8,000,000,000, y contando

Guillermo Castro H.

El 15 de noviembre el número de personas en la Tierra llegó a 8.000 millones. Esto no significa que seamos demasiados, pero si debe llamarnos la atención que nunca hayamos sido tantos. En cualquier caso, para la demógrafa panameña Natalia Kanem, jefa del Fondo de Naciones para la Población, se trata de “un hito capital para la humanidad”, al tiempo que se alegra del aumento de la esperanza de vida y de la caída de la mortalidad infantil y materna. Aun así, dice, “no todo el mundo lo celebra”, pues algunos se preocupan de que lleguemos a una situación de contradicción entre el número de personas y los recursos disponibles para sostenerla. Y agrega que “no debemos tener ‘miedo’ de la cantidad.”[1]

Para Joel Cohen, de la Universidad Rockefeller en Nueva York, “la pregunta sobre la cantidad de personas que la Tierra puede aguantar” abarca dos problemas distintos, aunque relacionados entre sí: “las restricciones o los límites naturales y las decisiones que toman los humanos”. Esas decisiones, añade, “hacen que se consuman muchos más recursos biológicos (bosques, peces, tierras…) de lo que el planeta Tierra puede regenerar cada año,” y estimulan un consumo excesivo de energías fósiles, que genera cada vez más emisiones de CO2 responsables del calentamiento.”

En cualquier caso, siempre será útil examinar este problema en una perspectiva histórica, como la que nos presenta el siguiente gráfico:

La humanidad que conocemos ha estado presente en la Tierra desde hace unos 100 mil años. Durante la mayor parte de ese tiempo, dependió de actividades de caza, pesca y recolección, y el número de sus integrantes creció con suma lentitud, debido a las altas tasas de mortalidad infantil y la limitada expectativa de vida al nacer. Hace unos 10 mil años, después de la última glaciación y en condiciones climáticas muy favorables, los humanos iniciaron la transición hacia la agricultura y hacia el año 500 parecen haber sido unos 500 millones.

Con la formación del mercado mundial entre los siglos XVII y XIX ese crecimiento empezó a intensificarse. Para el año 1800, los humanos llegaron su primer billón; al segundo, a comienzos del siglo XX, y al tercero hacia la década de 1950. A partir de allí, con la transición del mercado mundial desde su organización colonial a la internacional, ese proceso comenzó a acelerarse, y para el 2000 la Tierra albergaba ya unos 7000 millones de seres humanos. Hoy, de no ocurrir cambios significativos, la ONU estima que para 2050 podríamos llegar a ser 9.700 millones en 2050, puesto que – dada la gran magnitud de la población joven – “la población seguiría creciendo aunque en los países con mayor tasa de fecundidad ésta cayera a dos niños por mujer.”

Al respecto, tiene el mayor interés el hecho de que al 2019 un 61% de la población mundial viviera en Asia (4.700 millones); un 17% en África (1.300 millones); un 10% en Europa (750 millones): un 8% en Latinoamérica y el Caribe (650 millones), y el 5% restante en América del Norte (370 millones) y Oceanía (43 millones).[2] Esto nos dice que cuando ya éramos 7,813 millones, 6,693 millones (un 85%) habitaban territorios que habían sido colonias o semi colonias hasta la década de 1950, mientras los territorios que habían sido colonizadores estaban poblados por 1,120 millones de personas, (15%) del total.

Esta diferencia resalta el hecho de que, al pasar de la condición colonial o semicolonial a la de Estados nacionales, esos Estados habían obtenido en apenas medio siglo importantes logros en materia de provisión de servicios de salud y educación básica, mientras ingresaban a una condición de crecimiento económico sostenido. Este crecimiento tan drástico se ha producido en gran medida por el aumento del número de personas que sobreviven hasta llegar a la edad reproductiva y ha venido acompañado de grandes cambios en las tasas de fecundidad, lo que ha aumentado los procesos de urbanización y los movimientos migratorios.

Por otra parte, la lentitud mayor de los cambios en la cultura y las mentalidades creaba una situación en la cual se proporcionaba más años y medios de vida a más personas, sin transformar al mismo ritmo las conductas tradicionales, como la de tener un elevado número de hijos en previsión de que muchos de ellos morían antes de los cinco años en la condición de atraso colonial o semicolonial. Eso ayuda a explicar, por ejemplo, que la reducción de la mortalidad no tuviera un reflejo inmediato y directo en la fecundidad y la natalidad, como sí lo tienen el aumento en la educación y en el acceso al trabajo remunerado por parte de las mujeres. Ese aumento, a su vez, ha sido un importante factor de cambio social, que en Asia – por ejemplo – se expresa con especial claridad China, la India, Corea y Singapur en Asia.

Lo importante, en todo caso, es que aquí no sobra nadie. Como decía la Dra. Carmen Miró, no hay problemas de población, sino grupos de población con problemas de acceso a la salud, la educación, el empleo y la energía en todas las sociedades del planeta. La solución a esos problemas es un factor clave para avanzar hacia la sostenibilidad del desarrollo humano. Y esto no consiste tanto en preservar el ayer, sino y sobre todo en construir el mañana.

Sabemos que, en las condiciones de crisis general del sistema internacional que tenemos hoy, esos problemas tenderán a agudizarse y a generar otros, como el de la masificación de las migraciones generadas por la pobreza, los conflictos sociales y el deterioro ambiental. Tenemos la tarea, todos, de participar en la transición a sistema mundial nuevo, capaz de hacer lo que este ya no puede: resolver esa crisis mediante el desarrollo de las capacidades para la convivencia armónica de nuestra especie con su entorno natural y consigo misma, para garantizar la sostenibilidad de su propio desarrollo. Y en esa tarea habrá un lugar para todos y cada uno de los humanos.

Alto Boquete, Panamá, 13 de noviembre de 2022


[1] “La cifra se alcanzará el lunes 14 de noviembre. La población mundial llega a las 8 mil millones de personas”

8 de noviembre de 2022 / https://www.pagina12.com.ar/495671-la-poblacion-mundial-llega-a-las-8-mil-millones-de-personas?ampOptimize=1

[2] China (1.440 millones) e India (1.390 millones) continúan siendo los países más poblados del planeta, y representan el 19% y 18% de la población mundial respectivamente. Se espera que, sobre 2027, India supere a China como el país más poblado del mundo, y que China reduzca su población en 31.400 millones (un 2.2% menos) entre 2019 y 2050. https://population.un.org/wpp/Publications/Files/WPP2019_PressRelease_ES.pdf

Volver a leer

Guillermo Castro H.

El día del ideólogo liberal seguro de sí mismo hasta la arrogancia ha quedado atrás. Los conservadores han resurgido, después de ciento cincuenta años de humildad autoimpuesta, para proponer como sustituto ideológico el interés  particular y despreocupado, enmascarado por misticismos y afirmaciones piadosas [aunque en realidad] tienden a ser presumidos cuando dominan y profundamente coléricos y vengativos cuando se ven denunciados o incluso sólo seriamente amenazados.

Immanuel Wallerstein, 1996[1]

Hace ya 27 años, en 1995, Immanuel Wallerstein convino en que, si bien destrucción del Muro de Berlín y la subsecuente disolución de la URSS pudieron ser celebradas como la caída de los comunismos y el derrumbe del marxismo-leninismo como fuerza ideológica en el mundo moderno, no constituyeron el triunfo definitivo del liberalismo como ideología. Esa, dijo entonces, fue “una percepción totalmente equivocada de la realidad”, pues esos acontecimientos significaron “el derrumbe del liberalismo” y el ingreso a un mundo posterior al mismo.

El año 1989, añadía, marcó el fin de una era político-cultural de realizaciones tecnológicas espectaculares, en que la mayoría de las personas creía que los lemas de la Revolución francesa – Libertad, Igualdad, Fraternidad – reflejaban una verdad histórica inevitable, que se realizaría en un futuro próximo. Al propio tiempo, Wallerstein adviritió tambien que el liberalismo siempre había sido “la quintaesencia de la doctrina del centro,” que se definía a la vez “en contra de un pasado arcaico de privilegio injustificado (que consideraban representado por la ideología conservadora ) y una nivelación desenfrenada que no tomaba en cuenta la virtud ni el mérito (que según ellos era representada por la ideología socialista/radical).”

Los liberales, decía, “siempre han tratado de definir al resto de la escena política como constituido por dos extremos, entre los cuales se ubican ellos”, afirmando “que el estado liberal -reformista, legalista y algo libertario- era el único estado capaz de asegurar la libertad.” Y sin embargo, añadía, si bien eso “quizá eso fuera cierto para el grupo relativamente pequeño cuya libertad salvaguardaba,” ese grupo “nunca ha pasado de ser una minoría perpetuamente en vías de llegar a ser la totalidad.”

En todo caso, si bien los orígenes del liberalismo se ubican “en los cataclismos políticos desencadenados por la Revolución francesa”, su apogeo ocurrió “en el periodo posterior a 1945 (hasta 1968), la era de la hegemonía de Estados Unidos en el sistema mundial.” A partir de allí, y hasta el presente, la bancarrota del liberalismo fue dando paso a lo que Wallerstein consideraba entonces “un periodo de grandes luchas políticas, de mayor importancia que cualquier otro de los últimos quinientos años.”

En esas luchas, decía, se enfrentaban “fuerzas del privilegio que saben muy bien que ‘es preciso cambiar todo para que nada cambie’ y están trabajando con mucha inteligencia y habilidad para hacerlo” y “fuerzas de liberación” que aún deben remontar el hecho de que “el proyecto de transformar la sociedad por la vía de tomar el poder estatal en todos los estados, uno por uno” ya no es viable, y “no tienen ninguna certeza de si existe o no un proyecto alternativo.” Para Wallerstein, la transición en curso exacerba “los males tradicionales del viejo liberalismo, como el recurso a la violencia en su relación con las sociedades periféricas del sistema mundial, la concentración de la riqueza en manos de minorías privilegiadas.” Y esto ocurre en una circunstancia en la cual en el mundo entero se combinan la frustración, la desesperanza y el sentimiento “de que es necesario actuar políticamente […], a pesar del sentimiento igualmente fuerte de que la actividad política de tipo ‘tradicional’ es probablemente inútil.”

