Aprender de Martí

Guillermo Castro H.

“Franco, fiero, fiel, sin saña”

José Martí[1]

Introducción

En algún momento de las labores que dedicó al estudio de la obra de José Martí, apuntó Roberto Fernández Retamar que en nuestra América abundaban las personas que eran martianas sin saberlo. Eso, por la doble circunstancia de la capacidad de Martí para dar forma aprehensible a la identidad cultural de los pueblos de nuestra América en su transición a nuestra contemporaneidad, y por la capacidad de la identidad así construida para expresarse en un pensar característico aún vigente entre nosotros.

Ese pensar nos ayuda a entender y apreciar tanto la actualidad de mucho de lo pensado por Martí en su tiempo, como la vigencia del pensar martiano en el nuestro. Esa vigencia, en efecto, trasciende la actualidad para animar nuestra propia capacidad para encarar, analizar y actuar ante los desafíos de nuestro propio tiempo.

Esa capacidad, como cualquier otra, debe ser cultivada, y ese cultivo pasa por el estudio de la obra de Martí. El campo de ese estudio es amplio, y concurrido. Así, unos estudian la obra de José Martí por sus cualidades estéticas y morales, mientras otros lo hacen en lo que tiene por decir, y lo que tenemos pendiente de hacer. Ambas perspectivas tienen amplios espacios de convergencia, pues las luces y las sombras del mañana enriquecen la lectura del ayer martiano, y permiten advertir a tiempo – y a nuestra propia luz – los desafíos que van emergiendo de nuestro devenir en el mundo.

En este sentido, la reflexión sobre la actualidad de lo pensado y la vigencia del pensar martiano no deja de recordar aquella reflexión de Marx en sus notas preparatorias para la elaboración de El Capital, cuando – en relación a la Antigüedad clásica, señalaba que la dificultad de su valoración no radicaba “en comprender que el arte griego y la epopeya estén ligadas a ciertas formas del desarrollo social”, sino “en comprender que puedan aún proporcionarnos goces artísticos y valgan, en ciertos aspectos, como una norma y un modelo inalcanzables.”[2] En esa comprensión radica el desafío que deseamos plantear.

Ese desafío consiste en proponer el estudio de esa relación entre la actualidad de lo pensado y la vigencia del pensar martiano a partir de algunas consideraciones sencillas. La primera de ellas consiste en que estudiamos a Martí para conocernos y comprendernos en lo que podemos llegar a ser; para entender mejor al mundo desde nosotros mismos; para imaginar y construir sociedades mejores, con todos y para el bien de todos los que se sumen a ese empeño, y para contribuir al equilibrio de un sistema mundial que empezaba formarse en sus años de madurez, y que hoy ha ingresado en una crisis que para algunos abre paso ya a una transición civilizatoria.

Ese estudio, por cierto, no está exento de riesgos, a los que conviene estar atentos. Uno, por ejemplo, es la anacronía, que lleva a citarlo fuera de su contexto histórico. Otro es el de la fragmentación de una obra de gran riqueza, diversidad y complejidad, de donde se extraen ideas o versos por la belleza de su construcción sin atender a la lesión que la ruptura con su contexto pueda generar para su contenido. Y, naturalmente, está el riesgo de hacer víctima a Martí de los prejuicios provenientes de la propia cultura liberal que él buscó trascender, como ocurre en el caso de sus reflexiones sobre la religiosidad y el anticlericalismo.

Dicho esto, podemos plantear que el objeto mayor de nuestro estudio ha de ser el proceso de formación de la visión del mundo que anima la obra martiana, y de la ética correspondiente a esa visión. Aquí tiene especial importancia el vínculo entre esa visión y la conducta de Martí en lo que hace a su vida personal y política; a su visión del pasado y de los futuros posibles para los pueblos de nuestra América, y a su presencia en la joven generación de intelectuales liberales de orientación democrática que, a partir de la década de 1880, iniciarían la lucha por establecer en nuestra América democracias republicanas de amplia base social, creciente autonomía económica y fuerte identidad nacional – popular.

         Esta tarea demanda ante todo situar a Martí en los dos grandes planos de su trayectoria vital. Uno, por supuesto, es el de su propia vida, entre 1853 y 1895. El otro es el del lugar y la función de Cuba y nuestra América en un sistema mundial que iniciaba su transición del periodo colonialista al imperialista – y su correlato cultural de conflicto entre la civilización y la barbarie al conflicto entre el progreso y el atraso, o aun entre el desarrollo y el subdesarrollo. Ambos planos, además, culminados en el breve y permanente fulgor de su liderazgo político al frente del Partido Revolucionario Cuba.

Una tarea así requiere en primer término estudiar a Martí en su propia obra, en particular entre 1885 – 1895, de sus 32 a sus 42 años.  A esto se agrega, además, la visión de sus principales intérpretes clásicos, como Cintio Vitier y Roberto Fernández Retamar, y las publicaciones de entidades especializadas como el Centro de Estudios Martianos, de La Habana, Cuba, cuyo sitio de Internet ofrece amplio material de referencia.[3]

         Con todo, la pregunta mayor es y sigue siendo qué podemos aprender con Martí. Cada uno, por supuesto, encontrará en este estudio aquello que busque, de manera consciente o no. Para todos, al propio tiempo, se abrirá la oportunidad de conocer y comprender mejor la capacidad de nuestra gente para el mejoramiento humano y el ejercicio de la virtud, y para comprender y fortalecer la unidad de “aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer”, a la que llamamos patria, en la que cada uno ha de cumplir “su deber de humanidad” Esto, añadió “es luz, y del sol no se sale”.[4]

Con Martí, de este modo, podremos entender mejor el poder de las ideas en el proceso de transformar el mundo, y el papel de las personas cultas en esa tarea. Aprendemos, en suma, a crecer con el mundo, para ayudarlo a crecer.

