“Y hacia todas partes voy…”

Guillermo Castro H.*

“Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.”

José Martí, Versos Sencillos, 1891

Conmemoramos este año el aniversario 170 del nacimiento de José Martí. Para nosotros los panameños, como para todos los latinoamericanos, este aniversario tiene un extraordinario significado histórico. ¡Quién hubiera adivinado, en efecto, que aquel niño nacido en 1853, en un modesto hogar de españoles en La Habana, abriría para la América nuestra el camino desde su primera juventud a su madurez primera, y lo recorrería hasta ganarse el derecho a ser llamado “el más universal de los cubanos”!

En aquel momento, hacía ocho años apenas que el argentino Domingo Faustino Sarmiento había dado voz, en su Facundo, a la visión liberal oligárquica de una América bárbara, por indígena y por española, que debía ser domada para incorporarla a la civilización organizada desde Europa y Norteamérica como geocultura del primer mercado de escala mundial en la historia de la Humanidad. Y vendría a ser desde la última colonia española en América, precisamente, y por obra de un cubano hijo de españoles tan pobres como decentes, que encontraría voz y forma primeras, 46 años después, la réplica a Sarmiento desde la cual se viene construyendo la cultura de nuestra contemporaneidad: “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.[1]

            Todo eso vino a ocurrir, además, en un fulgor de 42 años apenas, que tuvo su primer brillo en un poema épico juvenil – “El amor, madre, a la patria / no es el amor ridículo a la tierra, / ni a la yerba que pisan nuestras plantas; es el odio invencible a quien la oprime, / es el rencor eterno a quien la ataca…” -,[2] y su destello mayor en la convocatoria a la guerra necesaria para hacer de Cuba una república con todos y para el bien de todos. Allí, el fulgor martiano se vio rubricado con el sacrificio de su propia vida, anticipado en las vísperas por el Manifiesto de Montecristi, que dos meses antes había advertido cómo

Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo.[3]

En verdad, la contienda a que convocó Martí para liberar a Cuba del colonialismo español fue a un tiempo la última de nuestras guerras de independencia del siglo XIX, y la primera de nuestras luchas del liberación nacional del siglo XX. La concibió como una empresa “americana por su alcance y espíritu”, en la que la independencia a tiempo de Cuba y Puerto Rico estaba destinada, además, a evitar que las Antillas terminaran por ser “mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder – mero fortín de la Roma americana -”.

La creación de una república democrática en aquellas últimas colonias españolas, en cambio, debería convertirlas en “la garantía del equilibrio” en el continente, “la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio – por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles – hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que”, con la posesión de esas islas, “abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo”.[4]

            Nuestra contemporaneidad no nace ciertamente en Martí, pero encuentra en él su gran síntesis primera, y desde él florece, y se despliega. El que dijo en verso “Yo vengo de todas partes, / Y hacia todas partes voy: / Arte soy entre las artes, / En los montes, monte soy”,[5] de Bolívar vino, como de Juárez. De él partieron, también, los caminos que nos traen a la certeza de que otra América es posible, a través del mexicano Francisco Madero; el peruano José Carlos Mariátegui; el argentino Ernesto Guevara, el brasileño Paulo Freire, de nuestros teólogos de la liberación, y de las movilizaciones sociales que brotan nuevamente del suelo fecundado por ellos.

Con ellos, entendemos hoy que es necesario “prever, y marchar con el mundo”, para contribuir a devolverle el equilibrio indispensable para superar la crisis a que nos ha conducido el desequilibrio del mundo por la lucha de las grandes potencias por el predominio en el mercado mundial. Cuando vemos a Martí en esta perspectiva, se nos presenta como uno de los fundadores de aquella inmensa movilización de pueblos sometidos a la opresión y el colonialismo, que daría de sí dirigentes como Sun Yat Sen en China, el Mahatma Gandhi en la India, y Nelson Mandela en Sudáfrica.

Ese gran movimiento de pueblos, que a mediados del siglo XX, terminaría por liquidar el sistema colonial impuesto al mundo por el capitalismo a partir del siglo XVI, vino a converger en nuestra América la lucha por hacer democrático y equitativo el estado oligárquico en que había venido a desembocar la independencia de nuestras repúblicas hacia la década de 1870. Esa lucha movilizó a lo mejor de la joven intelectualidad liberal hispanoamericana de fines del siglo XIX, uno de cuyos integrantes fue el panameño Belisario Porras, que acoge en esta plaza a su compañero de luchas e ideales, José Martí.