Para 1995, señalaba, esa circunstancia exigía encarar “los problemas materiales, sociales y culturales, morales o espirituales que afectan la vida real de las personas reales”, y “trabajar en una estrategia de largo plazo para la transformación del orden ( o el des-orden) que genera esos problemas.” El punto, añadía, estaba en que ambas cosas deberían ser encaradas “simultáneamente, aunque de manera diferenciada.”

Esa diferencia se refería, entre otras cosas, al papel del Estado (liberal) en este proceso, el cual sin duda podía “escoger entre ayudar a la gente común a vivir mejor y ayudar a los estratos superiores a prosperar aún más”, pero no estaba en capacidad de transformar el orden de cosas vigente. A esto  añadía, por otra parte, que el llamado a construir la “sociedad civil” resultaba “igualmente vano”, pues ésta sólo podía existir en la medida en que los estados dispusieran de la capacidad de sostenerla y asumirla como su interlocutor para “realizar actividades legitimadas” por tales estados y para hacer “política indirecta (es decir no partidaria)” frente a estos. Con ello,

con la declinación de los estados, necesariamente la sociedad civil se está desintegrando. En realidad, es precisamente esa desintegración lo que los liberales contemporáneos deploran y los conservadores festejan en secreto. Estamos viviendo la era del “grupismo”, la construcción de grupos defensivos, cada uno de los cuales afirma una identidad en torno a la cual construye solidaridad y lucha por sobrevivir  junto con y en contra de otros grupos similares.

Considerando lo anterior, Wallerstein planteaba que la transición en curso en el sistema mundial permitía trabajar con eficacia en “los niveles local y mundial”. Sin embargo, trabajar en el ámbito del estado nacional solo tenía “una utilidad limitada” a objetivos a plazo muy corto o a largo plazo, pero no abarcaba el mediano plazo, porque éste suponía “un sistema histórico en marcha y funcionando bien.” Esa estrategia no es fácil de aplicar, porque las tácticas de una estrategia de ese tipo son necesariamente ad hoc y contingentes, y por eso el futuro inmediato se presenta tan confuso.

Cabe recordar que Wallerstein hizo parte de la generación de intelectuales y académicos occidentales a la que correspondió el mérito de extender a las ciencias sociales y las Humanidades lo señalado por Federico Engels para las ciencias naturales al plantear que cada fenómeno identificado por éstas “afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.”[2]

Hasta entonces, la geocultura del sistema internacional operaba a partir de la idea de mercados nacionales que negociaban entre sí bajo la tutela de sus respectivos Estados, así fuera en una relación de interdependencia “asimétrica”. A esa generación le correspondió el mérito de examinar al mercado mundial en su desarrollo histórico, incluyendo en ello las transiciones ocurridas en la organización del sistema mundial que les daba el soporte político y cultural necesario para su funcionamiento.[3]

Ese desarrollo ha conocido al menos tres etapas. La primera correspondió a la organización del mercado mundial en un sistema colonial, cuya crisis dio lugar a la Gran Guerra de 1914-1945. Esta abrió paso a la segunda, en la que fue creado un sistema internacional (interestatal, en realidad), a cuya crisis hace referencia el artículo que comentamos. Para mediados de la década de 1990, la transición hacia una tercera etapa de organización del mercado mundial ya estaba en curso, aunque el lenguaje necesario para expresarla en toda su complejidad aún estaba – y está – en desarrollo.

Esto incluye, por ejemplo, la formación del par global / glocal como alternativa asencillada – que no simplificada – al conjunto internacional / nacional / local característico de la geocultura liberal. Y desde este proceso de formación de una geocultura nueva se renueva sin duda la utilidad de volver a leer lo que Wallerstein nos planteara en la conclusión de sus reflexiones de 1995:

Ahora toca a todos los que han quedado fuera del actual sistema mundial empujar hacia delante en todos los frentes. Ya no tienen como foco el objetivo fácil de tomar el poder del estado. Lo que tienen que hacer es mucho más complicado: asegurar la creación de un nuevo sistema histórico actuando unidos y al mismo tiempo de manera muy local y muy global. Es difícil, pero no imposible.

Alto Boquete, Panamá, 7 de octubre de 2022


[1] Immanuel Wallerstein: “¿Después del liberalismo?” Extracto del libro Después del liberalismo. Siglo XXI editores, México, 1996.

[2] “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” (1876).

https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe3/mrxoe308.htm#fn0

[3] Al respecto, por ejemplo: Braudel, Fernand: La Dinámica del Capitalismo (1985). Alianza Editorial. Madrid.

Socialismo, el de nosotros

Guillermo Castro H.

“Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia.

Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra.

Nos es más necesaria.”

José Martí, 1891[1]

Tercermundismo, le dicen unos; subdesarrollo, lo llaman otros, pero el nombre más ajustado a nuestra realidad probablemente sea el de la dependencia inherente al lugar y la función que ocupan nuestras sociedades en el moderno sistema mundial. Esa situación ha tenido altas y bajas, como toda realidad histórica verdadera. Así, de 1990 esa realidad fue la de una visión del mundo que proponía refundar nuestro futuro sobre lo peor de nuestro pasado – aquel de la disyuntiva entre civilización y barbarie. 

Esa visión – que se presentó a sí misma bajo el nombre de neoliberalismo -, nos llevó de vuelta a aquella circunstancia de la que podía decir José Martí en 1883 que

Como niñas en estación de amor echan los ojos ansiosos por el aire azul en busca de gallardo novio, así vivimos suspensos de toda idea y grandeza ajena, que trae cuño de Francia o Norteamérica; y en plantar bellacamente en suelo en cierto Estado y de cierta historia, ideas nacidas de otro Estado y de otra historia, perdemos las fuerzas que nos hacen falta para presentarnos al mundo – que nos ve desamorados y como entre nubes – compactos de visión y unos en la marcha, ofreciendo a la tierra el espectáculo no visto de una familia de pueblos que adelanta a iguales pasos en un continente libre.[2]

Es justo notar que esa estación de amor no era nueva entre nosotros, ni afectaba tan solo a la intelectualidad que buscó ser útil a los Estados neoliberales. Incluyó, también, a los herederos de quienes habían buscado antes, en otras corrientes ideológicas, sustento a aspiraciones de progreso económico, justicia social y democracia de amplia base popular, garantizados por Estados nacionales plenamente soberanos.

De esa búsqueda tenemos un hermoso ejemplo temprano en las reflexiones que dedicara el joven comunista cubano Julio Antonio Mella (1903-1929) al legado cultural y político de José Martí. Para Mella, cuya visión del mundo estaba marcada por el empeño en culminar la independencia política de Cuba mediante una revolución que abriera paso al socialismo en su país, la comprensión del legado martiano pasaba “en el caso de Martí y de la revolución, tomados únicamente como ejemplos,” por la tarea de ver

el interés económico-social que «creó» al apóstol, sus poemas de rebeldía, su acción continental y revolucionaria; estudiar el juego fatal de las fuerzas históricas, el rompimiento de un antiguo equilibrio de fuerzas sociales; desentrañar el misterio del programa ultrademocrático del Partido Revolucionario, el milagro —así parece hoy— de la cooperación estrecha entre el elemento proletario de los talleres de la Florida y la burguesía nacional; la razón de la existencia de anarquistas y socialistas en las filas del Partido Revolucionario, etcétera, etcétera.[3]

Mella, como vemos, no deseaba limitar el planteamiento del problema a la caracterización de una realidad viviente a partir de un esquema preconcebido, sino ampliarlo en busca de las razones de su vitalidad y de su potencial transformador. Se trataba, en breve, de atender en lo específico a lo planteado en lo general por Engels en su artículo sobre el paso del socialismo utópico al científico a través del análisis del proceso histórico que llevaba del uno al otro. [4]

En el plano político, Mella planteó la necesidad de ese análisis histórico con singular claridad. En particular, resalta la necesidad de llegar a comprender tres aspectos puntuales del legado martiano en el plano político – cultural: el carácter “ultrademocrático” del programa del Partido Revolucionario Cubano; la cooperación estrecha “entre el elemento proletario de los talleres de la Florida y la burguesía nacional” en el marco de ese programa, y la razón de la presencia “de anarquistas y socialistas” del Partido.

Mella se planteaba estas preguntas en 1926, a sus 23 años de edad, que ya incluían una importante experiencia como militante en organizaciones revolucionarias, incluyendo la de haber contribuido a crear el primer partido comunista de Cuba. Sin embargo, los elementos de referencia necesarios para encontrar las respuestas que buscaba aún no estaban disponibles en su entorno, salvo quizás la defensa del método marxista como criterio de ortodoxia que hiciera Lukács en 1922, a la que faltaba un largo camino por recorrer antes de estar disponible en español.

Otro elementos aún no disonibles en aquel momento fueron conceptos comos los de hegemonía, bloque histórico e intelectualidad orgánica, que Antonio Gramsci elaboraría en sus Cuadernos de la Cárcel entre fines de la década de 1920 y principios de la de 1930. Otra importance ausencia sería la del concepto de formación económico-social elaborada por Marx en sus notas preparatorias para la redacción del Capital, e intuida con especial agudeza por José Carlos Mariátegui en sus 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, que sería publicado en Lima en 1928. Y otra más sería la del debate en torno a los procesos de liberación nacional que acompañarían la desintegración del sistema colonial mundial a partir de la década de 1950.