  1. ¿Para qué estudiar a Martí?

Estudiamos a Martí para conocernos y comprendernos a nosotros mismos, porque compartimos con él un mismo proceso histórico, que si entraba en sus albores cuando él vivió, ha entrado en su atardecer en nuestras vidas. En vida de Martí, en efecto, el moderno sistema mundial culminó su primera fase de desarrollo, que a partir del siglo XVI lo llevó a ser organizado como un sistema colonial. Eso no fue poca cosa, si consideramos la trascendencia de la etapa histórica que entonces se aproximaba a su culminación, la cual en su fase ascendente, al decir de Marx, “hizo madurar, como plantas de invernadero, el comercio y la navegación”, administrados por sociedades comerciales que “constituían poderosas palancas de la concentración de capitales”, pues “la colonia aseguraba a las manufacturas en ascenso un mercado donde colocar sus productos y una acumulación potenciada por el monopolio del mercado.”[5]

La visión que tuvo Martí de ese proceso de transición, y su actitud ante el mismo, hacen parte de las razones de su contemporaneidad, y de la vigencia de su pensar. Cabe recordar, en efecto, que cuando Martí contaba con apenas cinco años, Marx escribía, en una carta a su amigo Friedrich Engels, que la “misión verdadera de la sociedad burguesa” consistía en “establecer el mercado mundial, al menos en esbozo, y la producción adecuada al mismo.” Esto, añadía Marx, “parece haber sido completado por la colonización de California y Australia y el descubrimiento de China y Japón” y en esa circunstancia se preguntaba si una revolución socialista podría triunfar en Europa “teniendo en cuenta que en un territorio mucho mayor el movimiento de la sociedad burguesa” estaba “todavía en ascenso.”[6]

En realidad, el mundo en que nació Martí ingresaba ya a las vísperas de su disolución que, tras la Gran Guerra de 1914 – 1945, lo llevaría al mundo que tenemos hoy, que también ha ingresado a un nuevo proceso de transformación, de resultados aún inciertos. En aquel momento del mundo martiano se iniciaba la era de los monopolios, que él condenaría de la manera más enérgica. Para 1917, V.I. Lenin sintetizaba así el origen de esa era:

el resumen de la historia de los monopolios es el siguiente: 1) Décadas de 1860 y 1870: cénit del desarrollo de la libre competencia. Los monopolios están en un estado embrionario apenas perceptible. 2) Tras la crisis de 1873, largo período de desarrollo de los cárteles, que son todavía una excepción. No están aún consolidados, son todavía un fenómeno pasajero. 3) Auge de finales del siglo XIX y crisis de 1900-1903: los cárteles se convierten en un fundamento de la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo.[7]

Y en la misma obra, sin pretenderlo, vinculaba el momento mayor de la obra martiana – el inicio de la segunda guerra de independencia de Cuba, y primera de liberación nacional en nuestra América – en su relación con aquel proceso histórico de alcance mundial. “Durante los últimos quince o veinte años,” decía,

sobre todo tras las guerras hispano -americana (1898) y anglo – bóer (1899-1902), tanto las publicaciones económicas como políticas de ambos hemisferios recurren cada vez más al término imperialismo para caracterizar la época presente. [8]

  1. Los riesgos de Martí

Ubicadas como un momento de nuestra propia historia, la extraordinaria riqueza y complejidad del momento histórico martiano nos indican que no cabe distinguir aquí un entonces de un ahora. Lo que tenemos ante nosotros, por el contrario, es el entonces del ahora, y es esa relación entre ambos lo que constituye la viga mayor de nuestra indagación. Comprender esto, en efecrto, resulta indispensable para leer con propiedad la vida y la obra de Martí, encarando los riesgos de la fragmentación, la anacronía y la asincronía.

La fragmentación, en efecto, nos mueve a recordar y citar frases aisladas de su obra, al calor del enorme atractivo estético y moral de su palabra escrita. La asincronía que limita nuestra capacidad de comprender la naturaleza y el alcance de los vínculos entre aquel entonces y nuestro ahora, que es el de la crisis de la civilización forjada a partir de aquel proceso, que hoy lleva al enfrentamiento entre tendencias – unipolar una, multipolar la otra – en la organización del mercado mundial y su sistema de gestión. Hoy, lo previsto entonces por Martí está cumplido y, en ese sentido, conserva su actualidad. Y al propio tiempo lo planteado por él como desafíos a partir de aquellas previsiones – en particular, la necesidad de luchar por el equilibrio del mundo, desde los intereses de nuestra América y para bien de la Humanidad entera – expresa un pensar de indudable vigencia.