Esta es la dimensión verdadera de la obra en que andamos. Y al constatarlo, no podemos sino coincidir con Martí en su juicio moral sobre el significado de los empeños a que nos convocaba:

Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son sólo dos islas las que vamos a liberar. ¡Cuán pequeño todo, cuán pequeños los compadrazgos de aldea, y los alfilerazos de la vanidad femenil, y la nula intriga de acusar de demagogia, y de lisonja a la muchedumbre, esta obra de previsión continental, ante la verdadera grandeza de asegurar, con la dicha de los hombres laboriosos en la independencia de su pueblo, la amistad entre las secciones adversas de un continente, y evitar, con la vida libre de las Antillas prósperas, el conflicto innecesario entre un pueblo tiranizador de América y el mundo coaligado contra su ambición![6]

Es desde esa perspectiva, también, que cabe apreciar en toda su riqueza la advertencia que hiciera José Martí a sus compatriotas en las vísperas de la guerra necesaria para liquidar el colonialismo español en Cuba, y establecer allí la república democrática y cordial de los cubanos:

Patria es Humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer; – y ni se ha de permitir que con el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos se dé a menudo el nombre de patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción de ella que tiene más cerca. Esto es luz, y del sol no se sale. Patria es eso. – Quien lo olvida, vive flojo, y muere mal, sin apoyo ni estima de sí, y sin que los demás lo estimen: quien cumple, goza, y en sus años viejos siente y trasmite la fuerza de la juventud [7]

Con aquella guerra de independencia, que anunciaba ya las de liberación nacional que liquidarían el colonialismo en el siglo XX, se iniciaban en nuestra América las luchas que inauguraría la revolución mexicana de 1910. Esas luchas abarcarían toda la región en la primera mitad del siglo XX, y contribuirían a crear las condiciones que permitieron a los panameños establecer su soberanía sobre todo el territorio de su país en la década de 1970. De eso, de nosotros todos, tratan estos 170 años, como de eso tratan los que falten aún los que sean necesarios para perfeccionar nuestra soberanía y hacer finalmente cordial y equitativa nuestra propia República.


* Palabras en la conmemoración del 170 aniversario del natalicio de José Martí, ante su monumento en la plaza Belisario Porras, en la ciudad de Panamá.

[1] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.VI, 17.

[2] “Abdala”, 1869. Obras Completas, cit. XVIII, 19.

[3] “Manifiesto de Montecristi”. Obras Completas, cit. IV, 101.

[4] “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano” (“El alma de la revolución, y el deber de Cuba en América”). Obras Completas, cit. III, 142.

[5] “Versos Sencillos”. Poesía Completa. Edición crítica. Instituto Cubano del Libro. Editorial Letras Cubanas, 1993 (1985), p. 235.

[6] “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, (“El alma de la revolución, y el deber de Cuba en América”). Obras Completas, cit. III, 143.

[7] “En casa”, Patria, 26 de enero de 1895. Obras Completas, cit. V, 468 – 469.

De la política martiana

Guillermo Castro H.

“Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve.

La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior,

los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país

de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos.”

José Martí, 1891.[1]

De nosotros hay que partir, para llegar a nosotros mismos, pues solo seremos universales cuando seamos auténticos. Estas frases nos vienen de la década de 1960, cuando el triunfo de la revolución cubana reanimó en nuestra América el proceso de construcción de su propia identidad en el sistema mundial, iniciado a fines del siglo XIX por la generación de intelectuales y políticos en la que José Martí fue el primero entre sus iguales. Hoy su valor se renueva al calor de las movilizaciones sociales que vienen anunciando las exequias del neoliberalismo en nuestras tierras.

            Esas exequias incluyen las de una concepción y una práctica de la política tan rígida en sus límites y sus procedimientos como una celda lo es en su espacio y sus muros, que dificulta y corrompe los procesos del cambio que todas nuestras sociedades demandan. Esta circunstancia tiene doble remedio. Por un lado, atender a los hechos que van definiendo el presente, cuando la movilización social arremete contra esos muros en Perú, como antes lo hiciera en Chile y Colombia. Por el otro, atender a las raíces de nuestra cultura política contemporánea.

Esa raíz se remonta a la lucha contra el Estado liberal oligárquico en que devinieron nuestras repúblicas tras consolidar su independencia. Para entonces, la presencia en América de las últimas dos colonias de España en América – Cuba y Puerto Rico -, dio lugar a una situación en la cual la lucha por su independencia en la transición del siglo XIX al XX tendía a traducirse, además, en el punto de partida para la creación de repúblicas en las que la soberanía nacional fuera expresión clara y directa de la soberanía popular. Tal fue la circunstancia en la que José Martí desarrolló su pensar y su hacer en materia política.

La formación política de José Martí, gestada a partir de su oposición juvenil al colonialismo español en Cuba – que le costó el presidio político, primero, y el destierro a España después -vino a encontrar sus primeras concreciones a partir de su exilio en México entre 1875 y 1876. Allí, en contacto y colaboración con una joven generación de liberales de orientación democrática, pudo someter a prueba y debate sus convicciones, e iniciar el desarrollo de un pensar y un hacer políticos que enriquecería a todo lo largo de su vida.

Desde esa experiencia, en aquella primera fase de su formación, podía entender como propia la “gran política universal […]: la de las nuevas doctrinas.”[2]  Y al propio tiempo, lejos de encerrarse en el contenido abstracto de esas doctrinas nuevas, las examinaba a la luz de dos problemas característicos de la política en nuestra América.