Esas carencias hacen aún más admirable la precisión con que Mella identificó en el pensar y el hacer martianos aportes cuya importancia no ha hecho sino confirmarse con el tiempo. Esto se hace evidente, por ejemplo, en las experiencias del llamado progresismo latinoamericano de la última década, tan capaz de conquistar el gobierno por vía electoral como limitado en su capacidad para iniciar procesos sostenidos de transformación social y política en nuestros países.

Lo recorrido en el siglo XXI revela la necesidad de construir nuestras opciones de futuro a partir de un mejor conocimiento y una mayor comprensión de nuestro pasado. Para esto, además, tiene especial importancia el hecho de que, si bien los seres humanos hacemos nuestra propia historia, esa labor tan a menudo inconsciente es llevada a cabo bajo circunstancias que nos han sido legadas por el pasado. Con ello ocurre, como dijera Marx, que la tradición de todas las generaciones muertas oprima “como una pesadilla” el cerebro de los vivos,[5] llevándonos en ocasiones a imponernos metas y métodos ajenos a la realidad en que vivimos. 

A eso se refería por ejemplo Immanuel Wallerstein cuando en 1983 – desde el realismo pragmático característico de su cultura de origen – afirmaba que el comunismo “es la Utopía, es decir, la nada. […] No es una perspectiva histórica, sino una mitología corriente.” Por el contrario, añadía, el socialismo

es un sistema histórico realizable que puede un día ser instituido en el mundo. No existe interés alguno por un «socialismo» que pretende ser un momento «temporal» de la transición hacia la Utopía. Sólo existe interés por un socialismo concretamente histórico, un socialismo que reúna el mínimo de características definitorias de un sistema histórico que maximiza la igualdad y la equidad, un socialismo que incremente el control de la humanidad sobre su propia vida (la democracia) y libere la imaginación.[6]

Un siglo antes, José Martí había advertido ya sobre la necesidad de “poner alma a alma y mano a mano los pueblos de nuestra América Latina.” Y hoy, como nunca, podemos entender que apenas ocho años después consideró necesario recalcar la necesidad de construir nuestra propia universalidad desde nuestras particularidades, desde nuestra Grecia, la que nos es más necesaria. 

A esa luz, podemos decir de nuevo que vemos “colosales peligros” y “manera fácil y brillante de evitarlos”, pues “adivinamos, en la nueva acomodación de las fuerzas nacionales del mundo, siempre en movimiento, y ahora aceleradas, el agrupamiento necesario y majestuoso de todos los miembros de la familia nacional americana.” “Pensar es prever”, añadía, y esa previsión anunciaba la importancia de 

ir acercando lo que ha de acabar por estar junto. Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros, y se vivirá en perpetua e infame batalla entre hermanos por apetito de tierras.[7]

Alto Boquete, Panamá, 28 de septiembre de 2022


[1] Nuestra América, enero de 1891, Nueva York y México. http://www.ciudadseva.com/textos/otros/nuestra_america.htm

[2] “Agrupamiento de pueblos”. La América, Nueva York, junio de 1883. VII, 324 – 325.

[3] “Glosas al pensamiento de José Martí. Un libro que debe escribirse”. 1926. 

https://www.marxists.org/espanol/mella/mella-textos-escogidos-tomo1.pdf 263-270

[4] Engels, Federico: “Del socialismo utópico al socialismo científico” (1880).

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dsusc/index.htm

[5] El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.(1851) Fuente:C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, I: 404-498. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm

[6] El Capitalismo Histórico.Siglo XXI de España, 1988:101 

[7] “Agrupamiento de pueblos”. La América, Nueva York, junio de 1883. VII, 325. Martí hace una referencia evidente a la guerra librada por Chile entre 1879-1883 contra Perú y Bolivia por el control de los yacimientos de nitrato del desierto de Atacama, cuya memoria bien puede iluminar los conflictos internos que se generan en diversos países por el control de yacimientos de litio

Panamá: los tiempos de nuestro tiempo

Guillermo Castro H.

Lo primero en política,

es aclarar y prever.

José Martí, 1889.[1]

El estallido social ocurrido en Panamá el pasado mes de julio confirmó el viejo aserto de que en política no hay sorpresas sino sorprendidos. Ese estallido constituyó, en efecto, el evento que abrió paso a la crisis – ojalá final – de los resultados de un proceso histórico de larga duración que llevó a la inserción de Panamá en el mercado mundial como un enclave de servicios para la circulación de bienes, capitales y personas.

De entonces acá ese proceso ha provocado contradicciones que ya no está en capacidad de resolver. Esas contradicciones tienen dos focos mayores de origen. A lo largo del tiempo, el enclave de servicios establecido en el siglo XVI ha concentrado lo fundamental de la actividad económica de Panamá en torno a un único corredor interoceánico, tras clausurar en el siglo otros corredores activos antes de la conquista europea, y el puente terrestre que vincula a las Américas Central y del Sur. Esa concentración ha incluido, además, la del control del corredor principal por Estados extranjeros hasta fines del siglo XX; la de los beneficios del tránsito en los sectores sociales que controlan a esos Estados, y la del conjunto de los recursos humanos y naturales del país a las necesidades y demandas el corredor principal.

El otro foco está en el conflicto entre la organización natural del territorio a partir de cuencas hidrográficas que generan corredores que van del Caribe al Pacífico, y una organización territorial de la economía y el Estado a partir de un eje que va del corredor interoceánico a Costa Rica a lo largo del litoral del Pacífico. Esto creó condiciones que hasta el presente favorecen el atraso económico y la inequidad social en todo el litoral del Caribe, y en el inmenso territorio del Darién histórico.

Hablamos, pues, de una estructura, término que al decir de Fernand Braudel, “domina los problemas de larga duración”, a partir de la formación de “una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transformar.” Esto tiene especial importancia en nuestro caso, pues algunos rasgos de esas realidades “obstruyen la historia, la entorpecen y, por tanto, determinan su transcurrir” y, en el plano cultural, generan “encuadramientos mentales [que] representan prisiones de larga duración.” [2]

La realidad de que se trata aquí es aquella cuyas bases fueron sentadas por el proto mercantilismo español del siglo XVI, desde el cual se vinculó el Istmo al proceso más general y complejo de formación y desarrollo del mercado mundial creado por el capitalismo. Dentro de ese proceso, una nueva fase se inició con la construcción por capitalistas norteamericanos del primer ferrocarril interoceánico de las Américas entre 1850 y 1855, tras la conquista de California por los Estados Unidos en 1848. A partir de la década de 1880, el paso del mercado mundial a su fase imperialista dio lugar, dentro de la realidad previamente existente, a un nuevo proceso, de duración media: la organización del tránsito a partir de la creación de un protectorado militar extranjero en el Istmo.

            Ese proceso, que determinaría en una importante medida nuestro futuro, se inició a mediados de la década, ante la inquietud provocada en Estados Unidos por la iniciativa francesa de construir un canal a lo largo de la ruta del ferrocarril interoceánico de Panamá. Así, para 1885 José Martí podía informar a sus lectores de La Nación, en Buenos Aires, que Nicaragua había “contratado con el gobierno de los Estados Unidos”

la cesión, punto menos que completa, de una faja de territorio que de un Océano a otro cruza la República, para que en ella construya el gobierno norteamericano y mantenga, a su propio costo, un canal, con fortalezas y ciudades de los Estados Unidos en ambos extremos, sin más obligación que una reserva de derechos judiciales en tiempos de paz a las autoridades nicaragüenses, y el pago de una porción de los productos líquidos del canal, y de las propiedades que fincan en el territorio cedido al gobierno americano.[3]

Dieciocho años después, ese proyecto sería llevado a cabo tras la intervención norteamericana en la separación de Panamá de Colombia en 1903 y la firma del Tratado Hay-Bunau Varilla, en un país sometido a un régimen de protectorado militar que se prolongaría a todo lo largo del siglo XX.

Una vez construida la vía interoceánica – y en particular a partir de la década de 1930 –tomó cuerpo una tenaz disputa entre ambos países en torno al ejercicio de la soberanía nacional sobre el territorio del Istmo, y el usufructo de la renta generada por los servicios ofrecidos por el Canal, o asociados al mismo. Para 1947, el rechazo popular a un convenio que buscaba ampliar presencia militar extranjera en el territorio nacional abrió paso a la lucha abierta contra el régimen de protectorado, que entró en una fase decisiva a partir del alzamiento popular contra el enclave canalero en enero de 1964, hasta desembocar en la firma y ejecución del Tratado Torrijos-Carter entre 1977 y 1999.

A partir de allí, la disputa por la soberanía nacional y por la renta canalera se vio trasladada al interior de la sociedad panameña, ahora transfigurada en otra por la soberanía popular y por el uso de la renta canalera ahora captada por el Estado nacional. Ello dio lugar a un proceso de descomposición política interna que terminó por generar un grave conflicto interno que vino a ser resuelto por la intervención de las fuerzas armadas norteamericanas en diciembre de 1989, que ocasionó centenares de víctimas civiles. Dicha intervención condujo al desmantelamiento del régimen militar e instaló en el gobierno a la coalición conservadora que había resultado triunfadora en las elecciones de mayo de 1989.

En el plano de los eventos – el más corto de los plazos -, el estallido social de 2022 puso en crisis al régimen político surgido de aquella intervención, tan neoliberal en lo económico como conservadora en lo político y clasista en lo social. Eso obligó al gobierno a aceptar un diálogo con las organizaciones populares el cual, además de abordar con éxito limitado demandas inmediatas -como la reducción de precios del combustible, los medicamentos y la canasta básica -, vio ampliada su agenda hasta incorporar problemas de complejidad mayor, como el modelo económico vigente, la crisis de la seguridad social, y la corrupción en las relaciones entre en Estado y el sector privado.

