, frente a la expansión del negocio hidroeléctrico, sobre todo en Veraguas y en Chiriquí.

            Aquel movimiento de lucha por el agua había sido precedido por focos rurales de resistencia a la política oficial de fomento de la minería metálica a cielo abierto. Para mediados de de la década de 1990, esa resistencia se expresó con especial vigor en torno al proyecto minero de Cerro Quema, en Los Santos, y en otros como los de Remance y Cañazas, en Veraguas. Para mayo de 2012, un nuevo intento de poner en explotación el yacimiento de Cerro Colorado generó una protesta del pueblo Gnöbe que fue enfrentada con gran violencia por el Estado.

Entretanto, casi en los márgenes de la percepción nacional, se había iniciado la explotación del yacimiento de cobre y oro de Petaquilla, en el Distrito de Donoso, provincia de Colón, que al igual que el de Cerro Colorado venía siendo evaluado desde la década de 1970. Así, para 2021, el economista Guillermo Chapman, estrechamente vinculado a los estratos superiores del sector empresarial, pudo afirmar que en la década de 2010 – 2019 “la minería fue el sector de mayor crecimiento. Hasta el año 2018, en buena medida, su producción se centraba en materiales para la construcción y, en el año 2019, se inició la producción de concentrado de cobre por Minera Panamá.”[1]

El proceso de desarrollo de la minería dejó en evidencia que los sectores dominantes en la economía panameña, ante la posibilidad de incorporar el Canal a la economía nacional como un medio para el desarrollo integral del país, optaron en cambio por utilizar ese valioso activo para conformar un enclave logístico y financiero, al que se agregaba ahora otro, dedicado a la minería. El alcance de esa decisión, por otra parte, resaltaba ante el hecho de que la crisis detonada por la pandemia en 2020 incluía, además de una situación de crecimiento económico incierto, otras de inequidad social persistente; degradación ambiental constante y deterioro institucional creciente.

En ese marco, la creación de un nuevo enclave minero -que genera y exporta enormes ganancias a favor de inversionistas extranjeros mientras contribuye al deterioro del patrimonio natural de la nación -, agrava esa crisis en todos sus planos, sin contribuir a resolverla. Para los sectores dominantes en Panamá, todo se reducía a si antes habíamos sido un país canalero ahora se había decidido que fuera, además, minero. Para los movimientos sociales, en cambio, se hizo evidente que si antes esos mismos sectores decían que sin el Canal no habría país, ahora se hacía evidente que sin país no habrá Canal, ni minería metálica a cielo abierto, pus ambos hacen parte de un modelo de desarrollo que atenta contra las condiciones de producción – sociales, naturales, de infraestructura – que sólo el país puede proporcionarles.

El principal recurso natural de Panamá son los ecosistemas que garantizan la abundancia de agua y biodiversidad en el territorio del país. Esos recursos han sido sometidos a una presión constante desde la década de 1950 la cual, por ejemplo, ha reducido la cobertura forestal de Panamá desde el 70 a entre el 30 y el 40 por ciento del territorio. En cuanto al agua, los principales ríos del país han visto deteriorarse sus cuencas y contaminarse sus aguas, sea por el desarrollo urbano desordenado, por una agricultura intensiva en agroquímicos o por actividades como la minería, hoy en proceso de expansión.

            Esto ocurre además en momentos en que la humanidad enfrenta una crisis ambiental planetaria en la que se combinan, por un lado, la contaminación masiva del agua, la tierra y la atmósfera y, por otro, el colapso de los ecosistemas cuyos servicios son el factor fundamental de sostenibilidad del desarrollo humano en el planeta. Así las cosas, la minería que tenemos es la que corresponde a una economía organizada para su propio crecimiento sostenido, medido por los ingresos inmediatos que genera, y no por su apote a la sostenibilidad del desarrollo humano, expresado en la calidad de vida de las grandes mayorías sociales. Con ello, la brecha metabólica entre lo que esa economía demanda de la naturaleza y lo que ésta está en capacidad de ofrecer, tiende por necesidad a convertirse en una brecha política entre los grandes beneficiarios y las masas perdedoras en ese modelo de desarrollo, que ahora ha ingresado a una nueva fase expansiva en Panamá.