El anacronismo, por su parte, nos lleva a asumir como si fueran contemporáneos pensamientos y situaciones correspondientes al último cuarto del siglo XIX, vistos desde una América nuestra que buscaba lugar para sí en el proceso de universalización de la cultura europea que hacía parte del desarrollo del mercado mundial. A ese proceso, por ejemplo, se refirió el Manifiesto Comunista de 1848 con el característico del vigor juvenil de sus autores:

ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común.  Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal.[9]

Martí no desconocía ni desdeñaba ese proceso general. Sin embargo, no lo asume como una fatalidad, ni mucho menos como un deber de imitación. Por el contrario, en fecha tan avanzada como 1891, se refería a ese proceso de universalización desde la perspectiva de la necesidad encontrar lugar y función en el mismo en ejercicio de la naturaleza y el interés propio de nuestros pueblos. De ellos dijo:

Se ponen de pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, o van a buscar la solución a Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación.[10]

         Este caso particular es además un buen ejemplo de la formación del pensar martiano. El problema del lugar y la función de nuestra América en la geocultura del sistema mundial de su tiempo encontró esa expresión en 1891 como parte de un proceso de formación y desarrollo que se remontaba al menos a una década atrás.

En un cuaderno de apuntes de 1881, en efecto, se preguntaba Martí sobre la ausencia de una literatura capaz de expresar el proceso de formación de nuestra América como entidad histórica. “No hay letras, que son expresión,” decía “hasta que no hay esencia que expresar en ellas.” Y añadía enseguida:

Ni habrá literatura hispanoamericana, hasta que no haya – Hispanoamérica. Estamos en tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos. Están luchando las especies por el dominio en la unidad del género. – El apego hidalgo a lo pasado cierra el paso al anhelo apostólico de lo porvenir.

“Las instituciones que nacen de los propios elementos del país, únicas durables,” añadía, “van asentándose, trabajosa pero seguramente, sobre las instituciones importadas, caíbles al menor soplo del viento. Siglos tarda en crearse lo que ha de durar siglos.” Y se decía que cabía lamentar la falta de la gran obra que diera nacimiento a nuestra literatura “no porque nos falte ella, sino porque esa es señal de que nos falta aún el pueblo magno de que ha de ser reflejo, – que ha de reflejar – (de que ha de ser reflejo)” Y de allí concluía señalando lo que para él era el verdadero problema fundamental:

¿Se unirán en consorcio urgente, esencial y bendito, los pueblos conexos y antiguos de América? ¿Se dividirán, por ambiciones de vientre y celos de villorrio, en nacioncillas desmeduladas, extraviadas, laterales, dialécticas…?[11]

  1. ¿Cómo estudiar a Martí?

En el estudio de la obra martiana con el propósito de asumirla como elemento activo de nuestra cultura conviene tener en cuenta lo advertido por Antonio Gramsci en relación con el estudio de la obra de Marx, a quien consideraba como el fundador de la filosofía de la praxis. Al respecto, Gramsci nos recuerda que “toda nueva teoría estudiada con ‘heroico furor’ (o sea, cuando no se estudia por mera curiosidad exterior, sino por un interés profundo) y durante cierto tiempo, especialmente cuando se es joven,”

atrae por sí misma, se adueña de toda la personalidad, y luego queda limitada por la teoría posteriormente estudiada, hasta que se impone un equilibrio crítico y se estudia con profundidad, sin rendirse enseguida al atractivo del sistema o del autor estudiados.

Y esto, añade, es tanto más importante cuando el pensador estudiado “es más bien impulsivo, de carácter polémico, y carece de espíritu de sistema”, cuando se trata de

una personalidad en la cual la actividad teórica y la práctica están indisolublemente entrelazadas, cuando se trata de una inteligencia en creación continua y en movimiento perpetuo que siente vigorosamente la autocrítica del modo más despiadado y consecuente.

Desde esta advertencia, se facilita abordar la obra martiana en su doble dimensión simultánea de estructura y proceso, para aprovechar en plenitud la oportunidad que ella nos ofrece de conocer, a un mismo tiempo y en un mismo autor, la forja de una visión del mundo dotada de una ética acorde a su estructura, y el ejercicio de esa ética en un quehacer político sostenido por la fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, y en el poder transformador del amor triunfante.  Y, en efecto, esa perspectiva puede provocar en nosotros el “heroico furor” del que nos advierte Gramsci, por su valor que aporta la obra martiana a la tarea de conocernos y ejercernos en nuestra propia circunstancia, en la cual sentimos a Martí como un contemporáneo porque se forjó por entero como un hombre de su tiempo, como intentamos nosotros serlo del nuestro, que tomó forma con él.

Atendiendo a lo anterior, cabe decir que, si estudiamos a Martí para nuestro tiempo, lo mejor es situarlo en el suyo, y abordarlo desde la trayectoria vital, que lo trae a nuestro encuentro. Para esto, ayuda situar esa trayectoria dos grandes planos estrechamente vinculados entre sí. Uno es el de su propia vida, entre 1853 y 1895. El otro, el del proceso de transición del periodo colonialista al imperialista en el desarrollo del moderno sistema mundial, con su correlato geocultural de paso del conflicto entre la civilización y la barbarie al que enfrentaría en vida de Martí al conflicto entre el progreso y el atraso, para traducirse en nuestras vidas al que opone el desarrollo al subdesarrollo.