A ese diálogo se incorpora ahora el sector privado, que 1990 acá ha monopolizado control de las relaciones entre la sociedad y el Estado nacional. En la práctica, podría abrir la posibilidad de que el proceso abierto por el estallido social desemboque en la convocatoria a una asamblea constituyente originaria capaz abrir paso a la construcción del país que deseamos -próspero, equitativo, sostenible, democrático y plenamente soberano.

Esa posibilidad depende en una importante medida de que la nueva visión del país que va tomando forma en la vida nacional encuentre un lenguaje capaz de expresarla, y de abrir finalmente las prisiones del pensamiento tradicional que considera natural nuestra situación de inequidad y dependencia. Aquí ya es tiempo de aclarar y prever en todo lo que sea necesario para dejar atrás al siglo XVI y sus secuelas, y comprender que la larga duración que empieza ahora puede ser la de la nación que merecemos llegar a ser, o el ingreso de lleno a una circunstancia de putrefacción de la historia, como Federico Engels la llamó alguna vez.

Alto Boquete, Panamá, 18 de septiembre de 2022


[1] “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias. I. Nueva York, 2 de noviembre de 1889”. La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1889. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI, 46-47.

[2] “La larga duración.” La historia y las ciencias sociales.(1960: 60-106): Alianza Editorial, Madrid. Cap.3. http://posgradocsh.azc.uam.mx/cuadernos/induccion/Braudel-CAP3_LARGA_DURACION.pdf

[3] “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 22 de febrero de 1885. VIII, 87-88.

La verdad entera

Guillermo Castro H.

“el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia,

y derriba lo que se levanta sin ella.”

José Martí[1]

La solución de un problema depende en una medida muy importante de su definición a partir de premisas claramente entendidas. En ese sentido, por ejemplo, todo el planteamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 depende de lo que se entienda por desarrollo y por sostenibilidad. En este caso, el proceso que lleva a la construcción de ese planteamiento tiene una historia más larga de lo que el común de las personas imagina.

Así, Maite Zapiain Aizpuru nos ofreció en 2012 una reseña de los orígenes de ese proceso de definición, plasmados en el libro Los Límites del Crecimiento: informe al Club de Roma sobre el Predicamento de la Humanidad, publicado en 1972. [2] Ese Informe, a su vez, antecede a aquel otro que, con el título de Nuestro Futuro Común, fuera publicado en 1987 por las Naciones Unidas, con el cual se abrió a debate el problema de la sostenibilidad del desarrollo, entendiendo por tal aquel que permitiera satisfacer las necesidades del presente sin afectar las del futuro.

Lo que afloró entonces fue el problema de conciliar el crecimiento sostenido con el desarrollo sostenible. Así, el primer Informe se preguntaba si habría algún límite al crecimiento constante de la población humana, de la demanda de recursos y del incremento incesante de desechos provenientes de las actividades productivas necesarias para atender esa demanda. Para dar respuesta a esa pregunta, el Club de Roma -una asociación privada compuesta por empresarios, científicos y políticos -, encargó en 1970 a un grupo de investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (ITM), bajo la dirección del profesor Dennis L. Meadows, el análisis de ese problema.

En lo general, el Informe presentado al Club de Roma señalaba que si “la industrialización, la contaminación ambiental, la producción de alimentos y el agotamiento de los recursos mantienen las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial,” la Tierra alcanzaría los límites de su crecimiento en el curso de los próximos cien años. Con ello, el resultado más probable sería “un súbito e incontrolable descenso, tanto de la población como de la capacidad industrial.”

Ese planteamiento destacaba la necesidad urgente de “percatarse de las restricciones cuantitativas del medio ambiente mundial y de las trágicas consecuencias que tendría una extralimitación, a fin de iniciar nuevas formas de pensamiento.” Y esto, a su vez, exigía “tomar en consideración las limitadas dimensiones del planeta y los límites de la presencia y la actividad humana sobre el mismo.”

Ya entonces, por otra parte, era visible que alcanzar una situación de equilibrio mundial requería mejorar sustancialmente la suerte de los países en desarrollo para superar el empeoramiento sostenido de las brechas y las desigualdades que ya existían en el sistema mundial. Y era evidente también que estos problemas estaban asociados a los de la relación de las sociedades con su entorno natural.

Cabe decir, así, que hace ya medio siglo se podía llegar a la conclusión de que la rectificación “rápida y radical de la situación mundial hoy desequilibrada, y que se deteriora peligrosamente, es la primera tarea que afronta la humanidad.” Tal “esfuerzo supremo” debería ser emprendido de manera resuelta y pronta “para que logremos en este decenio [de 1970] la reorientación que buscamos implantar”, concertando “medidas internacionales” para llevar a cabo “una planeación conjunta de largo alcance en una escala y amplitud sin precedentes.”

            Nadie podría discutir hoy lo justo de esa conclusión. Lo que cabe es preguntarse, como lo hace Maite Zapiain, cuál es el dilema, sobre todo cuando “¡la cuenta atrás está iniciada!, ¡lo que antes era una amenaza ahora comienza a ser una realidad!” Para ella, se trata de que la pasividad humana y política “ha permitido, en gran parte, esta situación.” Actualmente, decía en 2012 y aún con más razón ahora

se plantean unas exigencias en recursos y residuos que el entorno limitado del planeta no puede satisfacer. Las desigualdades sociales se agudizan, provocado por la apropiación de bienes y riquezas por parte de la elite mundial. Las distancias entre ricos y pobres se acentúan a pasos agigantados y a escala planetaria, reflejándose en el contrate entre Norte-Sur y en la aparición de “bolsas de pobreza” en el propio Norte. El agua, el aire y el suelo se degradan debido a la contaminación química. El cambio climático cada día es más patente. Los suelos pierden paulatinamente su fertilidad.

Y ante esa situación decía entonces como podría decir hoy, que

Cambiar es imperiosamente necesario. Cambiar nuestra forma de vivir, disminuyendo la excesiva interferencia de las personas sobre el planeta. Cambiar la estructura de la sociedad actual, apreciando la calidad de vida, que prospera en situaciones de valor intrínseco, más que adherirse a un estándar de vida cada vez más elevado. En consecuencia, las políticas deben ser cambiadas, políticas que afectan a las estructuras económicas, tecnológicas, e ideológicas básicas.

            La verdad que faltaba entonces, y no tiene aún presencia adecuada en el planteamiento del problema, consiste -al decir del historiador Donald Worster, amigo de la Ciudad – en que si bien las ciencias de la naturaleza pueden demostrar más allá de cualquier duda que estamos inmersos en una grave ambiental, no puede explicar por qué y cómo hemos llegado a esta situación. El deterioro ambiental que padecemos es el resultado de las formas en que nuestra sociedad ha ido organizando sus relaciones con la naturaleza del siglo XVI acá. Por lo mismo, si deseamos un ambiente distinto, necesitamos promover y facilitar la creación de una sociedad diferente.

            El tipo de cambio político que esto demanda fue definido de la manera más sencilla por José Martí como uno gestado “con todos y para el bien de todos” los que estaban dispuestos a encarar y resolver un grave problema común. En esa misma línea de razonamiento, el papa

Francisco planteó en 2013 – ya en el camino a Laudato Si’, la gran encíclica ambiental que daría a conocer en 2015 -, que ese todos era superior a las partes que lo integraban. Por lo mismo, añadía,

El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad. Tanto la acción pastoral como la acción política procuran recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno. Allí entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades. Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.[3]

            Aún estamos en la tarea de comprender y recorrer ese camino hacia el papel que nos corresponde en el cuidado de la Creación, que no es un hecho del pasado, sino un proyecto de futuro en curso desde hace al menos diez mil años, en el que la responsabilidad fundamental nos corresponde a nosotros, los humanos. Esta es la parte de la verdad que aún nos falta construir, para que no crezca en la negligencia, ni derribe lo que se levanta sin ella.

Panamá, 20 de mayo de 2022


[1] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI: 18.

[2] Meadows, D.H.; Meadows, D.L.; Randers, J; Behrens, W. (1972): “Los límites del crecimiento: informe al Club de Roma sobre el predicamento de la Humanidad.” Reseña por Maite Zapiain Aizpuru (2012).

Click to access tmzapiain.pdf

[3] Francisco / Evangelii Gaudium (2013: 237)

http://www.aciprensa.com/Docum/evangeliigaudium.pdf

Martí para hoy y mañana

Guillermo Castro H.

Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales.

El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico.

hay batalla entre la civilización y la barbarie,

sino entre la falsa erudición y la naturaleza.

José Martí[1]

Nunca se insistirá lo bastante en lo necesario que es Martí en la tarea de construir la América nuestra en estos tiempos. De su obra intelectual y política se puede decir lo que dijo Rosa Luxemburgo sobre la vigencia de la de Marx: que su riqueza la llevaba a renovar su vigencia a medida que el desarrollo histórico iba planteando problemas nuevos y más complejos a quienes luchaban por la transformación social.

Para ella, si en su tiempo el movimiento revolucionario se encontraba ante “un estancamiento en nuestro movimiento en lo que hace a todas estas cuestiones teóricas,” eso no se debía “a que la teoría marxista sobre la cual descansan sea incapaz de desarrollarse o esté perimida.” Por el contrario, decía Rosa,

se debe a que aún no hemos aprendido a utilizar correctamente las armas intelectuales más importantes que extrajimos del arsenal marxista en virtud de nuestras necesidades apremiantes en las primeras etapas de nuestra lucha. No es cierto que, en lo que hace a nuestra lucha práctica, Marx esté perimido o lo hayamos superado. Por el contrario, Marx, en su creación científica, nos ha sacado distancia como partido de luchadores. No es cierto que Marx ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades todavía no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx.[2]

Desde esa perspectiva se hace más fácil comprender, por ejemplo, la riqueza política del pensamiento martiano en la más práctica de sus expresiones: la organización del Partido Revolucionario Cubano Martí y sus compañeros de lucha por la independencia de Cuba en 1892. ¿Quién negaría que esa experiencia gana en importancia hoy, cuando en toda nuestra América los pueblos buscan modelos de organización correspondientes a los problemas de un tiempo nuevo?