            En todo caso, la lucha contra ese modelo de crecimiento sostenido, finalmente destructivo, debe ser encarada desde la realidad histórica de cada sociedad. En el caso de Panamá, las circunstancias históricas en que ha ocurrido nuestro desarrollo han dado lugar a que el extractivismo minero aparezca como una novedad del siglo XXI, en momentos en que se combinan una creciente demanda de empleo en una economía subsidiada por la desigualdad social.

De momento, la estrategia de lucha por la sostenibilidad del desarrollo humano en Panamá debería contemplar al menos tres momentos de política bien articulados entre sí. El primero, ya en curso, consiste en el paso de la denuncia a la crítica del proceso de transformación del patrimonio natural del país en capital natural del sector privado. El segundo se refiere al paso de la protesta contra la política de hechos consumados en esta materia a la propuesta de una política que garantice la gestión adecuada de nuetro patrimonio natural. Con esto, se crearán las condiciones para encarar finalmente el verdadero problema central que está en discusión aquí.

El ambiente, en efecto, es el producto de las interacciones entre los sistemas sociales y los sistemas naturales a lo largo del tiempo. Esas interacciones operan a partir de procesos de trabajo socialmente organizados, en lo que va desde la agricultura campesina hasta los servicios de tránsito interoceánico. Así, cada sociedad tiene el ambiente que corresponde a sus formas de relación con la naturaleza, cuya organización responde a los intereses de los sectores dominantes en esa sociedad.

En este sentido y en este momento en la historia de Panamá y del mundo, si deseamos un ambiente distinto tendremos que construir una sociedad diferente. Esto es fácil de decir, pero requerirá de un prolongado periodo de lucha cultural y política, y de fomento de formas innovadoras de interacción con la naturaleza tanto en el plano tecnológico como en el del pensamiento económico.

Hoy, la lucha por la sostenibilidad del desarrollo humano debe enfrentar el enorme poder acumulado por la cultura del crecimiento económico sostenido. Al propio tiempo, sin embargo, el deterioro acumulado por ese poder – expresado por su incapacidad política para enfrentar las consecuencias ambientales de sus propia dinámica – conspira a favor de la lucha por la sostenibilidad, que garantice la sobrevivencia del género humano. Dice un viejo proverbio que un viaje de mil días comienza con un paso. Ese paso ya lo dieron los campesinos de río Indio al comenzar el siglo XXI. En verdad, la gente hace camino al andar.

Alto Boquete, Panamá, 10 de marzo de 2022


[1] https://www.indesa.com.pa/wp-content/uploads/2021/04/HACIA-UNA-NUEVA-VISION-ECONOMICA-Y-SOCIAL-EN-PANAMA-GUILLERMO-CHAPMAN-JR..pdf, y agrega: “Como no contamos con leyes generales que ameriten la confianza de los inversores internacionales, nos hemos convertido en el país de las leyes especiales y de los contratos-ley, aquellos de las explotaciones mineras, el oleoducto de petróleo, las plantaciones de bananos y, en su momento, la refinería de petróleo.” Ese inicio había sido precedido a partir de 2014 por un largo proceso de inversión en infraestructura, que incluyó la construcción de un puerto y caminos de acceso, pese a una diversidad de problemas legales y críticas al contrato entre la empresa y el Estado finalmente negociado en 2021. Al respecto:

https://cobrepanama.com/cronologia.

Elogio de las picotas

Guillermo Castro H.

“Se ha de tener fe en lo mejor del hombre

y desconfiar de lo peor de él.

Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca.

Si no, lo peor prevalece.

Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles;

y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.”

José Martí[1]

Hace años ya, de paso por Panamá, Ricardo Alarcón – en aquel entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba -, nos dijo a muchos en una charla que los medios de comunicación podían manipular la realidad, pero no podían crearla. De entonces acá esos medios se han multiplicado, como lo han hecho su influencia en la vida social, y su capacidad de manipulación de lo real – que hoy llega al extremo de privar de voz propia a una de las partes del conflicto que se libra en Ucrania.

