Transiciones, y tareas

Guillermo Castro H.

En tiempos como el que vivimos, tiene especial interés el recuento de otras épocas de transición entre periodos civilizatorios – recordando, si, que este es el primero que ocurre a escala planetaria. A esto cabría agregar que las opciones de destino de las sociedades en transición están estrechamente asociadas a las relaciones de de continuidad y ruptura de las visiones del mundo – y las prácticas correspondientes – dominantes en ellas. [1]

            En la transición al medioevo, la desintegración de la cultura antigua se vio acompañada por la cristianización de la aristocracia senatorial romana a principios del siglo IV, y de la preservación por la Iglesia de elementos importantes de organización, simbología y técnicas creadas por esa clase para el ejercicio de su poder. En ese proceso desempeñaron un importante papel los monasterios benedictinos, a partir de la fundación en 530 del primero de estos en Montecasino, entre Roma y Nápoles, por san Benito de Nursia (480-547) hacia el año 530, quien lo dotó de una Regla que establecía su propósito, su organización y sus métodos de gobierno interior, lo cual facilitó la multiplicación de esas entidades entre los siglos VI y XI.

Aquellos monasterios benedictinos desempeñaron – entre otras – dos tareas de gran importancia tras la desintegración del imperio romano en el siglo V. Una fue la de contribuir a una nueva organización del mundo rural, y la gradual incorporación de sus habitantes al proceso de transición hacia aquellas nuevas formas de vida económica, social, cultural y política que hoy llamamos “la Edad Media”.[2] Otra, la formación de especialistas para el fortalecimiento institucional y teológico de la Iglesia, y para la consolidación de su poder político en el proceso de formación de aquella sociedad nueva.[3]

En aquella circunstancia, la actividad constante de tales entidades de organización de una cultura nueva tiene un alcance que van mucho más allá de la entidad misma. En este caso, al decir de Antonio Gramsci, el vínculo entre la nueva cultura que iba tomando forma desde los monasterios y el mundo del trabajo que los sostenía, vino a expresarse en el desarrollo práctico del principio benedictino de Ora et labora (reza y trabaja), que somete el “labora” al “ora”.[4]

Así, la relación entre los colonos campesinos y el monasterio terrateniente pasó a sustentarse en concesiones del uso de las tierras de éste a los labradores, que pagaban por ese uso con productos de su trabajo. Los monjes, por su parte, incrementaron el carácter especializado de sus actividades productivas – “sacerdotes, intelectuales de concepto, copistas, operarios, industriales, artesanos” – y el monasterio pasó a ser la “corte” que reproducía y desarrollaba el régimen de la “villa” romana patricia, defendido, más que por las armas, por el respeto religioso, cultural y político de la entidad.

En el proceso, los monjes pasaron a ser también intelectuales al servicio del orden naciente. Con ello, la formación de esta intelectualidad articulaba de manera innovadora factores sociales, culturales y políticos, con una clara expresión territorial, pues la multiplicación de los monasterios en la Europa Occidental de hoy tuvo una gran incidencia en la formación de los sistemas territoriales de organización de la economía y la política que fueron tomando cuerpo entre la desintegración del imperio romano, y el florecimiento de la Edad Media.[5] 

Para Gramsci era evidente la necesidad de estudiar “la importancia del monaquismo en la creación del feudalismo”. Al respecto, cita a Luis Salvatorelli que en su libro San Benedetto é l’Italia del suo tempo señalara que

El monasterio, lejos de las ciudades en plena decadencia, en medio de los campos agotados que amenazaban convertirse en desierto, surgía como un nuevo núcleo social que derivaba su ser del nuevo principio cristiano, ajeno a toda mezcla con el mundo decrépito que se obstinaba en llamarse con el gran nombre de Roma.

Para Gramsci, San Benito “sin proponérselo directamente, hizo obra de reforma social y de verdadera creación”, que encontraron expresión en “su obra de cultura.” Esto atañe al papel de los monjes como intelectuales orgánicos del orden social naciente en la medida en que fueron su actividad

cierto carácter de religiosidad, entendida en el significado general de la época y particular de Platón –por lo tanto, actividad en cierto sentido “social”, de elevación y educación (y dirección intelectual, y por ende con función de hegemonía) de la polis–.

            La experiencia de San Benito tuvo consecuencias que quizás él no estuvo en capacidad de imaginar. Si las imaginó en cambio, un siglo después, Gregorio Magno, primer papa benedictino, que supo convertir en conocimiento aquella experiencia, y utilizarlo en la creación de una red de soporte para hacer de la Iglesia un factor de poder político, económico y cultural de gran importancia en el mundo medieval.

            Una tarea así aún está pendiente en nuestra América. Contamos con importantes experiencias innovadoras que están pendientes de recuperación para estos tiempos, desde la de los grandes movimientos populares como el peronismo y el cardenismo, hasta la de José Carlos Mariategui al dar los primeros pasos para la creación de un socialismo indoamericano, aún inconclusa, y la de Gustavo Gutiérrez para dar su impulso inicial a la Teología de la Liberación.  

Con todo, quizás la más importante en lo inmediato sea la tarea de recuperar la experiencia producida por José Martí y sus compañeros de lucha al crear aquella herramienta capaz de equilibrar el mundo que fue el Partido Revolucionario Cubano, que él sintetizó así:

Nació uno, de todas partes a la vez. Y erraría, de fuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano.[6]

De esa continuidad en el cambio de tiempos le vino a Fidel Castro declarar que José Martí había sido el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, que abrió paso a la fase culminante de la lucha cubana de liberación nacional. Hacer explícita la riqueza de nuestro legado cultural, y trabajar con nuestra gente en la tarea de llevarlo a la práctica para alcanzar la plenitud de su desarrollo, es la responsabilidad por la que será juzgada la gente de cultura – para utilizar la expresión de nuestros abuelos – de nuestra América en el tiempo que nos ha tocado vivir.

Alto Boquete, Panamá, 24 de abril de 2022


[1] Al respecto, por ejemplo, el destacado medievalista inglés Chris Wickham ha señalado que los rresultados de estos procesos de transición nos confirman que la historia “no es teleológica, lo que significa que el desarrollo histórico no va a ninguna parte, sino que, al contrario, procede de algún sitio.” Europa en la Edad Media. Una nueva interpretación. Crítica, Barcelona, 2017. http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/europa_en_la_edad_media.pdf

[2] Lo cual incluyó la restauración de los vínculos de propiedad aristocrática de la tierra, ilustrada por la observación – reiterada en las biografía de Benito – de que a éste le había sido concedida la propiedad de las tierras de Montecassino por su propietario anterior.

[3] Lo cual incluyó la formación de especialistas en la lucha contra la religiosidad popular campesina, ilustrada por la destrucción del templo de Apolo existente en el sitio en que se levantaría el monasterio de Montecasino.

[4] Todas las citas de Gramsci provienen de “Notas dispersas. Función cosmopolita de los inteletuales italianos”. Los Intelectuales y la Organización de la Cultura. www.gramsci.org.ar

[5] A lo cual agrega que la investigación de tales vínculos, “además de ser interesantes para determinar el origen de los centros de civilización medievales, sirven también para la historia real del cristianismo”. “Origen de los centros de cultura medieval”, en “Notas dispersas. Función cosmopolita de los inteletuales italianos”. Los Intelectuales y la Organización de la Cultura. www.gramsci.org.ar

[6] “El Partido Revolucionario Cubano”. Patria, Nueva York, 3 de abril de 1892. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. I, 366.

Confusión / nota sobre el carácter de la crisis que enfrentamos

GCH
Hay una confusión en el planteamiento básico de los problemas que encara Panamá en este momento de su historia.
Se da por sentado que la economía crece en una sociedad que no cambia.
En ese sentido, por ejemplo, la desigualdad puede incrementarse, sin duda, pero sigue siendo un problema ancestral, etc.
En realidad, el crecimiento – y la desigualdad – son formas – entre otras- en que se expresa un proceso más complejo de transformación de la sociedad, de su economía, y de su cultura.
Fuimos una economía rural atrasada.
Las dos zonas más prósperas de aquella economía estaban asociadas a enclaves económicos que recibían grandes subsidios del resto del país, su población y su territorio: las bananeras, la Zona del Canal, la Zona Libre de Colón.
La integración del Canal a la economía interna, como la inserción de la economía local en la global a través de la formación de la Plataforma de Servicios Transnacionales en torno al Canal, no son hechos que puedan ser reducidos a una mera expansión cuantitativa d ela vieja economía de enclave.
Estamos frente a una nueva economía, aún en formación, cuyo desarrollo va devastando toda la institucionalidad creada para el servicio y reproducción de la economía anterior, así como va haciéndolo con las formas del razonar propias de la cultura asociada a aquella institucionalidad.
Expresión de ello, en el plano cultural, lo es tanto la crisis de dirección en el sistema educativo como la de identidad y propósito en la vida social.
La primera reacción, naturalmente, ha sido la de resistir a esa devastación.
FRENADESO salió así a la defensa de lo que restaba de los derechos sociales otorgados durante el período torrijista populista de 1972 – 1976, como salieron a la defensa de lo que restaba de la institucionalidad restaurada por el golpe de Estado de diciembre de 1989 los sectores democráticos de capas medias.
Todo eso, sin embargo, va de salida.
Los que intuyeron la inminencia de ese cambio – no para conducirlo, sino para explotarlo en su propio beneficio – no saben con qué sustituir lo que tan activamente contribuyen a destruir.
Sus oponentes tampoco saben con qué sustituir lo que ya no están en capacidad de defender.
Todo apunta aquí a confirmar que a lo real hay que estar, no a lo aparente, y que en política lo real “es lo que no se ve”, como lo advirtiera José Martí.
Urge, cada vez más, identificar la naturaleza del cambio que ya está en curso, como la de los rezagos del pasado y los obstáculos de coyuntura que hacen más lento y distorsionan ese cambio, acentuando sus peores rasgos – en lo que hace a la inequidad social y la desesperanza política -, y limitando la posibilidad de encauzarlo en una dirección que se corresponda con los mejores intereses del país.
No estamos ante un problema de mala administración del Estado y la economía, sino de gestión del proceso de transformación que nos conduce a una etapa enteramente nueva en nuestra historia.
Esa nueva etapa será recordada por lo mucho peor o mucho mejor que llegue a ser con respecto a la que la precedió.
Libradas las cosas a la espontaneidad del cambio, será sin duda peor.
Encaradas en su carácter contradictorio, apoyando lo que esa contradicción entraña de promesa y previendo a tiempo lo que trae de amenaza, la etapa nueva puede llegar a ser mucho mejor.

Pero nunca, eso sí, será una mera continuidad de la que la precedió.