Por un lado, le parecía evidente que un progreso “no es verdad sino cuando invadiendo las masas, penetra en ellas y parte de ellas”, por lo cual los apóstoles de las nuevas ideas “se hacen esclavos de ellas.”[3] Por otro, el ejercicio de ese apostolado llevaba a Martí a coincidir con su amigo mexicano Manuel Mercado en que “el poder en las Repúblicas sólo debe estar en manos de los hombres civiles. Los sables, cortan. – Los fracs, apenas pueden hacer látigos de sus cortos faldones. -Así será.”[4]

Para la década de 1880, la visión de lo político en Martí se ve enriquecida en la medida en que se involucra de lleno en los complejos problemas de la política cubana, y desde esa preocupación fundamental se acerca a los de la latinoamericana y la norteamericana. Así, para 1883, atendiendo a lo que el papa Francisco calificaría 130 años después como la superioridad de la realidad sobre la idea,[5] señala que lo solución a los problemas de sciedad “viene de suyo”, y agrega:

Cual sea, bueno es discutirla: predecirla, es vano. La que deba ser será. Darle forma prehecha, sería deformarla. Como cada pensamiento trae su molde, cada condición humana trae su expresión propia. Lo que importa no es acelerar la solución que viene: lo que importa es no retardarla.[6]

A partir de allí, y ya desde la convicción de que no había en nuestra América batalla “entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”[7], y de que no podría haber en Cuba otro camino a la independencia que el de la lucha de todo el pueblo contra el colonialismo y por la soberanía,  plantearía que la política “es la verdad”, entendiendo por tal “el conocimiento del país, la previsión de los conflictos lamentables o acomodos ineludibles entre sus factores diversos u opuestos, y el deber de allegar las fuerzas necesarias cuando la imposibilidad patente del acomodo provoque y justifique el conflicto.”[8]

            El pensar que produjo ese pensamiento era a un tiempo histórico y sistémico; siempre bien informado, con especial dominio de lo político en su relación con lo económico y lo cultural, y realista, pero no pragmático. Así, por ejemplo, para 1885 plantea que “En plegar y moldear está el arte político.  Sólo en las ideas esenciales de dignidad y libertad se debe ser espinudo, como un erizo, y recto, como un pino.”[9]

Desde nuestros debates de hoy, cabe decir así que Martí es al liberalismo oligárquico lo que Gramsci fue al estalinismo dogmático. En esta perspectiva – también desde Gramsci -, la política martiana hace parte de “una concepción nueva, independiente, original, pese a ser un momento del desarrollo histórico mundial, es la afirmación de la independencia y de la originalidad de una nueva cultura en incubación, que se desarrollará al desarrollarse las relaciones sociales.”[10]

En ese desarrollo tuvo un importante papel la pedagogía política ejercida por Martí desde el periódico Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano.  Así, el artículo “La Política”, publicado en marzo de 1892 – cuando avanzaba la construcción de un movimiento independentista de amplia base social, dotado de un programa correspondiente a la complejidad de sus propósitos -. reitera que para quienes “desean sinceramente una condición superior para el linaje humano” no cabe una política que tenga por objeto “cambiar de mera forma un país, sin cambiar las condiciones de injusticia en que padecen sus habitantes”. Por el contrario, añade, no puede haber lugar para la indiferencia o el rechazo a la acción política, pues

Cuando la política tiene por objeto poner en condiciones de vida a un número de hombres a quienes un estado inicuo de gobierno priva de los medios de aspirar por el trabajo y el decoro a la felicidad, falta al deber de hombre quien se niegue a pelear por la política que tiene por objeto poner a un número de hombres en condición de ser felices por el trabajo y el decoro.[11]

Tal es lo fundamental de su legado. Tal, lo fundamental de nuestra tarea si aspiramos a merecer ese legado en esta época de transición, en la que el sistema internacional que sustituyó al colonial a partir de 1950 se desintegra ante nuestros ojos, y renueva una vez más la batalla entre la falsa erudición y la naturaleza.

Alto Boquete, Panamá, 3 de febrero de 2023


[1]  “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”. La Revista Ilustrada, Nueva York, mayo de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 158.

[2] “A Joaquín Macal” “[Guatemala] 11 de abril de 1877”. VII, 98.

[3] “Reflexiones destinadas a preceder los informes traídos por los jefes políticos a las conferencias de mayo de 1878”. OC, VII, 168-169.

[4] Carta a Manuel Mercado. 10 de noviembre [1877]. XX, 33.

[5] Franciso (2013): Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en la era actual. 231-233. “La realidad”, dice Francisco, “simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad.” Y agrega: “La idea —las elaboraciones conceptuales— está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento.”

[6] “Prólogo” a Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares. La América, Nueva York, octubre de 1883. V, 107.

[7] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. VI, 17.

[8] “Ciegos y desleales” . Patria, Nueva York, 28 de enero de 1893. II, 215.

[9] “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 15 de julio de 1885.X, 250.

[10] Gramsci, Antonio: Introducción a la filosofía de la praxis. Selección y traducción de J. Solé Tura

[11] “La Política”. Patria, Nueva York, 19 de marzo de 1892. I, 336.