Otras afinidades emergen, también, cuando el problema es abordado desde la perspectiva planteada por Antonio Gramsci en relación con el origen y desarrollo del marxismo – o, en su sentido más rico, de la filosofía de la praxis a que él se refería. Al respecto, decía, dicha filosofía

presupone todo este pasado cultural, el Renacimiento y la Reforma, la filosofía alemana y la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda la concepción moderna de la vida. La filosofía de la praxis es la coronación de todo este movimiento de reforma intelectual y moral, cuya dialéctica es el contraste entre cultura popular y alta cultura. Corresponde al nexo de Reforma protestante más Revolución francesa: es una filosofía que es también política y una política que es también filosofía.

Y advertía entonces que aquella filosofía – como la praxis martiana hoy – estaba “atravesando todavía su fase popular, folclórica” por cuanto “suscitar un grupo de intelectuales independientes […] exige un largo proceso, con acciones y reacciones, con adhesiones y disoluciones y nuevas formaciones muy numerosas y complejas.” Esto, sobre todo, cuando eso debía hacerse a partir de

la concepción de un grupo social subalterno, sin iniciativa histórica, que se amplía continuamente, pero desorgánicamente, sin poder superar un cierto grado cualitativo que está siempre más acá́ de la posesión del Estado del ejercicio real de la hegemonía sobre toda la sociedad, lo único que permite un cierto equilibrio orgánico en el desarrollo del grupo intelectual.

La referencia a las tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo a que hiciera referencia Lenin para facilitar la explicación de aquel complejo proceso de origen es evidente.

La novedad en Gramsci consiste en su manera de ampliar esa referencia, para no solo incluir corrientes culturales más vastas, en cuyo seno se forjó el pensamiento de Marx, sino dejar abierta la posibilidad de incorporar nuevas corrientes de pensamiento a ese proceso.

Hoy, por ejemplo, el ecomarxista norteamericano John Bellamy Foster[3]  en su obra más reciente, El Retorno de la Naturaleza, incorpora lo que Engels llamó la dialéctica de la naturaleza a ese movimiento cultural mayor dentro del cual se forjó la filosofía de la praxis. Así, dice Foster, al crear la posibilidad de incorporar a su propio desarrollo el de las ciencias naturales y sociales, la filosofía de la praxis comprobó y amplió lo que sus creadores venían planteando desde mediados de la década de 1840, en el sentido de que

La concepción materialista de la historia y la naturaleza podría ser unificada al interior de la visión más amplia de una forma espiral del desarrollo, que incluyera la regresión tanto como el progreso. Tal visión sería plenamente consciente de los peligros inherentes en el intento de dominar a la naturaleza, tanto como al de dominar a la humanidad.[4]

Y esto, a su vez, permite entender que la propia historia no avanza en línea recta por etapas sucesivas, sino que progresa en espiral, a veces más amplia, a veces más estrecha, como a veces descendente o ascendente, con lo cual el pensar de los humanos reproduce el movimiento de formación de las galaxias.

La vigencia de Martí puede y debe ser comprendida en el mismo doble movimiento de formación de sí misma – como tanto insistía Cintio Vitier frente a los cazadores de influencias -, como en su aporte a la formación de otras corrientes del pensar y el hacer en nuestra América. A eso se refirió alguna vez Roberto Fernández Retamar al observar que en nuestra región abundaban personas que eran martianas “sin saberlo”, como resultado de esta interacción constante – que con tanta saña combatió y combate el neoliberalismo.

Las Obras Completas de Martí, en efecto, dan cuenta de las interacciones constantes entre su visión y corrientes culturales y políticas que iban desde el mundo indígena mesoamericano hasta el florecimiento de las ciencias y las fuerzas productivas en el mundo Noratlántico, como desde los conflictos entre el liberalismo oligárquico y el democrático – en nuestra América y en la otra -, hasta los que enfrentaban al positivismo spenceriano con el idealismo dialéctico de la intelectualidad liberal progresista en Norte América y en la nuestra. Todas esas corrientes – y sus frutos, desde el conflicto entre civilización y barbarie de Sarmiento hasta el socialismo indoamericano, han estado presentes en cada momento del “conflicto social tremendo” de las crisis en nuestra historia.

En cada uno de esos momentos, ese conflicto de fondo entre la falsa erudición y la naturaleza ha confirmado y enriquecido la trascendencia – en el tiempo como en el espacio – del pensar y el hacer martianos. En lo que nos toca, bien podemos decir que son bienaventurados los que saben a dónde van, porque sabrán qué camino tomar.

Alto Boquete, Panamá, 6 de mayo de 2022


[1] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI: 17.

[2] Rosa Luxemburgo, 1903: “Estancamiento y progreso del marxismo”

[3] Autor de La Ecología de Marx. Materialismo y naturaleza (El Viejo Topo, Madrid, 2008), su obra más conocida en español y, más recientemente de The Return of nature. Socialism and Ecology. (2020) Monthly Review Press. New York.

[4] Y agrega más adelante: para Engels, “la naturaleza era vista de manera histórica, con contenido, y la historia natural difería de la historia social únicamente en el sentido de que esta última era autoconsciente.” (2020:268).

La más revolucionaria de las transformaciones

Guillermo Castro H.

“Este miedo generoso, este cuidado de hijo y padre a la vez, 

este cariño en que caben todos los necesitados de él, 

y tanto los que pecan por falta de él como los q. lo desconocen, 

esta vigilancia incansable, y trabajo de preparación; 

esta atención a la sustancia de las cosas y no a la mera

forma, esta política que funda, y no la que disgrega; 

esta política de elaboración es lo revolucionario”.

José Martí[1]

Todos nos hemos encontrado alguna vez con aquella observación de Marx en la que señala que “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.”  Y agrega enseguida que

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.[2]

Hoy asistimos nuevamente a otros ejercicios de travestismo político como aquellos – preparatorios aún, probablemente –, de socialdemócratas con la levita indignada de Karl Kautsky en 1918, reaccionarios con la casaca azul de 1776 y conservadores de izquierda camino a la estación de Finlandia en 1917. Precisamente por eso, es bueno siempre recordar que el anteayer nos ofrece a menudo claves importantes para comprender el pasado mañana de nuestro tiempo. 

Tal ocurre, por ejemplo, en periodos de transición histórica como el que estamos viviendo, que con seguridad se proyectará hacia lo profundo de nuestro futuro. Aquí, lo primero es comprender que nuestra circunstancia no es excepcional, lo que bien puede representar una gran ventaja para nosotros. De hecho, la historia de la Humanidad abarca al menos cuatro grandes transiciones. La primera va de la barbarie a la civilización – o, en otros términos -, del nomadismo a la agricultura, el sedentarismo y la vida urbana. La segunda, de la civilización Antigua a la medieval – al menos en el Occidente de Eurasia -, como la tercera fue de la Edad Media a la Moderna, generada por la creación y desarrollo del primer mercado mundial en la historia de la Humanidad, y el ascenso triunfante del liberalismo. 

Hoy nos encontramos inmersos en la cuarta transición. Esta va de nuestra Edad – ya en proceso de desintegración -, a otra que a la que aún no cabe asignarle nombre. Aun así, quienes participamos de esta transición contamos con dos importantes ventajas sobre las de tiempos anteriores. Una es saber que esta transición ya está en curso, generada por contradicciones y expectativas que el mundo que muere generó sin llegar a superar. La otra consiste en que contamos con la experiencia de transiciones anteriores.

Numerosos historiadores han renovado el abordaje de nuestra transición. De entre ellos destaca como un indudable pionero Immanuel Wallerstein, quien ya en 1995 –aún tibio el cadáver de la Unión Soviética y con la OTAN iniciando apenas el camino hacia Ucrania – nos advertía que la economía mundial creada por el capitalismo “se desarrolla con tanto éxito que se está destruyendo […] por lo cual nos hallamos frente a una bifurcación histórica que señala la desintegración de este sistema-mundo, sin que se nos ofrezca ninguna garantía de mejoramiento de nuestra existencia social.”[3]

En esta circunstancia, puede resultar útil lo que hemos aprendido por ejemplo de la transición revolucionaria que llevó del paganismo al cristianismo. Hoy sabemos que se trató de un proceso de larga duración – del 350 al 550, según algunos – y extraordinaria riqueza y complejidad, en el que desempeñaron un importante papel prácticas sociales, formas del pensar, y organizaciones innovadoras para su tiempo.[4] En ese marco, por ejemplo, destaca la importancia que la Iglesia medieval otorgara a la labor de San Benito de Nursia como organizador de una institución de nuevo tipo para su época, el monasterio benedictino.[5]

Esa labor tuvo su punto de partida en la fundación del monasterio de Monte Casino en 530, sobre las ruinas de un antiguo templo pagano, a mitad del camino entre Roma y Nápoles. La vida monástica ya tenía una larga tradición, con comunidades dispersas y autónomas. Correspondió a Benito elaborar una Regla de los monasterios, que facilitó a la Iglesia la tarea de crear una red de entidades religiosas capaces de producir sus propios medios de vida y contribuir a la reorganización del Occidente europeo tras la desintegración del imperio romano. 

Las innovaciones benedictinas incluyeron, como norma fundamental, el Ora et Labora, reza y trabaja, planteada cuando aún persistía la idea de que el trabajo manual era una actividad degradante, propia de esclavos y siervos. Ese trabajo pronto fue dividido en dos. La producción agropecuaria quedó en manos de campesinos que pagaban tributo por el uso de las tierras del monasterio. Los monjes, por su parte, se dedicaron al trabajo intelectual, haciendo de los monasterios centros de acopio, preservación y difusión de los grandes textos que habían sobrevivido al derrumbe del mundo antiguo como de las provenientes de otras culturas y los que surgían con el desarrollo del nuevo mundo cristiano.

