Las ideas, y el viento

Guillermo Castro H.

“Andan por el aire las ideas del siglo,

porque cada siglo tiene su atmósfera de ideas:

[con] aquel brío, color e influjo que tienen las ideas vivas,

surgidas, como un ave del nido sorprendido,

de cada tajo en el pecho, o noche del cerebro,

que trae luego la luz.”

José Martí, 1885[1]

Está en curso un vasto proceso de cambios en las formas del pensar, que expresa paso a paso aquellos otros que la especie humana va ocasionando en el entorno socioambiental del que depende su existencia, y en los valores que norman su conducta. Atender a esto es tanto más importante si recordamos que estos cambios en la intensidad del viento en el mundo – para utilizar la feliz expresión del argentino Aníbal Ponce-, pueden conducirnos tanto a huracanes tan violentos como el desatado por el sionismo sobre el pueblo palestino, como vientos que nos ayuden a llegar a buen puerto en un mundo nuevo.

            Estos cambios nunca ocurren de súbito: se llega a ellos, y es posible incluso preverlos si se cuenta con la cultura necesaria para identificar y comprender los signos que los anuncian. Uno de esos signos, por ejemplo, radica en nuestra percepción de los problemas que esta circunstancia plantea al desarrollo humano.

Así, por ejemplo, la cultura aún dominante en esta época que concluye percibe a la biosfera como una fuente de materia prima para la producción de ganancias. Esto, a su vez, se expresa en el hecho de que esa cultura hace de la racionalidad del capital una de sus vigas maestras. Hoy, sin embargo, la creciente conciencia sobre los problemas que emergen en nuestras relaciones con el entorno natural explica la importancia que viene adquiriendo otra disciplina, la ecología, como astrolabio mayor en nuestra circunstancia.

El camino que nos trae a este cambio viene de mediados del siglo XIX. De entonces datan las primeras manifestaciones del deterioro del entorno natural debido a la intensificación de las presiones humanas generadas a partir de la I Revolución Industrial. Y de entonces viene también la indagación en torno al origen y el desarrollo de la materia viviente, que llevó a la teoría de la evolución mediante la selección natural, planteada por Charles Darwin (1809-1882) en su libro El Origen de las Especies, en 1859.[2]

A partir de allí, el conocer de la naturaleza fue ganando en riqueza y complejidad. Así, en 1869 el biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919) creó el término ecología, para designar “el estudio de la interdependencia y la interacción entre los organismos vivos – animales y plantas- y su ambiente – seres inorgánicos”.[3] Para entonces, también, Carlos Marx entraba de lleno a discutir la especificidad de las formas de relación entre nuestra especie y su entorno natural, y el modo en que se esa relación metabólica se veía alterada por las modalidades que le imponía el desarrollo del capital.[4]

Esta expansión del conocer de la complejidad de nuestro entorno natural la naturaleza abrió el camino por el cual el biogeoquímico ruso Valdimir Vernadsky (1863-1945) llegó -entre mediados de las décadas de 1930 y 1940 – a dos conceptos de gran valor para el pensar ecológico.  Uno fue el de biosfera, que designa el ámbito de la Tierra en el que la interacción de los seres vivientes entre sí y con su entorno abiótico crea las condiciones para la existencia de la vida en nuestro planeta.[5] El otro fue el de noosfera – o esfera del saber hacer – que designa las transformaciones de la biosfera generadas por la especie humana para adaptarla a sus necesidades. Ambos conceptos, como vemos, guardan entre sí una relación semejante a los de naturaleza y ambiente en nuestro tiempo.

Para 1995, los biólogos norteamericanos Lynn Margulis y Dorion Sagan, en un hermoso libro titulado ¿Qué es la vida?, sintetizan lo que va de la obra de Darwin a la de Vernadsky en los siguientes términos:

Vernadsky hizo en relación al espacio lo que Darwin en relación al tiempo: así como Darwin demostró que todas las formas de vida descienden de un ancestro remoto, Vernadsky demostró que todas las formas de vida habitan un espacio materialmente unificado, la biosfera.[6]

De allí resultó, además, que la interacción entre múltiples especies en la Tierra daba lugar a un gigantesco ecosistema planetario, capaz de sobrevivir a múltiples desafíos, así fuera a costa de extinciones masivas en su biodiversidad.

