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Guillermo Castro H.

El día del ideólogo liberal seguro de sí mismo hasta la arrogancia ha quedado atrás. Los conservadores han resurgido, después de ciento cincuenta años de humildad autoimpuesta, para proponer como sustituto ideológico el interés  particular y despreocupado, enmascarado por misticismos y afirmaciones piadosas [aunque en realidad] tienden a ser presumidos cuando dominan y profundamente coléricos y vengativos cuando se ven denunciados o incluso sólo seriamente amenazados.

Immanuel Wallerstein, 1996[1]

Hace ya 27 años, en 1995, Immanuel Wallerstein convino en que, si bien destrucción del Muro de Berlín y la subsecuente disolución de la URSS pudieron ser celebradas como la caída de los comunismos y el derrumbe del marxismo-leninismo como fuerza ideológica en el mundo moderno, no constituyeron el triunfo definitivo del liberalismo como ideología. Esa, dijo entonces, fue “una percepción totalmente equivocada de la realidad”, pues esos acontecimientos significaron “el derrumbe del liberalismo” y el ingreso a un mundo posterior al mismo.

El año 1989, añadía, marcó el fin de una era político-cultural de realizaciones tecnológicas espectaculares, en que la mayoría de las personas creía que los lemas de la Revolución francesa – Libertad, Igualdad, Fraternidad – reflejaban una verdad histórica inevitable, que se realizaría en un futuro próximo. Al propio tiempo, Wallerstein adviritió tambien que el liberalismo siempre había sido “la quintaesencia de la doctrina del centro,” que se definía a la vez “en contra de un pasado arcaico de privilegio injustificado (que consideraban representado por la ideología conservadora ) y una nivelación desenfrenada que no tomaba en cuenta la virtud ni el mérito (que según ellos era representada por la ideología socialista/radical).”

Los liberales, decía, “siempre han tratado de definir al resto de la escena política como constituido por dos extremos, entre los cuales se ubican ellos”, afirmando “que el estado liberal -reformista, legalista y algo libertario- era el único estado capaz de asegurar la libertad.” Y sin embargo, añadía, si bien eso “quizá eso fuera cierto para el grupo relativamente pequeño cuya libertad salvaguardaba,” ese grupo “nunca ha pasado de ser una minoría perpetuamente en vías de llegar a ser la totalidad.”

En todo caso, si bien los orígenes del liberalismo se ubican “en los cataclismos políticos desencadenados por la Revolución francesa”, su apogeo ocurrió “en el periodo posterior a 1945 (hasta 1968), la era de la hegemonía de Estados Unidos en el sistema mundial.” A partir de allí, y hasta el presente, la bancarrota del liberalismo fue dando paso a lo que Wallerstein consideraba entonces “un periodo de grandes luchas políticas, de mayor importancia que cualquier otro de los últimos quinientos años.”

En esas luchas, decía, se enfrentaban “fuerzas del privilegio que saben muy bien que ‘es preciso cambiar todo para que nada cambie’ y están trabajando con mucha inteligencia y habilidad para hacerlo” y “fuerzas de liberación” que aún deben remontar el hecho de que “el proyecto de transformar la sociedad por la vía de tomar el poder estatal en todos los estados, uno por uno” ya no es viable, y “no tienen ninguna certeza de si existe o no un proyecto alternativo.” Para Wallerstein, la transición en curso exacerba “los males tradicionales del viejo liberalismo, como el recurso a la violencia en su relación con las sociedades periféricas del sistema mundial, la concentración de la riqueza en manos de minorías privilegiadas.” Y esto ocurre en una circunstancia en la cual en el mundo entero se combinan la frustración, la desesperanza y el sentimiento “de que es necesario actuar políticamente […], a pesar del sentimiento igualmente fuerte de que la actividad política de tipo ‘tradicional’ es probablemente inútil.”

Para 1995, señalaba, esa circunstancia exigía encarar “los problemas materiales, sociales y culturales, morales o espirituales que afectan la vida real de las personas reales”, y “trabajar en una estrategia de largo plazo para la transformación del orden ( o el des-orden) que genera esos problemas.” El punto, añadía, estaba en que ambas cosas deberían ser encaradas “simultáneamente, aunque de manera diferenciada.”