En estas cosas, explican poco las explicaciones manidas, como aquella de que la verdad es la primera víctima de toda guerra. En efecto, las explicaciones que necesitamos incluyen las que permiten entender cómo y para qué se procura manipular a la verdad. Y para eso, hay que acudir a opiniones expertas.

Veamos por ejemplo el caso de Paul Joseph Goebbels, quien dirigió el Ministerio de Educación Popular y Propaganda, creado por Adolf Hitler a su llegada al poder en 1933. Desde allí, el ministro Goebbels desarrolló los 11 principios de la propaganda nazi, que operaron con gran eficacia y que hoy animan la mayor parte de las noticias engañosas que circulan por las grandes cadenas noticiosas y las llamadas redes sociales. [2]

En lo más esencial, esos principios buscan individualizar al adversario en un único enemigo, como fue el caso del judío comunista que además era un intelectual. A esto se agrega atribuir al adversario los propios errores o defectos, procurando transformar cualquier anécdota en una amenaza grave. Y esto a su vez demanda que toda propaganda deba “ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar.”

La propaganda, por otra parte, “debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto.”  Para garantizar su eficacia, además, es necesario “acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario”, operando “a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales”, para difundir argumentos que puedan “arraigar en actitudes primitivas.” Y la calidad del resultado puede medirse mediante el “principio de la unanimidad”, que busca convencer a cada uno de que piensa “como todo el mundo”.

Por aquellos años, otro alemán, de nombre Bertolt Brecht enfrentó los 11 principios del Dr. Goebbels con un texto que se levanta de sus cenizas ante cada intento del fascismo por ensangrentar nuevamente sus laureles. El texto – breve, claro, directo – se titulas Cinco dificultades para decir la verdad [3].

La primera dificultad, dice Brecht, consiste en tener el valor de escribir la verdad aunque se la se desfigure por doquier. A esto se añade tener la inteligencia necesaria para descubrir la verdad; disponer del arte necesario para que resulte manejable como un arma; saber a quién confiar la verdad para que resulte útil, y proceder con astucia para difundirla. Tales dificultades, añade, “son enormes para los que escriben bajo el fascismo, pero también para los exiliados y los expulsados, y para los que viven en las democracias burguesas.”

Identificar la verdad para poder escribirla con propiedad no es fácil, sobre todo en tiempos como los que vivimos, cuando ha entrado de lleno en escena el poder de veto en el acceso a la información. Y sin embargo, es más importante que nunca, como lo entendió José Martí al señalar que

“A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve. La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, para salvar al país de la enemistad abierta o la amista codiciosa de los demás pueblos”.[4]

Para Brecht, descubrir la verdad implica trascender las apariencias y reconocer las relaciones que le dan sentido a los distintos aspectos de la realidad, sobre todo en una época “confusa y rica en transformaciones”, para transmitirla a quienes sean capaces de transformarla en acción.  En este terreno, Brecht es tajante. “Los que ignoran la verdad”, dice, “se expresan de un modo superficial, general e impreciso”, y en realidad “no se dirigen a nadie.” Para ellos, terminar con la barbarie demanda “predicar la mejora de las costumbres mediante el desarrollo de la cultura. Eso equivale a “aislar algunos eslabones en la cadena de las causas y a considerar como potencias irremediables ciertas fuerzas determinantes, mientras que se dejan en la oscuridad las fuerzas que preparan las catástrofes.”

Por ello, dice, quien quiera describir el fascismo y las guerras “debe hablar un lenguaje práctico: mostrar que esas desgracias son un efecto de la lucha de clases; poseedores de medios de producción contra masas obreras.” Para presentar verídicamente un estado de cosas nefats, dice, esnecesario mostrar que tiene “causas remediables”, porque “cuando se sabe que la desgracia tiene un remedio, es posible combatirla.”