Esto facilitará comprender las formas en que se articulan Cuba, nuestra América y el sistema mundial en transformación en su formación política, en la definición de su postura de abierta oposición al expansionismo norteamericano y, entre 1892 y 1895, al breve y permanente fulgor de su liderazgo político al frente del Partido Revolucionario Cuba. Y, aun así, no basta.

En efecto, estudiar a Martí desde su propia obra es una tarea de complejidad equivalente a la de su objeto de estudio. Aquí cabe atender de nuevo a la experiencia de Antonio Gramsci en su estudio de la obra de Marx, donde resalta la necesidad de entender que el objeto de ese estudio es “el nacimiento de una concepción del mundo nunca expuesta sistemáticamente por su fundador”, cuya coherencia esencial debe ser buscada “no en cada escrito ni en cada serie de escritos, sino en el desarrollo entero del variado trabajo intelectual que contiene implícitos los elementos de la concepción”.[12]

Esto, añade Gramsci, demanda “realizar previamente un trabajo filológico minucioso, con el máximo escrúpulo de exactitud, de honradez científica, de lealtad intelectual, de eliminación de todo concepto previo, apriorismo o partidismo”. Para fortuna nuestra, ese trabajo ha sido adelantado – y está aún en curso – por el Centro de Estudios Martianos en la Edición Crítica de las Obras Completas de Martí.  Esa labor facilita hoy la de

reconstruir, antes que nada, el proceso de desarrollo intelectual del historiador considerado, para identificar los elementos que han llegado a ser estables y “permanentes”, o sea, que han sido tomados como pensamiento propio, distinto de y superior al “material” anteriormente estudiado y que ha servido de estímulo; solo estos elementos son momentos esenciales del proceso de desarrollo.

Esa selección, añade Gramsci, “puede hacerse para periodos más o menos largos, apreciados desde dentro, y no por noticias externas (aunque también estas pueden utilizarse)”. De ella resultará “una serie de ‘residuos’, de doctrinas y teorías parciales por las cuales el pensador puede haber sentido en algunos momentos cierta simpatía, hasta el punto de aceptarlas provisionalmente y utilizarlas para su trabajo crítico o de creación histórica y científica”. Así ocurre por ejemplo en el caso del entusiasmo con que acogió Martí las ideas del economista Henry George, distinto a su compromiso profundo y constante con la visión del mundo de Ralph Waldo Emerson.

Aquí cabe agregar una última advertencia. Para Gramsci, siempre es necesario distinguir, entre las obras del autor estudiado “las que él mismo ha terminado y publicado de las que ha dejado inéditas, por no estar consumadas, y luego han sido publicadas por algún amigo o discípulo, no sin revisiones, reconstrucciones, cortes, etc., o sea, no sin una intervención activa del editor.” El contenido de estas obras póstumas, añade, debe

tomarse con mucha discreción y cautela, porque no se puede considerar definitivo, sino sólo como material todavía en elaboración, todavía provisional; no se puede excluir que esas obras, especialmente si han pasado mucho tiempo en periodo de elaboración sin que el autor se decidiera nunca a terminarlas, habrían sido parcial o totalmente repudiadas por el autor mismo, y consideradas no satisfactorias.

Para quien conozca la obra martiana, esta observación tiene especial importancia para la lectura de sus Cuadernos de Apuntes y de su correspondencia afectiva, en los que su subjetividad alcanza expresiones de singular atractivo ético y literario.[13]

Finalmente, Gramsci advierte sobre la importancia prestar especial atención a “la reconstrucción de la biografía” del autor estudiado, tanto en lo relativo a su actividad práctica, como “también y especialmente en lo que respecta a la actividad intelectual.” Para esto es indispensable “el registro de todas las obras, incluso las más despreciables, en un orden cronológico, con una división según los motivos intrínsecos: obras de la formación intelectual, de la madurez, de la época de posesión y aplicación del nuevo modo de pensar y de concebir la vida y el mundo.” Y, además, la búsqueda “del leit-motiv, del ritmo del pensamiento en desarrollo, tiene que ser más importante que las afirmaciones casuales y los aforismos sueltos.”

Con todo, ante estos riesgos no hay recurso mejor que leer a Martí desde las advertencias de su propia obra, en particular aquella que hiciera en 1894 a los que deseaban intervenir en el debate sobre la lucha por la independencia de Cuba:

Estudien, los que pretenden opinar. No se opina con la fantasía, ni con el deseo, sino con la realidad conocida, con la realidad hirviente en las manos enérgicas y sinceras que se entran a buscarla por lo difícil y oscuro del mundo. Evitar lo pasado y componernos en lo presente, para un porvenir confuso al principio, y seguro luego por la administración justiciera y total de la libertad culta y trabajadora: ésa es la obligación, y la cumplimos. Ésa es la obligación de la conciencia, y el dictado  científico.[14]

         Atendiendo a esto, conviene mantener presente en todo momento que la obra de Martí expresa un largo proceso de forja de la vida misma – la inteligencia, la afectividad, y sobre todo el carácter – del autor, desde la disyuntiva con que se lanza aún adolescente a la vida política en 1869 – “O Yara, o Madrid” -, hasta el párrafo admirable de la carta inconclusa a su amigo mexicano Manuel Mercado, que escribía en la víspera de su muerte en combate, (apenas) 26 años después:

ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber – puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo – de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.  En silencia ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.[15]

         La vida en que tuvo lugar esa forja fue a la vez intensa y compleja. Basta examinar por ejemplo la valiosa cronología elaborada por el historiador cubano Ibrahim Hidalgo, para encontrarnos con una infancia y una adolescencia vividas en condiciones de gran modestia, atemperada y enriquecida por afectos y solidaridades como los de su maestro, Rafael María Mendive, y de su amigo y compañero Fermín Valdés Domínguez.[16] Esa adolescencia culmina en 1870, con la condena a trabajos forzados primero, y al destierro en España después, impuesta por las autoridades coloniales españolas en castigo por sus actividades de propaganda a favor de la independencia de Cuba.

         España, 1871 – 1874; México, 1875 – 1876; Guatemala 1877 – 1878; Cuba, 1878 – 1879; Nueva York, 1880; Venezuela, 1881; Nueva York, 1881 – 1895 y, en ese año final, Cuba otra vez y para siempre. Ese es el periplo fundamental de su existencia, a lo largo del cual se enamora, tiene un hijo, ve fracasar su matrimonio, debe vivir lejos de los suyos, sufre reveses, es expulsado de su país y de países que ama como al suyo propio, y habita durante la cuarta parte de su vida en una sociedad que siempre le fue ajena.

En ese decurso también conoce triunfos, descubre y entiende el mundo, y las razones y maneras de transformarlo, y se gana el aprecio y la admiración de muchos, en muchas partes. Y todo esto, siempre, en condiciones de una modestia material tan extraordinaria como su riqueza moral, sintetizadas en las frases con que saluda a los trabajadores irlandeses pobres de Nueva York que habían encontrado guía y consuelo en su párroco, el padre McGlynn:

¡La verdad se revela mejor a los pobres y a los que padecen! ¡Un pedazo de pan y un vaso de agua no engañan nunca![17]

La formación y las transformaciones del pensar martiano a lo largo de esa vida pueden seguirse en los textos que le van dando forma. En su primera juventud, esa forma se expresa en lo que va de la publicación de su alegato El Presidio Político en Cuba, en 1871, hasta el inicio de sus actividades de colaboración con el periodismo liberal mexicano entre 1875 y 1876. Son años de prueba y crecimiento: el joven luchador por la independencia de su patria se descubre y se ejerce en el descubrimiento, en sí, de la vocación aun más amplia de constructor de sociedades nuevas. Esa etapa, como sabemos, concluye con su rechazo al golpe de Estado que inauguró en México, en 1876, la dictadura que ejercería el General Porfirio Díaz hasta 1910.

Con ese rechazo inicia Martí el tránsito a la madurez, cuyo primer paso probablemente corresponda al artículo Extranjero, publicado en 1876, con que se despide de México, expulsado por la hostilidad del porfirismo. “Aquí”, dice, “fui amado y levantado; y yo quiero cuidar mis derechos a la consoladora estima de los hombres”. Por lo mismo, añade, “donde yo vaya como donde estoy, en tanto dure mi peregrinación por la ancha tierra, – para la lisonja, siempre extranjero; para el peligro siempre ciudadano.”[18]

La plenitud de esa maduración, sin embargo, requerirá aún de otras experiencias: la de su paso por la Guatemala en que Justo Rufino Barrios se afirma como caudillo liberal; la de su breve retorno a Cuba al amparo de las garantías ofrecidas a los independentistas cubanos por el gobierno español al concluir la primera Guerra de Independencia en la Paz del Zanjón y, finalmente, la de su paso por Caracas, cancelado por el clima opresivo de la dictadura liberal de José Guzmán Blanco.

En lo que hace a su producción intelectual, este período de maduración y crisis de su primer ideario liberal abarca lo que fue desde su folleto Guatemala, de 1878, a su fecunda labor de corresponsal del periódico La Opinión Nacional, de Caracas, entre 1881 y 1882. Y esa transición culmina en 1884, cuando Martí ingresa al proceso de construir su plena madurez con aquella carta extraordinaria que dirige al General Máximo Gómez para comunicarle que no podrá seguir acompañándolo en un nuevo intento de reiniciar la lucha por la independencia de Cuba, concebido como un proyecto puramente militar. Allí le dice el joven exiliado al más prestigioso de los jefes militares de la primera Guerra de Independencia:

Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento; y cuando en los trabajos preparativos de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante el espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Uds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?[19]

         Con esa carta se inicia el camino de Martí a su plenitud. En ella se anuncia ya la idea de que el problema no era el cambio de forma, sino el de espíritu, para evitar que la colonia siguiera viviendo en la República, que encontrará su más plena expresión en el ensayo Nuestra América, publicado en Nueva York, en La Revista Ilustrada el 1 de enero de 1891, y en México en el periódico El Partido Liberal, el 30 de enero siguiente. Allí sintetiza Martí su experiencia de hispanoamericano, transformada ya en la demanda de una revolución democrática continental, ante la frustración del componente democrático y popular de las revoluciones de Independencia, por el irresistible ascenso al poder de la alianza entre las facciones liberal y conservadora de las oligarquíasces a latinoamericanas.