Esa diferencia se refería, entre otras cosas, al papel del Estado (liberal) en este proceso, el cual sin duda podía “escoger entre ayudar a la gente común a vivir mejor y ayudar a los estratos superiores a prosperar aún más”, pero no estaba en capacidad de transformar el orden de cosas vigente. A esto  añadía, por otra parte, que el llamado a construir la “sociedad civil” resultaba “igualmente vano”, pues ésta sólo podía existir en la medida en que los estados dispusieran de la capacidad de sostenerla y asumirla como su interlocutor para “realizar actividades legitimadas” por tales estados y para hacer “política indirecta (es decir no partidaria)” frente a estos. Con ello,

con la declinación de los estados, necesariamente la sociedad civil se está desintegrando. En realidad, es precisamente esa desintegración lo que los liberales contemporáneos deploran y los conservadores festejan en secreto. Estamos viviendo la era del “grupismo”, la construcción de grupos defensivos, cada uno de los cuales afirma una identidad en torno a la cual construye solidaridad y lucha por sobrevivir  junto con y en contra de otros grupos similares.

Considerando lo anterior, Wallerstein planteaba que la transición en curso en el sistema mundial permitía trabajar con eficacia en “los niveles local y mundial”. Sin embargo, trabajar en el ámbito del estado nacional solo tenía “una utilidad limitada” a objetivos a plazo muy corto o a largo plazo, pero no abarcaba el mediano plazo, porque éste suponía “un sistema histórico en marcha y funcionando bien.” Esa estrategia no es fácil de aplicar, porque las tácticas de una estrategia de ese tipo son necesariamente ad hoc y contingentes, y por eso el futuro inmediato se presenta tan confuso.

Cabe recordar que Wallerstein hizo parte de la generación de intelectuales y académicos occidentales a la que correspondió el mérito de extender a las ciencias sociales y las Humanidades lo señalado por Federico Engels para las ciencias naturales al plantear que cada fenómeno identificado por éstas “afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.”[2]

Hasta entonces, la geocultura del sistema internacional operaba a partir de la idea de mercados nacionales que negociaban entre sí bajo la tutela de sus respectivos Estados, así fuera en una relación de interdependencia “asimétrica”. A esa generación le correspondió el mérito de examinar al mercado mundial en su desarrollo histórico, incluyendo en ello las transiciones ocurridas en la organización del sistema mundial que les daba el soporte político y cultural necesario para su funcionamiento.[3]

Ese desarrollo ha conocido al menos tres etapas. La primera correspondió a la organización del mercado mundial en un sistema colonial, cuya crisis dio lugar a la Gran Guerra de 1914-1945. Esta abrió paso a la segunda, en la que fue creado un sistema internacional (interestatal, en realidad), a cuya crisis hace referencia el artículo que comentamos. Para mediados de la década de 1990, la transición hacia una tercera etapa de organización del mercado mundial ya estaba en curso, aunque el lenguaje necesario para expresarla en toda su complejidad aún estaba – y está – en desarrollo.

Esto incluye, por ejemplo, la formación del par global / glocal como alternativa asencillada – que no simplificada – al conjunto internacional / nacional / local característico de la geocultura liberal. Y desde este proceso de formación de una geocultura nueva se renueva sin duda la utilidad de volver a leer lo que Wallerstein nos planteara en la conclusión de sus reflexiones de 1995:

Ahora toca a todos los que han quedado fuera del actual sistema mundial empujar hacia delante en todos los frentes. Ya no tienen como foco el objetivo fácil de tomar el poder del estado. Lo que tienen que hacer es mucho más complicado: asegurar la creación de un nuevo sistema histórico actuando unidos y al mismo tiempo de manera muy local y muy global. Es difícil, pero no imposible.

Alto Boquete, Panamá, 7 de octubre de 2022


[1] Immanuel Wallerstein: “¿Después del liberalismo?” Extracto del libro Después del liberalismo. Siglo XXI editores, México, 1996.

[2] “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” (1876).

https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe3/mrxoe308.htm#fn0

[3] Al respecto, por ejemplo: Braudel, Fernand: La Dinámica del Capitalismo (1985). Alianza Editorial. Madrid.

Socialismo, el de nosotros

Guillermo Castro H.

“Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia.

Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra.

Nos es más necesaria.”