Con ello, los monasterios se constituyeron en centros de formación de intelectuales, administradores, abogados y clérigos al servicio tanto de la Iglesia como de los reinos medievales – o, como se solía decir en los años 70, aparatos ideológicos de la dominación feudal. Para el siglo XII, esa labor había generado condiciones que abrieron paso a la creación de las universidades que animarían el desarrollo cultural de la Baja Edad Media entre los siglos XII y XV, sentando los precedentes que sustentarían la refundación de las universidades como centros de desarrollo científico y tecnológico a mediados del siglo XIX.[6]

Como vemos, hay mucho que aprender de las grandes transiciones del pasado, para entender y encarar mejor la que nos ha tocado vivir, y que aún dista de culminar. Somos criaturas de esta cuarta transición, y trabajamos todos – a sabiendas o no – para un mundo que está en camino, pero que aún no llega. 

Nuestra labor contribuye a darle forma a ese mundo, en la educación y el debate cotidiano que demanda fomentar una imaginación bien informada, capaz de organizar y orientar los trabajos necesarios para convertirla en un sistema de realidades, previendo tanto de lo que conviene estimular como aquello que convendría soslayar. Trabajamos, en efecto, para contribuir a la creación de sociedades capaces de llevar a cabo la más revolucionaria de las transformaciones: aquella que haga posible la sostenibilidad del desarrollo humano.

Alto Boquete, Panamá,7 de agosto de 2022


[1] “Fragmentos”, 72, [1885 – 1895]. Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXII: 47-48 

[2] El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm

[3] “La reestructuración capitalista y el sistema-mundo”. Conferencia magistral en el XX° Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología, México, 2 al 6 de octubre de 1995. https://flacsoandes.edu.ec/web/imagesFTP/1265665449.La_reestructuracion_capitalista_y_el_sistema.pdf

[4] En este campo destacan autores como Peter Brown, de la Universidad de Princeton, cuyo libro más conocido en español es Por el Ojo de una Aguja. La riqueza, la caída de Roma y la construcción del cristianismo en Occidente (350-550 d.C.). Acantilado, Barcelona, 2016, y Chris Wickham, de la de Oxford, autor de obras como Una historia Nueva de la Alta Edad Media. Europea y el mundo mediterráneo, 400-800. Crítica, Barcelona, 2008 y El Legado de Roma. Una historia de Europa de 400 a 1000. Pasado & Presente, Barcelona, 2016.

[5] Para una biografía eclesial de Benito de Nursia: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Benito_de_Nursia .

La principal referencia biográfica de Benito es el relato de su vida elaborado por San Gregorio Magno (540-604 dC) , primer Papa benedictino, https://bibliotecadeespiritualidadymeditacion.files.wordpress.com/2017/08/san-gregorio-magno-vida-de-san-benito-abad.pdf .

[6]  Al respecto, por ejemplo, Wallerstein, Immanuel: “El futuro del sistema universitario”. http://fbc.binghamton.edu/commentr.htmComentario No. 27, 1 de noviembre de 1999

https://es.scribd.com/document/306574808/El-Futuro-Del-Sistema-Universitario-Immanuel-Wallerstein

Aquí, con nosotros

Guillermo Castro H.*

A Cintio Vitier,

en su sol del mundo moral

Señora Embajadora de la República de Cuba en Panamá.

Compañeros y amigos todos:

Nacido en 1853, tenía 42 años al morir. Dejaba, tan joven, una obra literaria y política que ya abarca más de 28 tomos, escrita con un dominio hasta ahora insuperado del potencial expresivo de la lengua española. Y nos legaba además el acto primero de una época nueva en la historia de nuestra América, cuyos conflictos, contradicciones y promesas siguen definiendo a la vez los términos en que ejercemos nuestra existencia, y el juicio que ese ejercicio merezca.

La muerte en combate de José Martí, que hoy conmemoramos, confirma lo que afirma el himno marcial de los cubanos: morir por la Patria, en efecto, es vivir. Pero ella confirma además lo que él advirtió a sus compatriotas en el Manifiesto de Montecristi, conque los convocaba en marzo de 1895 a seguirlo en la contienda a la que entregaría su propia vida apenas dos meses después. “Honra y conmueve pensar”, decía,

que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo[1].

Aquella independencia por la que luchaba era a un tiempo la misma y otra que aquellas por las que había luchado el resto de las naciones hispanoamericanas entre 1810 y 1825. La misma, porque tenía como objetivo la creación de un Estado nacional independiente en las últimas colonias de España en América. Y otra, por dos razones al menos, expresadas con énfasis creciente en los años inmediatamente anteriores a 1895, que conviene resaltar aquí.

En primer término, la lucha contra el dominio colonial español sobre Cuba y Puerto Rico, iniciada en 1868, entraba en su fase final en una circunstancia entonces inédita, que Martí describe en términos de especial trascendencia para lo que entonces llegaría a ser también el futuro cercano de Panamá. “En el fiel de América”, decía, “están las Antillas”

que serían, si esclavas, mero pontón de guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, – mero fortín de la Roma americana; – y si libres- y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora – serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio – por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles – hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo -… Es un mundo lo que estamos equilibrando:  no son sólo dos islas las que vamos a libertar.[2]

Tras el “nosotros” que subyace a este razonamiento se encuentra la segunda de las razones que distingue a la empresa a que convocaba Martí. Aquel “nosotros”, en efecto, carecía de equivalente en la gesta de 1810. En la Cuba del siglo XIX – por razones cuyo análisis tendría que ser planteado en otro momento y lugar -, no llegó a formarse una oligarquía agroexportadora capaz de aspirar al poder del Estado. Y en el resto de la América hispana, hacia 1890 esa oligarquía había utilizado aquel poder para darle a sus Estados un acentuado carácter liberal en lo económico, conservador en lo político y reaccionario hasta el tuétano en lo social.

De este modo, el momento en que Cuba se acerca a su segundo intento de obtener la independencia mediante el recurso a la guerra es también aquel en que va siendo evidente la incapacidad del Estado liberal oligárquico para representar el interés general de las jóvenes Repúblicas hispanoamericanas. Ahora, quienes han pasado a un papel de primer orden en el planteamiento de los problemas de relación entre la soberanía nacional y la soberanía popular – como parte además del problema aún más amplio de encontrar un lugar equitativo y próspero para las sociedades hispanoamericanas en un mundo que se acerca con rapidez a la disputa entre potencias imperialistas por el control del mercado mundial -, son los representantes de una generación de intelectuales y políticos proveniente de una pequeña burguesía formada en el servicio público, la enseñanza y las profesiones liberales.

Esa generación de intelectuales nuevos, forjada en el fracaso de la Reforma Liberal de la década de 1870, llega dispuesta a luchar por hacer realidad la promesa pendiente de crear, en las antiguas colonias de España en América, verdaderas Repúblicas construidas con todos, y para el bien de todos. En Cuba como en toda la América hispana ese grupo social madura con rapidez a lo largo de la década de 1880, y mantiene entre sí intercambios, solidaridades y contactos cuyo alcance no cesa de asombrarnos. No es casual que una parte sustantiva de la obra de Martí esté compuesta por la correspondencia con que acude a esa tarea colectiva, y por los artículos de prensa en que va dando cuenta del modo en que de ella va resultando una visión nueva de la América hispana, y de su lugar en el mundo.

Esto nos permite entender que la grandeza y la trascendencia de Martí no le vengan sólo de sus indudables méritos personales, sino además de su capacidad para convertirse en el primero entre sus iguales de Cuba y la América hispana. En él encontramos la expresión más alta de un proceso histórico que, si por un lado había destruido ya la posibilidad de que las tareas de construcción nacional pudieran ser desempeñadas por la intelectualidad positivista creada para sus propios fines por el Estado Liberal Oligárquico, por el otro planteaba demandas culturales y políticas que sólo podían ser encaradas por intelectuales capaces de actuar desde organizaciones de complejidad adecuada a la solución de los problemas que el viento del mundo, y sus propios huracanes interiores, planteaban a nuestras sociedades.

De Martí puede decirse, así, lo que él dijera de Simón Bolívar en 1893, ya en la plenitud de su impulso creador: que no es

que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre. A veces está el hombre listo y no está el pueblo. A veces está listo el pueblo y no aparece el hombre.[3]

Pero habría que decir más, porque en ese momento aquel pueblo aparecía ya como sujeto pleno de su propia historia en el Partido Revolucionario Cubano organizado por Martí y sus compañeros en 1892.

Estamos ahora ante un medio nuevo para un propósito nuevo: conquistar el poder político para transformar las formas de vida y mentalidad que constituían el legado peor del origen colonial de estas sociedades, de modo que pudieran incorporarse con voz y propósitos propios al mundo moderno. Así, la contienda a que convoca el Partido Revolucionario Cubano en 1895 ya no es la última guerra de independencia, sino la primera de liberación nacional en nuestra América. Y en esta relación entre el intelectual como organizador, y la organización desde la que actúa, Martí se nos presenta a un tiempo como el productor y el fruto de la más fecunda y trascendente de sus obras.

Caso singular éste, que alienta la esperanza en tiempos de confusión e incertidumbre, en que la circunstancia de mayor dificultad y atraso político contribuye a estimular la propuesta estratégica más audaz, y de más largo aliento.  Y esa singularidad resalta aún más en la perspectiva del camino intelectual y político recorrido por Martí desde las frustraciones que experimentó con el fracaso de la primera guerra de independencia cubana de 1868-1878, pasando por sus encuentros y desencuentros con el liderazgo histórico del movimiento patriótico cubano a lo largo de la década de 1880; sus experiencias de exilio en Estados Unidos y de servicio a Hispanoamérica entre 1881 y 1891, y el fruto mayor de aquella experiencia intelectual y política, que en enero de 1891 da de sí el ensayo “Nuestra América”, primero, y un año después culmina en la organización del Partido Revolucionario Cubano.