La plenitud martiana alcanza su cumbre más alta en la creación del Partido Revolucionario Cubano y su periódico, Patria, en 1892, como parte de una empresa “americana por su alcance y espíritu”[20], encaminada a culminar lo que en 1889 había llamado “la estrofa pendiente del poema de 1810”. Porque, en efecto, la América nuestra ya es por entero consustancial a su patria cubana.

Así lo expresará en 1895 en el Manifiesto de Montecristi, que firman él y Máximo Gómez, para llamar al asalto final contra el colonialismo español en Cuba: “Honra y conmueve pensar”, dirá allí,

que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo.[21]

         Y a lo largo de todo ese proceso, la dimensión afectiva de la humanidad de Martí se expresará en el contrapunto constante entre el discurso político, la creación poética y la honestidad de los afectos que inspiran su correspondencia personal. No se podrá nunca comprender al político Martí sin vincularlo al Martí poeta. Tras el vínculo entre ambos subyace la clave de lo que Julio Antonio Mella llamara – ya en la década de 1920 – el “misterio” de la íntima unidad entre la alta cultura y la cultura popular, que en la obra poética martiana alcanza una expresión de especial riqueza en sus Versos Sencillos , de 1891 – ejemplo singular de cubanía publicado en el mismo año que Nuestra América -, como en su obra política destaca la concepción del Partido Revolucionario Cubano como una organización tan rica y compleja, a un tiempo, como la sociedad que se proponía transformar, y como el proyecto al que apuntaba esa transformación.

         Es únicamente desde esta lectura de cuerpo entero que podemos encarar el peligro de la fragmentación del pensar martiano.[22] Así, esbozado el hombre entero, cabe situarlo desde su humanidad en su tiempo, y en el nuestro, con una salvedad que siempre es útil.

El tiempo, en efecto, constituye un elemento fundamental para la organización de nuestro entendimiento. Por lo mismo, hay que tratarlo con el cuidado necesario para evitar sobre todo la confusión entre el tiempo cronológico, vacío de significado social, y el histórico, que sólo encuentra en lo social su significado.

Esta distinción resulta especialmente importante para nosotros, integrantes de aquel pequeño género humano advertido en 1815 por Simón Bolívar, constituido en el marco del proceso más vasto de la formación del sistema mundial y que expresa – como quizás ningún otro grupo humano del mundo – las contradicciones y las promesas en que ese sistema involucró a nuestra especie entera. En esta perspectiva, cabe preguntarse por los puntos de contacto y de conflicto entre el tiempo cronológico y el histórico en lo que hace a la formación y las transformaciones de la cultura y el pensamiento social de la América Latina.

Para Francois – Xavier Guerra[23], por ejemplo, el siglo XVIII se inicia en Hispanoamérica hacia 1750, con la Reforma Borbónica, y concluye con la disolución del imperio español en América entre 1810 y 1825. Aún más breve podría ser el XIX, delimitado por lo que va de las guerras de independencia – en sus dimensiones civil y patriótica -, a las de Reforma, que definieron los términos en que vino a constituirse el sistema de Estados nacionales que harían viable una inserción nueva de Iberoamérica en el sistema mundial por entonces aún en formación.

Aquí, sin embargo, hay que hacer otra importante salvedad. Como lo señalara el historiador panameño Ricaurte Soler, en la transición del XIX al XX opera en nuestra América un factor externo de trascendencia aún mayor que la Reforma Borbónica en nuestro ingreso al XVIII: el surgimiento del imperialismo como fase superior del capitalismo. Esa novedad en la historia del moderno sistema mundial, diría Soler, conspiró activamente contra el contenido progresista de la Reforma Liberal, favoreciendo en cambio la formación de un sistema de Estados de corte autoritario, que promovían el libre comercio mediante la oferta, como ventaja mayor de las economías de la región, de recursos naturales y mano de obra baratas, a cambio de capital de inversión y de vías de acceso para la comercialización de esos recursos como materias primas en el mercado mundial.

Esa frustración del componente más radical y democrático de las revoluciones de independencia constituyó un importante elemento formativo en una nueva generación de jóvenes intelectuales de la región, que tendría en Martí a un auténtico primus inter pares. Esa generación se percibía a sí misma como moderna en cuanto se ejercía como liberal en lo ideológico, demócrata en lo político, y patriota en lo cultural, y aspiraba desde allí a representar con voz propia a sus sociedades en lo que entonces era llamado “el concierto de las naciones”.

Para esa generación, la formación del Estado Liberal Oligárquico tuvo lugar en una circunstancia de crisis cultural y política que llegaría a ser de vasto alcance. Desde esa crisis empieza a tomar forma la transición a nuestra contemporaneidad, que encontrará su acta de nacimiento en el ensayo Nuestra América. Las líneas de fuerza en torno a las cuales irán cristalizando nuestro hacer social, político y cultural surgen, así, de un pensamiento democrático de orientación popular y antioligárquica, radical en su afán de ir a la raíz de nuestros problemas, y centrado en la construcción de nuestras identidades a partir de la demanda de injertar en nuestras repúblicas el mundo, siempre que el tronco de ese injerto fuera “el de nuestras repúblicas”.