José Martí, 1891[1]

Tercermundismo, le dicen unos; subdesarrollo, lo llaman otros, pero el nombre más ajustado a nuestra realidad probablemente sea el de la dependencia inherente al lugar y la función que ocupan nuestras sociedades en el moderno sistema mundial. Esa situación ha tenido altas y bajas, como toda realidad histórica verdadera. Así, de 1990 esa realidad fue la de una visión del mundo que proponía refundar nuestro futuro sobre lo peor de nuestro pasado – aquel de la disyuntiva entre civilización y barbarie. 

Esa visión – que se presentó a sí misma bajo el nombre de neoliberalismo -, nos llevó de vuelta a aquella circunstancia de la que podía decir José Martí en 1883 que

Como niñas en estación de amor echan los ojos ansiosos por el aire azul en busca de gallardo novio, así vivimos suspensos de toda idea y grandeza ajena, que trae cuño de Francia o Norteamérica; y en plantar bellacamente en suelo en cierto Estado y de cierta historia, ideas nacidas de otro Estado y de otra historia, perdemos las fuerzas que nos hacen falta para presentarnos al mundo – que nos ve desamorados y como entre nubes – compactos de visión y unos en la marcha, ofreciendo a la tierra el espectáculo no visto de una familia de pueblos que adelanta a iguales pasos en un continente libre.[2]

Es justo notar que esa estación de amor no era nueva entre nosotros, ni afectaba tan solo a la intelectualidad que buscó ser útil a los Estados neoliberales. Incluyó, también, a los herederos de quienes habían buscado antes, en otras corrientes ideológicas, sustento a aspiraciones de progreso económico, justicia social y democracia de amplia base popular, garantizados por Estados nacionales plenamente soberanos.

De esa búsqueda tenemos un hermoso ejemplo temprano en las reflexiones que dedicara el joven comunista cubano Julio Antonio Mella (1903-1929) al legado cultural y político de José Martí. Para Mella, cuya visión del mundo estaba marcada por el empeño en culminar la independencia política de Cuba mediante una revolución que abriera paso al socialismo en su país, la comprensión del legado martiano pasaba “en el caso de Martí y de la revolución, tomados únicamente como ejemplos,” por la tarea de ver

el interés económico-social que «creó» al apóstol, sus poemas de rebeldía, su acción continental y revolucionaria; estudiar el juego fatal de las fuerzas históricas, el rompimiento de un antiguo equilibrio de fuerzas sociales; desentrañar el misterio del programa ultrademocrático del Partido Revolucionario, el milagro —así parece hoy— de la cooperación estrecha entre el elemento proletario de los talleres de la Florida y la burguesía nacional; la razón de la existencia de anarquistas y socialistas en las filas del Partido Revolucionario, etcétera, etcétera.[3]

Mella, como vemos, no deseaba limitar el planteamiento del problema a la caracterización de una realidad viviente a partir de un esquema preconcebido, sino ampliarlo en busca de las razones de su vitalidad y de su potencial transformador. Se trataba, en breve, de atender en lo específico a lo planteado en lo general por Engels en su artículo sobre el paso del socialismo utópico al científico a través del análisis del proceso histórico que llevaba del uno al otro. [4]

En el plano político, Mella planteó la necesidad de ese análisis histórico con singular claridad. En particular, resalta la necesidad de llegar a comprender tres aspectos puntuales del legado martiano en el plano político – cultural: el carácter “ultrademocrático” del programa del Partido Revolucionario Cubano; la cooperación estrecha “entre el elemento proletario de los talleres de la Florida y la burguesía nacional” en el marco de ese programa, y la razón de la presencia “de anarquistas y socialistas” del Partido.

Mella se planteaba estas preguntas en 1926, a sus 23 años de edad, que ya incluían una importante experiencia como militante en organizaciones revolucionarias, incluyendo la de haber contribuido a crear el primer partido comunista de Cuba. Sin embargo, los elementos de referencia necesarios para encontrar las respuestas que buscaba aún no estaban disponibles en su entorno, salvo quizás la defensa del método marxista como criterio de ortodoxia que hiciera Lukács en 1922, a la que faltaba un largo camino por recorrer antes de estar disponible en español.