Y esto plantea otra dificultad, dado que para ser revelado “el bien sólo necesita ser bien escuchado, pero la verdad debe ser dicha con astucia y comprendida del mismo modo.” Ella, añade, “es de naturaleza guerrera, y no sólo es enemiga de la mentira, sino de los embusteros.” En este terreno, dice, lo importante es “enseñar el buen método, que exige que se interrogue a toda cosa a propósito de sus caracteres transitorios y variables”, pues los dirigentes del orden establecido

“odian las transformaciones: desearían que todo permaneciese inmóvil, a ser posible durante un milenio: que la Luna se detuviese y el Sol interrumpiese su carrera. Entonces nadie tendría hambre ni reclamaría alimentos. Nadie respondería cuando ellos abriesen fuego; su salva sería necesariamente la última.”

Para Brecht, en suma “la gran verdad de nuestra época […] es ésta: nuestro continente se hunde en la barbarie porque la propiedad privada de los medios de producción se mantiene por la violencia.” Decir esto, añade enseguida, “nos hará perder muchos amigos: todos los que, matizando la tortura, creen que no es indispensable para el mantenimiento de las formas actuales de propiedad. Y aún así, se reitera en su planteamiento fundamental:

“Digamos la verdad sobre las condiciones bárbaras que reinan en nuestro país; así será posible suprimirlas, es decir, cambiar las actuales relaciones de producción. Digámoslo a los que sufren del statu quo y que, por consiguiente, tienen más interés en que se modifique: a los trabajadores, a los aliados posibles de la clase obrera, a los que colaboran en este estado de cosas sin poseer los medios de producción.”

En estas cosas no fue en balde que Martí nos dijera que la política “es la verdad”, y que el mérito de decirla “es de la verdad, y no de quien la dice”[5], y que hiciera de esa verdad, así entendida, una norma de conducta en su vida intelectual y política. Por eso pedía a los pueblos de nuestra América instalar aquellas dos picotas: una “para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.” Con esto, al acercarse a la hora de su ingreso en el provenir, confirmaba lo que había intuido con plena claridad en la hora de su primera madurez:

“Y esto es absolutamente cierto, con toda la honrada verdad de que es susceptible la palabra humana, – con toda la escrupulosa exactitud de quien considera un crimen alimentar esperanzas políticas que no tienen razón de existir – por el placer mezquino de hacer triunfar la vanidad ridícula, o el interés sórdido, – o de disimular – so capa de fáciles combates y cómodas oposiciones, inveteradas y reales flaquezas. Se ha de vivir y morir abrazado a la verdad. Y así, si se cae, se cae con una hermosa compañía. Que enferma, pero nunca muere. Triunfaremos.”[6]

Alto Boquete, Panamá, 4 de marzo de 2022


[1] 1975, VI, 22: “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.

[2] “Los 11 principios de la propaganda nazi de Joseph Goebbels”

https://www.altaveu.com/opinio/los-11-principios-de-la-propaganda-nazi-de-joseph-goebbels_1597_102.html

[3] Cinco dificultades para decir la verdad. Bertolt Brecht, 1934 https://www.jstor.org/stable/27820480

[4] “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”. La Revista Ilustrada, Nueva York, mayo de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana,1975. VI:158.

[5] “Ciegos y desleales”. Patria, Nueva York, 28 de enero de 1893. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. II: 215.

[6] 1975, XXI, 242: Cuadernos de Apuntes, 8 (1880 – 1882).

Ucrania desde nos

Ucrania desde nos

Guillermo Castro H.

“En cosas de tanto interés, la alarma falsa fuera tan culpable como el disimulo.

Ni se ha de exagerar lo que se ve, ni de torcerlo, ni de callarlo.

Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima,

sino cuando se les puede evitar.

Lo primero en política, es aclarar y prever.”

José Martí[1]

Se atribuye al estratega chino Sun Tzu haber definido la victoria como el control del equilibrio Pocos países hubiera imaginado uno con la capacidad de Ucrania para ejercer el papel de un centro de equilibrio entre Europa y Eurasia, por su posición geográfica, su historia y su riqueza. En cambio, a partir de 2014 optó por convertirse en un protectorado de la OTAN, que ni siquiera la invita a participar en las negociaciones para evitar una guerra que se libraría en su propio territorio.

Al respecto, un artículo de Ilán Semo,[2] señala que en el 2020, el ingreso per capita de Ucrania –3 mil 726 dólares por persona– era un poco más bajo que el de El Salvador –3 mil 796 dólares–. “No siempre fue así”, añade, “Desde la muerte de Stalin,” quien “castigó duramente” al mundo rural durante la colectivización de la tierra entre 1928 y 1934, Ucrania

devino una de las repúblicas más prósperas de la región. Desde los años 50, Moscú trasladó a su territorio la construcción integral de los aviones Antonov, la industria de los reactores nucleares, sus bases enteras de submarinos atómicos (situadas en Crimea precisamente) y la convirtió en el granero soviético.

Sin embargo, al desaparecer la Unión Soviética, la mayor parte de las empresas que fueron privatizadas “cayeron en manos de una de las más inverosímiles oligarquías modernas.” Así,

Cuatro grupos empresariales (concentrados en la construcción, la banca, la producción de alimentos, los medios de comunicación y el comercio) acabaron concentrando 70 por ciento del ingreso nacional. Aunque la mayor parte de ese ingreso proviene de dos fuentes: la renta que Rusia paga a Kiev por permitir el paso de su gas hacia Europa y las exportaciones de trigo a través de los puertos del mar Negro. Desde los años 90, se promulgó una ley que hizo posible (y protege) la concentración de 80 por ciento de la tierra fértil en manos de 21 latifundistas. […] A partir de 1993, la pauperización de los trabajadores del campo y la ciudad resultó prácticamente salvaje. Otro de los ingresos vitales lo representan las remesas anuales de 10 millones de ucranianos, los cuales trabajan estacionalmente en Europa. Cuatro millones de jóvenes han emigrado para siempre. Todos y cada uno de los presidentes (incluido el actual, Volodymyr Zelensky) han provenido de esta casta seudoempresarial.

Esta situación ilustra lo dicho por Immanuel Wallerstein a fines del siglo XX, cuando señaló que la desintegración de la Unión Soviética anunciaba el fin del sistema mundial organizado por los vencedores en la Gran Guerra de 1914-1945, y aceleraría la descomposición de las estructuras de mediación social y política en todos los Estados que integran ese sistema. Conviene recordar, si, que la garantía mayor en el equilibrio de ese sistema – más allá del control por el FMI de una economía mundial dolarizada, o del papel del Consejo de Seguridad de la ONU como garante del equilibrio político del subsistema internacional – fue la Destrucción Mutua Asegurada, como llamaron algunos a un eventual enfrentamiento guerra nuclear entre las dos grandes potencias de la época: Estados Unidos, con el respaldo de la OTAN, y la Unión Soviética, con el del Pacto de Varsovia.

Muchos asumieron que el fin del equilibrio bipolar de 1945 – 1989 abría paso finalmente a un mundo unipolar, organizado por y para la llegada de “el siglo norteamericano” en la historia universal. Ese siglo, sin embargo, tardó apenas diez años en empezar a desintegrarse a partir del brutal atentado contra los miles de trabajadores que ocupaban las Torres Gemelas de Nueva York en el año 2001.

Tras esa acción criminal, de los rescoldos de la Guerra Fría emergió la “guerra sin fin” contra el terrorismo – como la llamara el presidente George W. Bush -, librada en “los rincones más oscuros del mundo” como Afganistán, Irak, Libia, Somalía y Siria, por mencionar algunos ejemplos. A ello se agregó, con la aniquilación de la antigua Yugoeslavia – el desmembramiento del antiguo campo socialista europeo y la limpieza ideológica de sus fragmentos, usualmente a cargo de fuerzas políticas conservadoras colindantes con el fascismo, en países como Hungría, Polonia y (justamente) la Ucrania que vemos hoy.