La enorme vitalidad de la cultura construida por los latinoamericanos a lo largo del período ascendente de su siglo XX histórico se expresa, hoy, en la riqueza con que se despliega la (re)construcción de nuestras identidades en el marco de la desintegración de la bárbara civilización que dio de sí al neoliberalismo, cuyas consecuencias ya amenazan la sostenibilidad misma del desarrollo de nuestra especie. Nuestra América ha venido a situarse, así, en aquel lugar de la historia en que ubicara Martí a los Estados Unidos en 1886. Todo, en efecto, nos dice hoy que será aquí, entre nosotros y por nosotros, donde habrán “de plantearse y resolverse”

todos los problemas que interesan y confunden al linaje humano, que el ejercicio libre de la razón va a ahorrar a los hombres mucho tiempo de miseria y de duda, y que el fin del siglo diecinueve dejará en el cenit el sol que alboreó a fines del dieciocho entre caños de sangre, nubes de palabras y ruido de cabezas. Los hombres parecen determinados a conocerse y afirmarse, sin más trabas que las que acuerden entre sí para su seguridad y honra comunes. Tambalean, conmueven y destruyen, como todos los cuerpos gigantescos al levantarse de la tierra. Los extravía y suele cegarlos el exceso de luz. Hay una gran trilla de ideas, y toda la paja se la está llevando el viento.[24]

El tiempo de resistir, así, abre paso otra vez entre nosotros al tiempo de construir. Y en esa construcción, otra vez también, tocará un papel de primer orden a la cultura de los latinoamericanos. Aquí, ahora, el problema principal para nuestras comunidades de cultura consiste en crecer con nuestra gente, para ayudarla a crecer. Una vez más, no hay entre nosotros batalla entre la civilización y la barbarie, como lo quieren los neoliberales, sino entre la falsa erudición y la naturaleza, como lo advirtiera Martí en 1891.

Hoy, nuestro hacer político, social y cultural llega otra vez a aquel punto de ebullición, no de condensación, por el cual ingresó Martí a su primera madurez. Hoy luchan de nuevo las especies – pobres de la ciudad y el campo, trabajadores manuales e intelectuales de la economía formal y la informal, indígenas, afroamericanos, campesinos – por el dominio en la unidad del género. O, si se quiere, por constituirse en el bloque histórico capaz de crear, finalmente, el mundo nuevo de mañana en el Nuevo Mundo de ayer.

Para eso están, precisamente, las reservas más profundas de nuestra cultura y nuestra eticidad, sintetizadas en la convicción de la utilidad de la virtud y la posibilidad del mejoramiento humano que nace del conocimiento de nuestro proceso de formación, y se expresa día con día en la labor de constituirnos. Desde esa convicción, podemos leer a Martí: él es uno de los nuestros, como nosotros somos de los suyos.

  1. A modo de conclusión: aprender de Martí

Para Armando Hart, la visión del mundo de Martí, y de la ética que le era correspondiente, se expresaba en los valores fundamentales que la sustentaban: la fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud y en el poder transformador del amor triunfante. Es a partir de ese vínculo, que hace de la política cultura en acto, que podemos conocer y comprender a Martí en lo que hace a su vida personal y política; a su visión del pasado, y de los futuros posibles para los pueblos de nuestra América, y a su presencia en el proceso de formación de la joven generación de intelectuales liberales que, a partir de la década de 1880, iniciarían la crítica del Estado Liberal – Oligárquico y del expansionismo norteamericano, y la lucha por establecer en nuestra América verdaderas democracias republicanas de amplia base social, creciente autonomía económica y fuerte identidad nacional – popular.

Desde Martí podemos, así, aprender a conocer y comprender mejor la capacidad de nuestra gente para el mejoramiento humano y el ejercicio de la virtud para fortalecer la unidad del género humano, entendiendo a la patria – la grande como la doméstica, al decir de Omar Torrijos-, como “aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer”, en la que nos corresponde a todos cumplir el “deber de humanidad”, en la esa patria que tenemos más cerca. “Esto es luz,” concluía Martí, “y del sol no se sale. Patria es eso”.[25]

Es así cómo, desde el ejemplo mismo de su vida, la actualidad de lo que pensara y lo que hiciera nos lleva a la vigencia de su pensar, y de su hacer. De Martí aprendemos a entender mejor el poder de las ideas en el proceso de transformar el mundo, y el papel de las personas de cultura en esa tarea. Aprendemos, en suma, a crecer con el mundo, para ayudarlo a crecer.

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[1] Versos Sencillos (1891:VII). Poesía Completa. Edición Crítica. Dos tomos. Editorial Letras Cubanas. Ciudad de La Habana, 1985. I, 243. Salvo indicación en contrario, todas las citas de textos martianos provienen de sus Obras Completas (OC). Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. Los tomos se identifican con números romanos, las páginas, con arábigos.

[2] Marx, Karl: Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Borrador) 1857 – 1858. Siglo XXI Argentina Editores, Editorial Universitaria Chile. Volumen 1, p. 17. El texto suele ser citado también con su nombre en alemán, Grundrisse (esbozo). http://www.archivochile.com/Marxismo/Marx%20y%20Engels/kmarx0017.pdf

[3] http://www.josemarti.cu/instituciones/centro-de-estudios-martianos/

[4] “En casa”, Patria, 26 de enero de 1895. OC, V: 468 – 469.