Ese proceso de construcción de sí, y de sus medios, encuentra una de las mejores expresiones de su punto de partida y su necesidad en aquellos apuntes de 1884 en que se decía a sí mismo que no había letras, “que son expresión,”

hasta que no hay esencia que expresar en ellas. Estamos en tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos. Están luchando las especies por el dominio en la unidad del género… ¿Se unirán, en consorcio urgente, esencial y bendito, los pueblos conexos y antiguos de América? ¿Se dividirán, por ambiciones de vientre y celos de villorrio, en nacioncillas desmeduladas, extraviadas, laterales, dialécticas…?[4]

Y asombra la certeza conque siete años más tarde llega a conclusiones justas, precisas y eficientes sobre el carácter de esa esencia, y las formas de darle expresión en “Nuestra América”, que es como el acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad.

Allí dirá que el origen de nuestros males radica en que está pendiente de solución el problema de la independencia, que “no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu”. Y que precisamente por eso, “para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”, la América nuestra debe ser comprendida y creada desde sí, entendiendo que no hay en ella batalla verdadera “entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”[5].

La cercanía de ese juicio no puede ser más evidente a la luz de las experiencias de nuestros pueblos, que durante los últimos treinta años han conocido un crecimiento económico mediocre e incierto, una desigualdad social persistente y un deterioro ambiental sostenido. La estabilidad política lograda a cuenta de la desmovilización y desintegración de las organizaciones sociales y populares se torna cada vez más precaria; nuestras economías regresan a modos de inserción en el mercado mundial que recuerdan a los de fines del siglo XIX, y parecen ya distantes los días en que nos proponíamos pensar por cuenta propia, y nos esforzábamos por formar los intelectuales que nuestros países requerían para enfrentar los problemas que ese pensamiento identificaba como fundamentales.

Nuestros tiempos se parecen más a los del 1884 de Martí, que a los de su 1895. Aun así, podemos conocerlos y entenderlos mejor incluso de lo que él conoció y comprendió los suyos, porque la crisis que enfrentamos hoy tiene sin duda origen en la persistencia agravada de los problemas que él señaló para nosotros desde entonces. Hoy, ante la bancarrota ideológica, política y moral del neoliberalismo, puesta en evidencia en cuanto empiezan nuestros pueblos a hacerse oír tras el estupor inicial de la imposición del justamente llamado “Consenso de Washington”, descubrimos que – parafraseando la frase famosa del Manifiesto de Montecristi -, nuestra América vuelve a la lucha por hacerse dueña de su propio destino al calor de movimientos sociales nuevos, que van planteando objetivos de complejidad cultural y política muy superior a los de nuestro pasado reciente, y ponen al día otra vez la demanda de la revolución democrática que corone y otorgue sentido a la obra de construcción de nuestros Estados nacionales.

Culminan ahora los tiempos que Martí anunció. Están ante nosotros, otra vez, las tareas que él emprendió. Y siendo tan grande la dificultad es al mismo tiempo más sencillo enfrentarla, porque lo mejor de su obra está aquí, con nosotros, para darnos aliento en el camino. Por lo mismo, y desde aquella delicada honestidad de los afectos que profesaba a sus amigos más cercanos, es justo y necesario llamar a proteger lo mejor de su legado con la misma advertencia con que culminara, en abril de 1894, la explicación que daba a sus compatriotas sobre el alma de la revolución, y el deber de Cuba en América. Que nadie se llame a engaño: hoy, como ayer y más,

Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la Humanidad entera. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos. [6]

Queridos compañeros y amigos:

Era yo muy joven cuando mi madre me contó de la emoción a la vez profunda y serena que había sentido al visitar la tumba de Martí en Santiago de Cuba. Hoy, cuando he llegado a una edad mucho mayor de la que tenía él al momento de su muerte, puedo decirle a ella y a ustedes, desde mi propia experiencia, que no hay sitio tan hermoso como aquel en que vive el Apóstol en cada uno de nosotros. Desde ese lugar en que somos uno los de todas las patrias que somos, quiero expresarles mi aprecio por la paciencia con que me han permitido compartir estas reflexiones.

Muchas gracias

Panamá, 19 de mayo de 2022


* Texto ofrecido en un acto de homenaje a José Martí a 127 años de su caída en combate, en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá.

[1] “Manifiesto de Montecristi”, 25 de marzo de 1895. Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, Tomo 4, p. 101.

[2] Idem., p. 142.

[3] “La fiesta de Bolívar en la Sociedad Literaria Hispanoamericana”, 31 de octubre de 1893.  Obras Completas, ibid., Tomo 8, p. 251.

[4] “Cuaderno No. 5”, en Cuadernos de Apuntes, ”. Obras Completas, ibid., Tomo 21, p. 164.

[5] ”. Obras Completas, ibid., Tomo 6, pp. 17 a 19.

[6] Idem., p. 143.

Martí para hoy y mañana

Guillermo Castro H.

Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales.

El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico.

No hay batalla entre la civilización y la barbarie,

sino entre la falsa erudición y la naturaleza.

José Martí[1]

Nunca se insistirá lo bastante en lo necesario que es Martí en la tarea de construir la América nuestra en estos tiempos. De su obra intelectual y política se puede decir lo que dijo Rosa Luxemburgo sobre la vigencia de la de Marx: que su riqueza la llevaba a renovar su vigencia a medida que el desarrollo histórico iba planteando problemas nuevos y más complejos a quienes luchaban por la transformación social.

Si nos encontramos ante “un estancamiento en nuestro movimiento en lo que hace a todas estas cuestiones teóricas, ello no se debe a que la teoría marxista sobre la cual descansan sea incapaz de desarrollarse o esté perimida.” Por el contrario, decía Rosa,

se debe a que aún no hemos aprendido a utilizar correctamente las armas intelectuales más importantes que extrajimos del arsenal marxista en virtud de nuestras necesidades apremiantes en las primeras etapas de nuestra lucha. No es cierto que, en lo que hace a nuestra lucha práctica, Marx esté perimido o lo hayamos superado. Por el contrario, Marx, en su creación científica, nos ha sacado distancia como partido de luchadores. No es cierto que Marx ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades todavía no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx.[2]

Desde esa perspectiva se hace más fácil comprender, por ejemplo, la riqueza política del pensamiento martiano en la más práctica de sus expresiones: la organización del Partido Revolucionario Cubano Martí y sus compañeros de lucha por la independencia de Cuba en 1892. ¿Quién negaría que esa experiencia gana en importancia hoy, cuando en toda nuestra América los pueblos buscan modelos de organización correspondientes a los problemas de un tiempo nuevo?

Otras afinidades emergen, también, cuando el problema es abordado desde la perspectiva planteada por Antonio Gramsci en relación con el origen y desarrollo del marxismo – o, en su sentido más rico, la filosofía de la praxis a que se refería él. Al respecto, decía, dicha filosofía

presupone todo este pasado cultural, el Renacimiento y la Reforma, la filosofía alemana y la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda la concepción moderna de la vida. La filosofía de la praxis es la coronación de todo este movimiento de reforma intelectual y moral, cuya dialéctica es el contraste entre cultura popular y alta cultura. Corresponde al nexo de Reforma protestante más Revolución francesa: es una filosofía que es también política y una política que es también filosofía.

Y advertía entonces que aquella filosofía – como la praxis martiana hoy – estaba “atravesando todavía su fase popular, folclórica” por cuanto “suscitar un grupo de intelectuales independientes […] exige un largo proceso, con acciones y reacciones, con adhesiones y disoluciones y nuevas formaciones muy numerosas y complejas.” Esto, sobre todo, cuando eso debía hacerse a partir de

la concepción de un grupo social subalterno, sin iniciativa histórica, que se amplía continuamente, pero desorgánicamente, sin poder superar un cierto grado cualitativo que está siempre más acá́ de la posesión del Estado del ejercicio real de la hegemonía sobre toda la sociedad, lo único que permite un cierto equilibrio orgánico en el desarrollo del grupo intelectual.

La referencia a las tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo a que hiciera referencia Lenin para facilitar la explicación de aquel complejo proceso de origen es evidente.

La novedad en Gramsci consiste en su manera de ampliar esa referencia, para no solo incluir corrientes culturales más vastas, en cuyo seno se forjó el pensamiento de Marx, sino dejar abierta la posibilidad de incorporar nuevas corrientes de pensamiento a ese proceso.

Hoy, por ejemplo, el ecomarxista norteamericano John Bellamy Foster[3]  en su obra más reciente, El Retorno de la Naturaleza, incorpora lo que Engels llamó la dialéctica de la naturaleza a ese movimiento cultural mayor dentro del cual se forjó la filosofía de la praxis. Así, dice Foster, al crear la posibilidad de incorporar a su propio desarrollo el de las ciencias naturales y sociales, la filosofía de la praxis comprobó y amplió lo que sus creadores venían planteando desde mediados de la década de 1840, en el sentido de que

La concepción materialista de la historia y la naturaleza podría ser unificada al interior de la visión más amplia de una forma espiral del desarrollo, que incluyera la regresión tanto como el progreso. Tal visión sería plenamente consciente de los peligros inherentes en el intento de dominar a la naturaleza, tanto como al de dominar a la humanidad.[4]

Y esto, a su vez, permite entender que la propia historia no avanza en línea recta por etapas sucesivas, sino que progresa en espiral, a veces más amplia, a veces más estrecha, como a veces descendente o ascendente, con lo cual el pensar de los humanos reproduce el movimiento de formación de las galaxias.