Ese acontecer, además, liberó al viejo orden mundial de las restricciones que limitaban el despliegue de sus propias contradicciones en las distintas sociedades que lo integraban, incluyendo a la Federación Rusa y los Estados Unidos, cuya democracia liberal se cuenta entre las víctimas de este proceso. Con ello ocurrió lo impensable, pues la batalla por la conquista de la unipolaridad ha venido a convertirse en su contrario: la creciente multipolarización del sistema mundial, visible en casos como los de China, Rusia y, a escala menor aún, India y Brasil.

De esa variante inesperada no ha estado ausente Europa. La salida de la Unión Europea de Gran Bretaña, la creciente autonomía de Alemania y Francia y el carácter retrógrado de los regímenes de Europa Central quizás ayude a entender la reticencia de varios miembros de la OTAN a involucrarse en Ucrania al nivel en que los Estados Unidos lo necesitaría para demostrar en el exterior el liderazgo que la administración Biden no puede mostrar en casa.

En este proceso, nos dice Semo, la nueva oligarquía ucraniana en contró en el nacionalismo europeísta “la fórmula para desmantelar las protestas contra la casta local y construir un nuevo enemigo: la minoría rusa que habita las regiones del este y el sur del país.” El problema, añade, fue que “nunca calculó la respuesta: el secesionismo”, que llevó a la población de Crimea y de la región del Don por integrarse a Rusia, ofreciendo a Estados Unidos la justificación para desatar la crisis mediante una confrontación militar que en la que Ucrania, Europa y Rusia pondrían el mayor número de víctimas y de territorios arrasados.

En esta circunstancia, dice Semo, lo que interesa a la OTAN – que no necesariamente a la Unión Europea -, consiste en “continuar replegando la zona de influencia rusa en Europa, como ha sucedido desde 1993.” Ante esta situación, por cierto el actual presidente de Ucrania, ganó las elecciones de 2021 con el lema “Ni la OTAN, ni Rusia”, lo cual, observa Semo, podría ser “la autentica aspiración de la población ucrania: una postura similar a la que ocupa Finlandia desde la Segunda Guerra Mundial en Europa.” Faltará ver si llega a tener el valor de hacer ahora lo que propuso entonces, o seguirá esperando por una invitación a la mesa en que se discute el destino de la patria de todos los ucranianos.

Alto Boquete, Chiriquí, 4 de febrero de 2022


[1]: “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias. I. Nueva York, 2 de noviembre de 1889”. La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1889. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI: 46 – 47

[2] “Ucrania: el subsuelo de la crisis”. La Jornada, México, 3 de febrero de 2022. https://www.jornada.com.mx/2022/02/03/opinion/015a2pol

Los tiempos del tiempo

Los tiempos del tiempo

Guillermo Castro H.

“Todo está dicho ya; pero las cosas, cada vez que son sinceras, son nuevas.

Confirmar es crear.

Lo que hace crecer el mundo no es el descubrir cómo está hecho,

sino el esfuerzo de cada uno para descubrirlo.”

José Martí, 1890[1]

En verdad, vivimos tiempos de gran incertidumbre, en los que por momentos no parece haber siquiera dónde reposar la mirada. El mundo está sumergido en una crisis ambiental – en gran parte provocada por nosotros mismos, los humanos –, en la cual va tomando forma un sistema Tierra muy distinto al que ayer apenas dábamos por normal. A eso se agregan una crisis geopolítica, que por momentos parece llevarnos a los linderos de una nueva guerra mundial, y transformaciones geoeconómicas que anuncian una etapa enteramente nueva en la historia del mercado mundial.

            Nada esto, sin embargo, significa que vayamos hacia un destino ya definido. Estamos en un cambio de épocas, como aquel en que Martí se refería a la angustia “con que se vive en todas partes del mundo en la época de transición en que nos ha tocado vivir”.[2] Y buscaba, como el hombre culto que era, las razones de esa transición en la historia de su tiempo.