Otro elementos aún no disonibles en aquel momento fueron conceptos comos los de hegemonía, bloque histórico e intelectualidad orgánica, que Antonio Gramsci elaboraría en sus Cuadernos de la Cárcel entre fines de la década de 1920 y principios de la de 1930. Otra importance ausencia sería la del concepto de formación económico-social elaborada por Marx en sus notas preparatorias para la redacción del Capital, e intuida con especial agudeza por José Carlos Mariátegui en sus 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, que sería publicado en Lima en 1928. Y otra más sería la del debate en torno a los procesos de liberación nacional que acompañarían la desintegración del sistema colonial mundial a partir de la década de 1950.

Esas carencias hacen aún más admirable la precisión con que Mella identificó en el pensar y el hacer martianos aportes cuya importancia no ha hecho sino confirmarse con el tiempo. Esto se hace evidente, por ejemplo, en las experiencias del llamado progresismo latinoamericano de la última década, tan capaz de conquistar el gobierno por vía electoral como limitado en su capacidad para iniciar procesos sostenidos de transformación social y política en nuestros países.

Lo recorrido en el siglo XXI revela la necesidad de construir nuestras opciones de futuro a partir de un mejor conocimiento y una mayor comprensión de nuestro pasado. Para esto, además, tiene especial importancia el hecho de que, si bien los seres humanos hacemos nuestra propia historia, esa labor tan a menudo inconsciente es llevada a cabo bajo circunstancias que nos han sido legadas por el pasado. Con ello ocurre, como dijera Marx, que la tradición de todas las generaciones muertas oprima “como una pesadilla” el cerebro de los vivos,[5] llevándonos en ocasiones a imponernos metas y métodos ajenos a la realidad en que vivimos. 

A eso se refería por ejemplo Immanuel Wallerstein cuando en 1983 – desde el realismo pragmático característico de su cultura de origen – afirmaba que el comunismo “es la Utopía, es decir, la nada. […] No es una perspectiva histórica, sino una mitología corriente.” Por el contrario, añadía, el socialismo

es un sistema histórico realizable que puede un día ser instituido en el mundo. No existe interés alguno por un «socialismo» que pretende ser un momento «temporal» de la transición hacia la Utopía. Sólo existe interés por un socialismo concretamente histórico, un socialismo que reúna el mínimo de características definitorias de un sistema histórico que maximiza la igualdad y la equidad, un socialismo que incremente el control de la humanidad sobre su propia vida (la democracia) y libere la imaginación.[6]

Un siglo antes, José Martí había advertido ya sobre la necesidad de “poner alma a alma y mano a mano los pueblos de nuestra América Latina.” Y hoy, como nunca, podemos entender que apenas ocho años después consideró necesario recalcar la necesidad de construir nuestra propia universalidad desde nuestras particularidades, desde nuestra Grecia, la que nos es más necesaria. 

A esa luz, podemos decir de nuevo que vemos “colosales peligros” y “manera fácil y brillante de evitarlos”, pues “adivinamos, en la nueva acomodación de las fuerzas nacionales del mundo, siempre en movimiento, y ahora aceleradas, el agrupamiento necesario y majestuoso de todos los miembros de la familia nacional americana.” “Pensar es prever”, añadía, y esa previsión anunciaba la importancia de 

ir acercando lo que ha de acabar por estar junto. Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros, y se vivirá en perpetua e infame batalla entre hermanos por apetito de tierras.[7]

Alto Boquete, Panamá, 28 de septiembre de 2022


[1] Nuestra América, enero de 1891, Nueva York y México. http://www.ciudadseva.com/textos/otros/nuestra_america.htm

[2] “Agrupamiento de pueblos”. La América, Nueva York, junio de 1883. VII, 324 – 325.

[3] “Glosas al pensamiento de José Martí. Un libro que debe escribirse”. 1926. 

https://www.marxists.org/espanol/mella/mella-textos-escogidos-tomo1.pdf 263-270

[4] Engels, Federico: “Del socialismo utópico al socialismo científico” (1880).

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dsusc/index.htm

[5] El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.(1851) Fuente:C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, I: 404-498. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm

[6] El Capitalismo Histórico.Siglo XXI de España, 1988:101 

[7] “Agrupamiento de pueblos”. La América, Nueva York, junio de 1883. VII, 325. Martí hace una referencia evidente a la guerra librada por Chile entre 1879-1883 contra Perú y Bolivia por el control de los yacimientos de nitrato del desierto de Atacama, cuya memoria bien puede iluminar los conflictos internos que se generan en diversos países por el control de yacimientos de litio