La vigencia de Martí puede y debe ser comprendida en el mismo doble movimiento de formación de sí misma – como tanto insistía Cintio Vitier frente a los cazadores de influencias -, como en su aporte a la formación de otras corrientes del pensar y el hacer en nuestra América. A eso se refirió alguna vez Roberto Fernández Retamar al observar que en nuestra región abundaban personas que eran martianas “sin saberlo”, como resultado de esta interacción constante – que con tanta saña combatió el neoliberalismo.

Las Obras Completas de Martí, en efecto, dan cuenta de las interacciones constantes entre su visión y corrientes culturales y políticas que iban desde el mundo indígena mesoamericano hasta el florecimiento de las ciencias y las fuerzas productivas en el mundo Noratlántico, como desde los conflictos entre el liberalismo oligárquico y el democrático – en nuestra América y en la otra -, hasta los que enfrentaban al positivismo spenceriano con el idealismo dialéctico de la intelectualidad liberal progresista en Norte América y en la nuestra. Todas esas corrientes – y sus frutos, desde el conflicto entre civilización y barbarie de Sarmiento hasta el socialismo indoamericano, han estado presentes en cada momento del “conflicto social tremendo” de las crisis en nuestra historia.

En cada uno de esos momentos, ese conflicto de fondo entre la falsa erudición y la naturaleza ha confirmado y enriquecido la trascendencia – en el tiempo como en el espacio – del pensar y el hacer martianos. En lo que nos toca, bien podemos decir que son bienaventurados los que saben a dónde van, porque sabrán qué camino tomar.

Alto Boquete, Panamá, 6 de mayo de 2022


[1] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI: 17.

[2] Rosa Luxemburgo, 1903: “Estancamiento y progreso del marxismo”

https://www.marxistsfr.org/espanol/luxem/03Estancamientoyprogresodelmarxismo_0.pdf

[3] Autor de La Ecología de Marx. Materialismo y naturaleza (El Viejo Topo, Madrid, 2008), su obra más conocida en español y, más recientemente de The Return of nature. Socialism and Ecology. (2020) Monthly Review Press. New York.

[4] Y agrega más adelante: para Engels, “la naturaleza era vista de manera histórica, con contenido, y la historia natural difería de la historia social únicamente en el sentido de que esta última era autoconsciente.” (2020:268).

Transiciones, y tareas

Guillermo Castro H.

En tiempos como el que vivimos, tiene especial interés el recuento de otras épocas de transición entre periodos civilizatorios – recordando, si, que este es el primero que ocurre a escala planetaria. A esto cabría agregar que las opciones de destino de las sociedades en transición están estrechamente asociadas a las relaciones de de continuidad y ruptura de las visiones del mundo – y las prácticas correspondientes – dominantes en ellas. [1]

            En la transición al medioevo, la desintegración de la cultura antigua se vio acompañada por la cristianización de la aristocracia senatorial romana a principios del siglo IV, y de la preservación por la Iglesia de elementos importantes de organización, simbología y técnicas creadas por esa clase para el ejercicio de su poder. En ese proceso desempeñaron un importante papel los monasterios benedictinos, a partir de la fundación en 530 del primero de estos en Montecasino, entre Roma y Nápoles, por san Benito de Nursia (480-547) hacia el año 530, quien lo dotó de una Regla que establecía su propósito, su organización y sus métodos de gobierno interior, lo cual facilitó la multiplicación de esas entidades entre los siglos VI y XI.

Aquellos monasterios benedictinos desempeñaron – entre otras – dos tareas de gran importancia tras la desintegración del imperio romano en el siglo V. Una fue la de contribuir a una nueva organización del mundo rural, y la gradual incorporación de sus habitantes al proceso de transición hacia aquellas nuevas formas de vida económica, social, cultural y política que hoy llamamos “la Edad Media”.[2] Otra, la formación de especialistas para el fortalecimiento institucional y teológico de la Iglesia, y para la consolidación de su poder político en el proceso de formación de aquella sociedad nueva.[3]

En aquella circunstancia, la actividad constante de tales entidades de organización de una cultura nueva tiene un alcance que van mucho más allá de la entidad misma. En este caso, al decir de Antonio Gramsci, el vínculo entre la nueva cultura que iba tomando forma desde los monasterios y el mundo del trabajo que los sostenía, vino a expresarse en el desarrollo práctico del principio benedictino de Ora et labora (reza y trabaja), que somete el “labora” al “ora”.[4]

Así, la relación entre los colonos campesinos y el monasterio terrateniente pasó a sustentarse en concesiones del uso de las tierras de éste a los labradores, que pagaban por ese uso con productos de su trabajo. Los monjes, por su parte, incrementaron el carácter especializado de sus actividades productivas – “sacerdotes, intelectuales de concepto, copistas, operarios, industriales, artesanos” – y el monasterio pasó a ser la “corte” que reproducía y desarrollaba el régimen de la “villa” romana patricia, defendido, más que por las armas, por el respeto religioso, cultural y político de la entidad.

En el proceso, los monjes pasaron a ser también intelectuales al servicio del orden naciente. Con ello, la formación de esta intelectualidad articulaba de manera innovadora factores sociales, culturales y políticos, con una clara expresión territorial, pues la multiplicación de los monasterios en la Europa Occidental de hoy tuvo una gran incidencia en la formación de los sistemas territoriales de organización de la economía y la política que fueron tomando cuerpo entre la desintegración del imperio romano, y el florecimiento de la Edad Media.[5] 

Para Gramsci era evidente la necesidad de estudiar “la importancia del monaquismo en la creación del feudalismo”. Al respecto, cita a Luis Salvatorelli que en su libro San Benedetto é l’Italia del suo tempo señalara que

El monasterio, lejos de las ciudades en plena decadencia, en medio de los campos agotados que amenazaban convertirse en desierto, surgía como un nuevo núcleo social que derivaba su ser del nuevo principio cristiano, ajeno a toda mezcla con el mundo decrépito que se obstinaba en llamarse con el gran nombre de Roma.

Para Gramsci, San Benito “sin proponérselo directamente, hizo obra de reforma social y de verdadera creación”, que encontraron expresión en “su obra de cultura.” Esto atañe al papel de los monjes como intelectuales orgánicos del orden social naciente en la medida en que fueron su actividad

cierto carácter de religiosidad, entendida en el significado general de la época y particular de Platón –por lo tanto, actividad en cierto sentido “social”, de elevación y educación (y dirección intelectual, y por ende con función de hegemonía) de la polis–.

            La experiencia de San Benito tuvo consecuencias que quizás él no estuvo en capacidad de imaginar. Si las imaginó en cambio, un siglo después, Gregorio Magno, primer papa benedictino, que supo convertir en conocimiento aquella experiencia, y utilizarlo en la creación de una red de soporte para hacer de la Iglesia un factor de poder político, económico y cultural de gran importancia en el mundo medieval.

            Una tarea así aún está pendiente en nuestra América. Contamos con importantes experiencias innovadoras que están pendientes de recuperación para estos tiempos, desde la de los grandes movimientos populares como el peronismo y el cardenismo, hasta la de José Carlos Mariategui al dar los primeros pasos para la creación de un socialismo indoamericano, aún inconclusa, y la de Gustavo Gutiérrez para dar su impulso inicial a la Teología de la Liberación.  

Con todo, quizás la más importante en lo inmediato sea la tarea de recuperar la experiencia producida por José Martí y sus compañeros de lucha al crear aquella herramienta capaz de equilibrar el mundo que fue el Partido Revolucionario Cubano, que él sintetizó así:

Nació uno, de todas partes a la vez. Y erraría, de fuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano.[6]

De esa continuidad en el cambio de tiempos le vino a Fidel Castro declarar que José Martí había sido el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, que abrió paso a la fase culminante de la lucha cubana de liberación nacional. Hacer explícita la riqueza de nuestro legado cultural, y trabajar con nuestra gente en la tarea de llevarlo a la práctica para alcanzar la plenitud de su desarrollo, es la responsabilidad por la que será juzgada la gente de cultura – para utilizar la expresión de nuestros abuelos – de nuestra América en el tiempo que nos ha tocado vivir.

Alto Boquete, Panamá, 24 de abril de 2022


[1] Al respecto, por ejemplo, el destacado medievalista inglés Chris Wickham ha señalado que los rresultados de estos procesos de transición nos confirman que la historia “no es teleológica, lo que significa que el desarrollo histórico no va a ninguna parte, sino que, al contrario, procede de algún sitio.” Europa en la Edad Media. Una nueva interpretación. Crítica, Barcelona, 2017. http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/europa_en_la_edad_media.pdf

[2] Lo cual incluyó la restauración de los vínculos de propiedad aristocrática de la tierra, ilustrada por la observación – reiterada en las biografía de Benito – de que a éste le había sido concedida la propiedad de las tierras de Montecassino por su propietario anterior.

[3] Lo cual incluyó la formación de especialistas en la lucha contra la religiosidad popular campesina, ilustrada por la destrucción del templo de Apolo existente en el sitio en que se levantaría el monasterio de Montecasino.

[4] Todas las citas de Gramsci provienen de “Notas dispersas. Función cosmopolita de los inteletuales italianos”. Los Intelectuales y la Organización de la Cultura. www.gramsci.org.ar

[5] A lo cual agrega que la investigación de tales vínculos, “además de ser interesantes para determinar el origen de los centros de civilización medievales, sirven también para la historia real del cristianismo”. “Origen de los centros de cultura medieval”, en “Notas dispersas. Función cosmopolita de los inteletuales italianos”. Los Intelectuales y la Organización de la Cultura. www.gramsci.org.ar

[6] “El Partido Revolucionario Cubano”. Patria, Nueva York, 3 de abril de 1892. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. I, 366.