“El siglo último”, decía – refiriéndose al XVIII, que culminó con la Revolución Francesa – “fue el del derrumbe del mundo antiguo: éste es el de la elaboración del mundo nuevo”.[3] Con ello, viendo más allá de la angustia que generaba la incertidumbre de tan vasto proceso, no vacilaba en afirmar – como podemos hacerlo nosotros -, que la ciencia y la libertad “son llaves maestras que han abierto las puertas por donde entran los hombres a torrentes, enamorados del mundo venidero.”[4]

Ese optimismo sobre el futuro no se asentaba en ilusiones, sino en una clara visión de las contradicciones que emergían en aquella transición, y la impulsaban. “El mundo”, decía,

está en tránsito violento, de un estado social a otro. En este cambio, los elementos de los pueblos se desquician y confunden; las ideas se obscurecen; se mezclan la justicia y la venganza; se exageran la acción y la reacción; hasta que luego, por la soberana potencia de la razón, que a todas las demás domina, y brota, como la aurora de la noche, de todas las tempestades de las almas, acrisólanse los confundidos elementos, disípanse las nubes del combate, y van asentándose en sus cauces las fuerzas originales del estado nuevo.[5]

Para nosotros, en nuestra América, lo realmente importante es preguntarse por el origen de nuestro cambio de épocas, las opciones de futuro que nos ofrece, y lo que podemos hacer al respecto. La respuesta a estas preguntas (aún) no llega al detalle necesario. De momento, solo podemos intuir la tendencia general, dentro de la cual lo importante, como nos dice Martí, es el esfuerzo de cada uno por contribuir al aporte de todos en la construcción de esa verdad.

Los caminos de ese aporte son muchos. Quizás el más importante sea, en cualquier caso, el que lleve a la transformación de los términos del ejercicio de la dependencia de la especie humana respecto al entorno natural que sostiene su existencia. Esto tiene especial importancia en al menos tres sentidos.

Uno consiste en que esa dependencia respecto al entorno natural vincula nuestros problemas locales con los que afectan al conjunto de la Humanidad en el planeta entero. Otro, en que ese vínculo nos ayuda a comprender que el ambiente es el resultado de las interacciones que hemos establecido las sociedades humanas y su entorno natural, y que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes. Y el tercero, en que nos ayuda a comprender que nuestra dependencia respecto al mundo natural es insostenible en una perspectiva de crecimiento económico sostenido, cuando lo que ahora necesitamos es hacer sostenible nuestro propio desarrollo como especie.

Se trata, en breve, de alcanzar aquel fin de la prehistoria de la Humanidad que para Marx anunciaba el comienzo de la etapa de nuestro propio desarrollo humano en la que finalmente todos podamos compartir la visión que inspiraba en Martí su lectura del filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson:

El objeto de la vida es la satisfacción del anhelo de perfecta hermosura; porque como la virtud hace hermosos los lugares en que obra, así los lugares hermosos obran sobre la virtud. Hay carácter moral en todos los elementos de la naturaleza: puesto que todos avivan este carácter en el hombre, puesto que todos lo producen, todos lo tienen. Así, son una la verdad, que es la hermosura en el juicio; la bondad, que es la hermosura en los afectos; y la mera belleza, que es la hermosura en el arte. […] La naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre. Y el hombre no se halla completo, ni se revela a sí mismo, ni ve lo invisible, sino en su íntima relación con la naturaleza.[6]

            Alto Boquete, Panamá, 24 de febrero de 2020


[1] “Francisco Sellén”. El Partido Liberal, México, 28 de septiembre de 1890. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.V:190.

[2] “La exhibición sanitaria”. La América, Nueva York, mayo de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII: 437.

[3] “Garfield”. La Opinión Nacional. Caracas, 19 de octubre de 1881. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XIII:199.

[4] “Respeto a nuestra América”. La América, Nueva York, agosto de 1883. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI:24.

[5]Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares”. La América, Nueva York, octubre de 1883. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V:109.

[6] “Emerson”. La Opinión Nacional, Caracas, 19 de mayo de 1882. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XIII: 25 – 26.