Aportes como esos fueron creando las condiciones para que, de 1972 en adelante, se advirtiera el desarrollo de la noosfera – sobre todo a partir de la década de 1950- alteraba la biosfera de una manera que ponía en riesgo la sustentabilidad del desarrollo de la especie humana. Así lo advirtió el informe Los Límites del Crecimiento,[7] elaborado por un equipo de científicos del Instituto de Tecnología de Massachussets y publicado por un centro de pensamiento empresarial -el Club de Roma- en las vísperas de la primera conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, realizada ese año en Estocolmo.[8] De entonces data, y de ese legado cultural proviene, el viento del mundo generado por la grave crisis socioambiental – como bien la definiera el papa Francisco en su encíclica Laudato Si’ – que padece hoy la especie humana.

El viento que impulsa ese cambio ya constituye un rasgo de nuestro tiempo. Aun así, para comprenderlo en cabalidad en cuanto a su origen y sus opciones, es bueno recordar lo observado por Federico Engels en 1876, cuando advertía que en la naturaleza “nada ocurre en forma aislada”, pues cada fenómeno “afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de esta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.” Y desde allí resaltaba la característica distintiva de nuestra especie en esa trama de interacciones:

Resumiendo: lo único que pueden hacer los animales es utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. Y ésta es, en última instancia, la diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás animales, diferencia que, una vez más, viene a ser efecto del trabajo.

Sin embargo, no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. […] Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.[9]

A esto solo cabría agregar que la organización de esos procesos de trabajo está determinada por los intereses dominantes en cada sociedad. De allí que, si deseamos un ambiente distinto, tendremos que construir sociedades diferentes. De esa noche del cerebro, operando en la oscuridad de la crisis, “que luego trae la luz” nos vienen las ideas vivas de que nos hablara Martí. Ellas nos llevan a buscar y encontrar los vientos del mejoramiento humano, la utilidad de la virtud y el equilibrio del mundo que nos permitirán establecer un orden futuro en el que la armonía de nuestras relaciones con la naturaleza exprese la de las relaciones de los seres humanos entre sí.

Alto Boquete, Panamá, 4 de marzo de 2024


[1] “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 11 de enero de 1885. X, 134-135.

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Selecci%C3%B3n_natural La teoría de Darwin tuvo un equivalente, por las mismas fechas, en los descubrimientos del naturalista – inglés, también – Alfred Russell Wallace (1823-1913).

[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Ernst_Haeckel

[4] Para John Bellamy Foster, por ejemplo, “la relación del trabajo y el capitalismo con el metabolismo de la Tierra está en el centro de la crítica del orden existente”, pues allí radica la contradicción principal en nuestras relaciones con la biosfera en esta fase de la historia de nuestra especie. “Introducción” a The Dialectics of Ecology: Society and Nature. Monthly Review Press, New York, 2024. https://monthlyreview.org/2024/01/01/the-dialectics-of-ecology-an-introduction/?mc_cid=76986b72f2&mc_eid=ea9c7c4b70

[5] https://www.academia.edu/22554569/V_I_Vernadsky_La_biosfera_y_la_noosfera; https://es.wikipedia.org/wiki/Bi%C3%B3sfera

[6] Margulis, Lynn, y Sagan, Dorion (1995): ¿Qué es la vida? Prólogo de Niles Eldridge. Tusquets Editores, España, 2009: 45. Y agregan: “Vernadsky describió la vida como un fenómeno global en el que la energía solar era transformada. Veía en el crecimiento fotosintético de bacterias verdes y rojas, algas y plantas verdes el ‘fuego verde’ cuya propagación, alimentada por el sol, obligaba a los otros seres a hacerse más complejos y más dispersos.”

[7] https://es.wikipedia.org/wiki/Los_l%C3%ADmites_del_crecimiento

[8] https://www.un.org/es/conferences/environment/stockholm1972

[9] “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” (1876) https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.htm 

Francisco en el Istmo

Guillermo Castro H.

“A Dios no es necesario defenderlo;

la naturaleza lo defiende.”

José Martí, 1883[1]

Ha sido noticia en Panamá esta semana que el papa Francisco aceptara la renuncia del cardenal José Luis Lacunza a su cargo como obispo de la Diócesis de David, al acercarse éste a sus 80 años de edad. En su lugar, fue designado el padre Luis Enrique Saldaña, quien se desempeñaba como ministro provincial de la provincia Franciscana Nuestra Señora de Guadalupe en Centroamérica y Panamá.