[5] “La llamada acumulación originaria” [Libro I “El proceso de producción del capital”, sección VII “El proceso de acumulación del capital”]. Marx, Karl: Antología. Selección e introducción de Horacio Tarcus. Siglo XXI editores, Buenos Aire. 2019: 373.

[6] “De Marx a Engels. Londres [8 de octubre de] 1858.” Marx, Carlos y Engels, Federico: Correspondencia. Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, pp. 103-104.

[7] El Imperialismo. Fase superior del capitalismo (esbozo popular)

Publicado y distribuido por Fundación Federico Engels, Madrid, www.fundacionfedericoengels.org 

[8] Lenin, V.I. (1917) El Imperialismo. Fase superior del capitalismo (esbozo popular)

https://www.fundacionfedericoengels.net/images/PDF/lenin_imperialismo.pdf .

[9] Marx, Carlos y Engels, Federico (1848): “Manifiesto del Partido Comunista”. Obras Escogidas en Tres Tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1976, p. 114.

[10] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. VI, 20.

[11] Cuadernos de Apuntes, 5 (1881). XXI, 163 – 164.

[12] Gramsci, Antonio: 1999 (1970): 384 – 386. “Cuestiones de método.” (C. XXII; I.M.S. 76´79). Textos de los Cuadernos posteriores a 1931

[13] La edición de las Obras Completas (1975) recoge el Epistolario en el tomo XX y los Cuadernos de Apuntes en el XXI. Importa resaltar aquí que Gramsci se refería en particular a los tomos II y III de El Capital, editados tras la muerte del autor por Friedrich Engels. Para 1939, con la primera edición de las notas preparatorias (Grundrisse, 1857 – 1858) para la elaboración de la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859), se inicia la indagación en los cuadernos de apuntes elaborados por Marx entre 1870 y 1883, que -sobre todo desde la década de 1990- ha permitido comprobar la amplitud y riqueza de su interés en campos como los que hoy designamos como la ecología y la etnología.

[14] “Crece”. Patria, 5 de abril de 1894. OC, III: 121.

[15] “A Manuel Mercado. Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895.” OC, IV: 167

[16] En esta parte del estudio, el investigador Ibrahim Hidalgo, del Centro de Estudios Martianos, nos proporciona una herramienta de inmenso valor en su documento José Martí 1853-1895. Cronología. http://www.josemarti.cu/cronologia/

[17] “El cisma de los católicos en Nueva York”. El Partido Liberal, México. La Nación, Buenos Aires, 14 de abril de 1887. OC, XI: 139.

[18] “Extranjero”. El Federalista. México,  diciembre 7 de 1876. OC, VI: 362.

[19] “Al General Máximo Gómez” [New York, 20 de octubre de 1884]. OC, I: 177-178.

[20] “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en América”. Patria, 17 de abril de 1894. OC, III: 138 – 139

[21] “Manifiesto de Montecristi”. OC, IV: 101

[22] Y es curioso constatar cómo pudieron contribuir el propio Martí – y la lealtad de los primeros martianos – a la formación de este riesgo. Porque, en efecto, la organización inicial y más conocida de su obra completa – dispuesta por él mismo ante la eventualidad de su muerte – ocurre por temas, no por años, y si bien permite profundizar con rapidez en aspectos puntuales, dispersa y oculta en cambio las conexiones transversales en la formación y transformación de su pensar. Pero a grandes males, grandes remedios. La edición crítica de las Obras Completas de José Martí, que ya adelanta el Centro de Estudios Martianos en La Habana, está organizada cronológicamente, y ayudará sin duda a conjurar el peligro de la fragmentación. Aun así, el riesgo disminuirá en la medida en que se tenga presente el elemento organizador que, en el pensar martiano, representa su compromiso irreductible con Cuba en nuestra América. En esta tarea, también, será siempre útil poner en contexto las expresiones parciales – a veces mínimas, como la frase que nos enseña que “honrar, honra” – de su pensar. Y, enseguida, la atención constante a las advertencias que nos ofrece la historia de la cultura, en lo que hace al valor, el significado y los dilemas que en su tiempo planteaban términos como el de “naturaleza” y, por supuesto, todo el inmenso campo de lo que hoy llamamos la perspectiva de género.

[23] Así, por ejemplo: Guerra, Francois-Xavier, 2003a: “Introducción”; “El ocaso de la monarquía hispánica: revolución y desintegración” y “Las mutaciones de la identidad en la América hispánica”, en Guerra, Francois – Xavier y Annino, Antonio (Coordinadores), 2003: Inventando la Nación. Iberoamérica. Siglo XIX. Fondo de Cultura Económica, México. Guerra, Francois – Xavier, 1993: Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Editorial MAPFRE, Fondo de Cultura Económica, México, y 1988: México: del Antiguo Régimen a la Revolución. Fondo de Cultura Económica, México (2a. ed.), 2 t.

[24] “El cisma de los católicos en Nueva York”. El Partido Liberal, México. La Nación, Buenos Aires, 14 de abril de 1887. OC, XI: 144

[25] “En casa”, Patria, 26 de enero de 1895. OC, V: 468 – 469: