La verdad entera

Guillermo Castro H.

“el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia,

y derriba lo que se levanta sin ella.”

José Martí[1]

La solución de un problema depende en una medida muy importante de su definición a partir de premisas claramente entendidas. En ese sentido, por ejemplo, todo el planteamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 depende de lo que se entienda por desarrollo y por sostenibilidad. En este caso, el proceso que lleva a la construcción de ese planteamiento tiene una historia más larga de lo que el común de las personas imagina.

Así, Maite Zapiain Aizpuru nos ofreció en 2012 una reseña de los orígenes de ese proceso de definición, plasmados en el libro Los Límites del Crecimiento: informe al Club de Roma sobre el Predicamento de la Humanidad, publicado en 1972. [2] Ese Informe, a su vez, antecede a aquel otro que, con el título de Nuestro Futuro Común, fuera publicado en 1987 por las Naciones Unidas, con el cual se abrió a debate el problema de la sostenibilidad del desarrollo, entendiendo por tal aquel que permitiera satisfacer las necesidades del presente sin afectar las del futuro.

Lo que afloró entonces fue el problema de conciliar el crecimiento sostenido con el desarrollo sostenible. Así, el primer Informe se preguntaba si habría algún límite al crecimiento constante de la población humana, de la demanda de recursos y del incremento incesante de desechos provenientes de las actividades productivas necesarias para atender esa demanda. Para dar respuesta a esa pregunta, el Club de Roma -una asociación privada compuesta por empresarios, científicos y políticos -, encargó en 1970 a un grupo de investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (ITM), bajo la dirección del profesor Dennis L. Meadows, el análisis de ese problema.

En lo general, el Informe presentado al Club de Roma señalaba que si “la industrialización, la contaminación ambiental, la producción de alimentos y el agotamiento de los recursos mantienen las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial,” la Tierra alcanzaría los límites de su crecimiento en el curso de los próximos cien años. Con ello, el resultado más probable sería “un súbito e incontrolable descenso, tanto de la población como de la capacidad industrial.”

Ese planteamiento destacaba la necesidad urgente de “percatarse de las restricciones cuantitativas del medio ambiente mundial y de las trágicas consecuencias que tendría una extralimitación, a fin de iniciar nuevas formas de pensamiento.” Y esto, a su vez, exigía “tomar en consideración las limitadas dimensiones del planeta y los límites de la presencia y la actividad humana sobre el mismo.”

Ya entonces, por otra parte, era visible que alcanzar una situación de equilibrio mundial requería mejorar sustancialmente la suerte de los países en desarrollo para superar el empeoramiento sostenido de las brechas y las desigualdades que ya existían en el sistema mundial. Y era evidente también que estos problemas estaban asociados a los de la relación de las sociedades con su entorno natural.

Cabe decir, así, que hace ya medio siglo se podía llegar a la conclusión de que la rectificación “rápida y radical de la situación mundial hoy desequilibrada, y que se deteriora peligrosamente, es la primera tarea que afronta la humanidad.” Tal “esfuerzo supremo” debería ser emprendido de manera resuelta y pronta “para que logremos en este decenio [de 1970] la reorientación que buscamos implantar”, concertando “medidas internacionales” para llevar a cabo “una planeación conjunta de largo alcance en una escala y amplitud sin precedentes.”

            Nadie podría discutir hoy lo justo de esa conclusión. Lo que cabe es preguntarse, como lo hace Maite Zapiain, cuál es el dilema, sobre todo cuando “¡la cuenta atrás está iniciada!, ¡lo que antes era una amenaza ahora comienza a ser una realidad!” Para ella, se trata de que la pasividad humana y política “ha permitido, en gran parte, esta situación.” Actualmente, decía en 2012 y aún con más razón ahora

se plantean unas exigencias en recursos y residuos que el entorno limitado del planeta no puede satisfacer. Las desigualdades sociales se agudizan, provocado por la apropiación de bienes y riquezas por parte de la elite mundial. Las distancias entre ricos y pobres se acentúan a pasos agigantados y a escala planetaria, reflejándose en el contrate entre Norte-Sur y en la aparición de “bolsas de pobreza” en el propio Norte. El agua, el aire y el suelo se degradan debido a la contaminación química. El cambio climático cada día es más patente. Los suelos pierden paulatinamente su fertilidad.

Y ante esa situación decía entonces como podría decir hoy, que

Cambiar es imperiosamente necesario. Cambiar nuestra forma de vivir, disminuyendo la excesiva interferencia de las personas sobre el planeta. Cambiar la estructura de la sociedad actual, apreciando la calidad de vida, que prospera en situaciones de valor intrínseco, más que adherirse a un estándar de vida cada vez más elevado. En consecuencia, las políticas deben ser cambiadas, políticas que afectan a las estructuras económicas, tecnológicas, e ideológicas básicas.

            La verdad que faltaba entonces, y no tiene aún presencia adecuada en el planteamiento del problema, consiste -al decir del historiador Donald Worster, amigo de la Ciudad – en que si bien las ciencias de la naturaleza pueden demostrar más allá de cualquier duda que estamos inmersos en una grave ambiental, no puede explicar por qué y cómo hemos llegado a esta situación. El deterioro ambiental que padecemos es el resultado de las formas en que nuestra sociedad ha ido organizando sus relaciones con la naturaleza del siglo XVI acá. Por lo mismo, si deseamos un ambiente distinto, necesitamos promover y facilitar la creación de una sociedad diferente.

            El tipo de cambio político que esto demanda fue definido de la manera más sencilla por José Martí como uno gestado “con todos y para el bien de todos” los que estaban dispuestos a encarar y resolver un grave problema común. En esa misma línea de razonamiento, el papa

Francisco planteó en 2013 – ya en el camino a Laudato Si’, la gran encíclica ambiental que daría a conocer en 2015 -, que ese todos era superior a las partes que lo integraban. Por lo mismo, añadía,

El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad. Tanto la acción pastoral como la acción política procuran recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno. Allí entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades. Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.[3]

            Aún estamos en la tarea de comprender y recorrer ese camino hacia el papel que nos corresponde en el cuidado de la Creación, que no es un hecho del pasado, sino un proyecto de futuro en curso desde hace al menos diez mil años, en el que la responsabilidad fundamental nos corresponde a nosotros, los humanos. Esta es la parte de la verdad que aún nos falta construir, para que no crezca en la negligencia, ni derribe lo que se levanta sin ella.

Panamá, 20 de mayo de 2022


[1] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI: 18.

[2] Meadows, D.H.; Meadows, D.L.; Randers, J; Behrens, W. (1972): “Los límites del crecimiento: informe al Club de Roma sobre el predicamento de la Humanidad.” Reseña por Maite Zapiain Aizpuru (2012).

Click to access tmzapiain.pdf

[3] Francisco / Evangelii Gaudium (2013: 237)

http://www.aciprensa.com/Docum/evangeliigaudium.pdf

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