            El nombramiento tiene lugar en una compleja circunstancia política y pastoral. En lo político, porque en mes y medio tendrán lugar elecciones elecciones presidenciales, legislativas y municipales, cargadas a un tiempo de certezas e incertidumbre. Estas, porque las nóminas enfrentadas están integradas en lo fundamental por políticos de viejo cuño. Aquellas, porque el país está inmerso en una difícil situación económica, ante las cuales destaca la posibilidad de ingresos y empleos que ofrece la minería de cobre y oro en la región Centro-occidental del Istmo, suspendidas tras la declaración de inconstitucionalidad del contrato que la amparaba.

En lo pastoral, porque los franciscanos demostraron un franco compromiso con el amplio movimiento social de resistencia a dicho contrato minero. Esa solidaridad se correspondió con la que habían expresado ya en 2009, cuando en su compromiso con la “promoción del cuidado de la naturaleza”, y en el marco del llamado “a instaurar una sociedad de justicia, de liberación y de paz en Cristo resucitado”, plantearon su rechazo al contrato firmado entre la empresa Petaquilla Minerals y el Estado en 1997, que tras sucesivas cesiones derechos, abrió paso a la mina hoy en cuestión. Al respecto, decía aquel comunicado,

No se puede hablar de desarrollo sostenible excluyendo la ética en la economía y en el progreso de los pueblos, por eso «El signo más profundo y grave de las implicaciones morales, inherentes a la cuestión ecológica, es la falta de respeto a la vida, como se ve en muchos comportamientos contaminantes… Los intereses económicos se anteponen al bien de cada persona, e incluso el de poblaciones enteras. En estos casos, la contaminación o destrucción del ambiente son fruto de una visión reductiva y antinatural que configura a veces un verdadero y propio desprecio del hombre» (Juan Pablo II, Pastores gregis, 70). [2]

Para 2023, ya en el marco creado por las encíclicas Laudato Si’ (2015), Fratelli Tutti (2020) y Laudate Deum (2023), la Red Eclesial Ecológica Mesoamericana -creada en 2019, y a la que Panamá se sumó en 2020 – pudo expresar que

Desde diversos territorios sacrificados por el impacto de la minería en América Latina y El Caribe, abrazamos a nuestros hermanos y hermanas de Panamá que resisten día a día a las empresas mineras que se han propuesto destruir para siempre uno de los territorios más biodiversos del planeta. Nuestra admiración y solidaridad por la resistencia pacífica al pueblo panameño. [3]

Esa manifestación solidaria invocaba, en particular, la necesidad de ponerse “del lado de las víctimas de la injusticia ambiental y climática, esforzándose por poner fin a la guerra sin sentido contra nuestra Casa Común, que es una terrible guerra mundial,” expresada por el papa Francisco el 30 de agosto de 2023.[4] Al respecto, expresaba el agradecimiento y admiración de sus integrantes

a las organizaciones juveniles, de mujeres, de estudiantes, profesores, trabajadores, grupos culturales y comunidades religiosas que exigen a sus autoridades legislativas que no se apruebe el contrato con “Minera Panamá”, por afectar directamente la calidad de vida de la naturaleza y de toda la sociedad humana. [5]

 

            En este terreno, la jerarquía católica panameña se expresó con su usual prudencia. Así, el semanario Panorama Católico señaló que si por un lado la “actividad minera” formaba parte de “un proyecto económico ligado a la globalización”, por otro hacía parte tamién de “un proyecto político, social, cultural cuyos impactos alcanzan múltiples niveles de la vida de las personas y las comunidades que ponen en peligro su comunidad.”

Desde esa perspectiva, si bien el contrato en disputa establecía “una regalía de entre el 12% y 16% de la ganancia bruta, así como mejoras significativas en materia laboral y ambiental para el Estado”, también implicaba “la arrasadora extracción de cobre y minerales que es rechazada por ecologistas, ambientalistas, y los más afectados, campesinos y pueblos ubicados en los alrededores de la mina.” En ese sentido, recordaba que “También la Iglesia ha expresado se ha expresado al respecto y manifestado su preocupación por la exploración y explotación mineras en diversas regiones del país.”

            El hecho, en todo caso, consiste en que la Corte Suprema de Justicia declaró finalmente inconstitucional el contrato entre el Estado y la minera canadiense. Y esto deja abierta la posibilidad de negociar un nuevo contrato estrictamente constitucional. Tal ha venido siendo la postura adoptada, de manera abierta o encubierta, por la mayor parte de los candidatos que se disputarán la presidencia de la República el próximo 5 de mayo. Todos ellos ven en un nuevo contrato con la empresa minera la posibilidad de obtener ingresos relevantes para encarar problemas que van desde financiar el servicio a la enorme deuda externa del país hasta atender los problemas de la seguridad social, pasando por el subsidio oculto a la evasión fiscal que algunos denuncian.

Lo fundamental de la oposición a la actividad minera se sustenta en la denuncia de los daños irreversible que ocasiona al entorno natural, y los costos ambientales que resultan de ello. Sin embargo, el ambientalismo dominante en Panamá es (aún) de un carácter ecologista de corte a un tiempo cientificista y conservador. Con ello, aún estamos en camino a comprender en toda la riqueza de sus implicaciones que “aquello que entendemos como naturaleza es un espejo ineludible que la cultura sostiene ante su medio ambiente, y en el que se refleja ella misma.” [6]

La tarea pendiente pendiente de abrir la puerta entre las ciencias de lo natural y las de lo social contribuye a explicar que nuestro ambientalismo no haya estado aún en capacidad de proponer una política social y económica capaz de disputar la hegemonía neoliberal aún imperante en Panamá. Es probable que el obstáculo radique, aquí, en la necesidad de comprender – y ejercer – el hecho de que, siendo el ambiente el producto de las formas históricas de interacción entre los humanos y su entorno natural mediante procesos de trabajo socialmente organizados, si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes.

En lo que hace a nuestra cultura ambiental, esto se hace sentir en el hecho de que disciplinas como la ecología política, la historia ambiental y la economía ecológica, de tan amplio desarrollo en nuestra América, no tengan (aún) una presencia significativa en lo ambiental como objeto de política en el Istmo. Esa carencia se ha visto compensada de momento con el juridicismo característico de nuestra cultura política en unos casos, mientras en otros nuestro conservacionismo conservador ha tendido a acercarse al colapsismo característico de movimientos ecologistas Noratlánticos que políticamente lindan con el anarquismo.

Falta mucho para llegar a entender que, así como la educación ambiental es la educación, y la historia ambiental la historia, la política ambiental debe llegar a ser la política fundamental para encarar el mayor problema de nuestro tiempo, que es el de la sustentabilidad del desarrollo de nuestra propia especie. Entre nosotros, esto se ve agravdado por el hecho de que nuestra cultura política, forjada a golpes de mazo sobre el yunque de la intervención militar norteamericana de 1989, aún carece del sentido de transición indispensable para comprender y encarar todo proceso de transformación social.

Más, si se trata de una transformación socioambiental. Estamos, en efecto, inmersos en una transición civilizatoria en la cual la sustentabilidad de nuestro propio desarrollo como especie demanda ya

buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.[7]

Alto Boquete, Panamá, 16 de febrero de 2024


[1] “Agrupamiento de pueblos”. La América, Nueva York, junio de 1883. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VII, 326.

[2] https://redescristianas.net/panama-explotacion-minerahermanos-franciscanos/

[3] https://adn.celam.org/la-red-eclesial-ecologica-mesoamericana-dice-no-a-la-mineria-en-panama/

[4] https://infovaticana.com/2023/08/30/el-papa-pide-poner-fin-a-la-guerra-sin-sentido-contra-nuestra-casa-comun-que-es-una-terrible-guerra-mundial/

[5] https://panoramacatolico.com/mineria-actividad-que-impacta-la-ecologia-vida-y-economia/

[6] “The Two Cultures Revisited: Environmental History and the Environmental Sciences”. Environment and History 2 (1996), 3 – 14. The White Horse Press, Cambridge, UK. Traducción de Guillermo Castro H. https://www.environmentandsociety.org/mml/two-cultures-revisited-environmental-history-and-environmental-sciences

[7] Francisco (2015): Carta Encíclica Laudato Si’ Sobre el Cuidado de la Casa Común

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

Panamá: el cambio social para el cambio ambiental

Guillermo Castro H.

“como ellos los del Arte, nosotros tenemos los monumentos de la Naturaleza;

como ellos catedrales de piedra, nosotros catedrales de verdor;

y cúpulas de árboles más vastos que sus cúpulas,

y palmeras tan altas como sus torres”

José Martí, 1881[1]

A medida que se torna más compleja la crisis socioambiental que encaramos, ganan en importancia los problemas relacionados con la mitigación de sus efectos y la adaptación a sus consecuencias. Dado que uno de los factores de mayor gravedad en esa crisis radica en el colapso de los ecosistemas que organizan la vida en la Tierra, se presta atención cada vez mayor al impacto de ese colapso sobre los servicios que esos ecosistemas ofrecen al desarrollo de nuestra especie.

Estos problemas ganan en claridad al referirlos a conceptos como los de biosfera y noosfera, elaborados hacia la década de 1930 por el biogeoquímico ruso Vladimir Vernadsky. [2] Así, la biosfera designa el ámbito del sistema Tierra en el que la vida crea las condiciones para su propia existencia, y se constituye en una fuerza geológica de alcance planetario al crear procesos y elementos que no exisistirían sin ella, como la presencia de oxígeno en la atmósfera y la de hidrocarburos en el subsuelo, la formación de suelos y la de rocas calcáreas.

La noosfera, por su parte, designa el ámbito de la biosfera transformado por el hacer y el saber que distinguen a la especie humana. En lo cotidiano, esos términos equivalen aproximadamente a los de naturaleza y ambiente, si entendemos al segundo como el producto de los procesos de trabajo socialmente organizados mediante los cuales nos relacionamos con nuestro entorno natural.

Vista así, la crisis socioambiental expresa el deterioro de las relaciones entre la biosfera y la noosfera generado por el desarrollo del mercado mundial. En ese deterioro desempeña un importante papel el colapso de ecosistemas asociado a la expansión urbana, y la extracción incesante de recursos naturales y la generación masiva de desechos de la producción y el consumo. Así, en 2011 Will Steffen et al señalaron cómo “la erosión de los servicios ecosistémicos, es decir, [de] aquellos beneficios derivados de los ecosistemas que sustentan y mejoran el bienestar humano, durante los últimos dos siglos” generaba “consecuencias no deseadas sobre el sistema global de soporte vital que sustenta la empresa humana en rápida expansión, que se encuentran en el centro de los desafíos interconectados del siglo XXI.” [3]

Al respecto los autores presentaron una visión de tales servicios organizada en dos grandes grupos, elaborada a partir de la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio 2005.[4] El primer grupo correspondía a la oferta de bienes y servicios, “usualmente llamados ‘recursos’”, que incluyen “alimentos, fibras y agua dulce (recursos naturales) y, ahora, abarcan además combustibles fósiles, fósforo, metales, y otros materiales derivados de los recursos geológicos de la Tierra.”

El segundo consistía en dos grupos de servicios ecosistémicos. Uno correspondía a servicios de apoyo, como “el ciclo de nutrientes, la formación del suelo y la producción primaria”, necesarios para el buen funcionamiento de los sistemas agrícolas, “que algunos llaman también ‘recursos ambientales’”. En una escala más amplia, incluían también “procesos geofísicos de beneficio para la humanidad”, como “la provisión a largo plazo de suelos fértiles […], los flujos ascendentes de la circulación oceánica que traen nutrientes desde las profundidades del océano para sustentar muchos de los ecosistemas marinos que proporcionan alimentos ricos en proteínas,” y el papel de los glaciares como una infraestructura natural “de almacenamiento para el suministro de recursos hídricos.”

El otro grupo ofrecía servicios de regulación considerados “gratuitos”, como el control ecológico de plagas y enfermedades y la regulación del sistema climático mediante la absorción y almacenamiento de carbono por los ecosistemas, que contribuyen a mantener “un entorno propicio para la vida humana”. Esto incluye, por ejemplo, el almacenamiento de carbono por los ecosistemas, como parte de “un servicio regulador más amplio del sistema terrestre”, “el conjunto de reacciones químicas en la estratosfera que continuamente forman ozono, esencial para filtrar la radiación ultravioleta biológicamente dañina del sol, y el papel de las grandes capas de hielo polares en la regulación de la temperatura.”

            Con todo, al referirse a elementos de la biosfera desde su significado para la noosfera sin considerar la relación entre ambas como un proceso histórico de interacción mediado por el trabajo, se pierde de vista el vínculo entre categorías como las de elementos (naturales) y recursos (económicos), y aun las de naturaleza y ambiente. Desde otra perspectiva, el economista norteamericano James O’Connor (1930-2017) consideraba a esos servicios ecosistémicos como parte de un conjunto más amplio de condiciones naturales de producción, que abarcan “la contribución de la naturaleza a la producción física, independiente de la cantidad de tiempo de trabajo (o la cantidad de capital) aplicado a la producción.”

Al respecto, decía que el mercado  trataba “a las condiciones naturales de producción como mercancías ficticias”, de donde resultaba que

Con un ingenio a la vez torturado y excéntrico, los economistas neoclásicos intentan hoy asignar precio al aire limpio, a los paisajes atractivos y a otros elementos de interés ambiental; a la vida silvestre, e incluso al bosque húmedo tropical. Sin embargo, por mucho capital que se aplique al suelo, a los acuíferos y a los yacimientos minerales, éstos son producidos por Dios, que no los hizo para la venta en el mercado mundial. [5]

Esto, por otra parte, no excluye el hecho de que, en ese mercado, la ley del valor opera en la relación biosfera / noosfera en lo que hace a la transformación de elementos presentes en la primera en recursos que demande la segunda mediante el trabajo. En este sentido, los llamados servicios ecosistémicos hacen parte de la biosfera y como tales pueden incluso ser considerados gratuitos desde el punto de vista de la producción mercantil. Su ausencia, sin embargo, encarece los procesos productivos que hacían tal uso gratuito de ellos en sus primeras fases de su desarrollo.

Con ello, el colapso de ecosistemas genera un mercado de servicios ambientales que hace parte de la noosfera, en cuanto estos producidos para compensar la pérdida de los ecosistémicos. El mercado al que se destina esa producción abarca, por ejemplo, todo lo que va desde la captura de gases de efecto invernadero a la restauración de ecosistemas degradados, y la gestión de los desechos que hoy contaminan y alteran el funcionamiento de todos los ámbitos de la biosfera.

Ese mercado se ubica, así, en el eje de contradicción entre la biosfera y la noosfera, pues la necesidad de encarar el impacto de la crisis socioambiental genera una demanda creciente de servicios ambientales. Esto explica que la producción y la apropiación de esos servicios tiende a constituirse en un factor de conflicto socioambiental de importancia cada vez mayor, en cuanto sean encaradas como un medio para promover – o retrasar – el cambio social como una condición para el ambiental.

Panamá ingresa a ese conflicto en la transición desde una circunstancia de soberanía limitada por una situación de protectorado militar que se prolongó por casi todo el siglo XX hacia otra de pleno ejercicio de los deberes y los derechos de la soberanía en el XXI. Esto ayuda a entender que, si en el plano ambiental hemos ingresado de golpe en el Antropoceno al calor de la lucha contra la minería metálica a infierno abierto, el saber y el hacer aún dominantes en nuestra sociedad son, en el mejor de los casos, los del desarrollismo liberal de la segunda mitad del siglo pasado.

Hoy, la producción de servicios ambientales abre un amplio espacio de oportunidades fomentar el cambio social necesario para proteger y hacer cada vez más competitivas nuestras ventajas comparativas en materia, por ejemplo, de dotación de agua y biodiversidad. Tal será -junto a la diversificación de nuestros servicios al comercio mundial – el camino que nos lleve a construir en el Istmo, finalmente, una sociedad próspera, inclusiva, sostenible y democrática. El camino será largo, pero ya hemos echado a andar.

Alto Boquete, Panamá, 15 de diciembre de 2023


[1] Fragmento del discurso pronunciado en el Club del Comercio, en Caracas, Venezuela, el 21 de marzo de 1881. Obras Completas. Editorial de Cienicas Sociales, La Habana, 1975. VII, 286.

[2] Vernadsky, Vladimir (1938): “The Transition From the Biosphere To the Noösphere. Excerpts from Scientific Thought as a Planetary Phenomenon”. 21st Century, Spring-Summer 2012.

[3]  Will Steffen, Asa Persson, Lisa Deutsch, Jan Zalasiewicz, Mark Williams, Katherine Richardson, Carole Crumley, Paul Crutzen, Carl Folke, Line Gordon, Mario Molina, Veerabhadran Ramanathan, Johan Rockstrom, Marten Scheffer, Hans Joachim Schellnhuber, Uno Svedin (2011): “The Anthropocene: From Global Change to Planetary Stewardship”. Cursivas: gch. https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3357752/

[4] https://www.millenniumassessment.org/es/About.html

[5] “The conditions of production and the production of conditions”. Natural Causes. Essays in ecological Marxism. The Guilford Press, New York London, 1998. Traducción de Guillermo Castro H., Panamá, 2000. Otra versión disponible en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6812683